En 2019 se firmó un acuerdo entre el Mercosur y la Unión Europea que llevaba en negociaciones más de veinte años. Recientes declaraciones, visitas y encuentros entre diplomáticos parecen indicar que este año podría ratificarse. Enhorabuena.
Avanzar en este acuerdo requiere pensar varios aspectos técnicos, pero también políticos. Más allá de los intereses económicos que puedan ser beneficiosos para nuestro país (asociarnos a una región que representa el 20% del PIB mundial, 14% del comercio mundial de mercancías, una población de 500 millones y una renta per cápita de 34 mil dólares), un posible acercamiento comercial a la Unión Europea implicaría posicionamientos políticos, culturales e históricos relevantes. La afinidad entre nuestros países y Europa es muy significativa.
Para analizar la relación con la Unión Europea, podemos tomar como comparativa la balanza comercial con un país con el que tenemos fuertes intercambios: China. El saldo de la balanza comercial con la UE hoy es más favorable que con el país asiático. Según datos del INDEC, en 2022 nuestras exportaciones a la UE fueron por un total de 10.846 millones USD con un saldo comercial negativo de 272 millones USD, mientras que con China tuvimos exportaciones por 8.022 millones USD y un saldo negativo de 9.494 millones USD.
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Argentina es un país cuya estructura económica tiene un fuerte y dinámico sector agroexportador, pero también una economía interna a valorar y cuenta con actores relevantes. La industria argentina vinculada a lo interno tiene influencia en el ámbito de la construcción, servicios, bebidas, consumo de alimentos, mobiliario, vehículos, etc. A nuestro entramado industrial se le suma ser un país con una de las tasas de urbanización más altas del mundo. Nuestra matriz productiva no se limita únicamente a materias primas, sino que hemos logrado la transformación de éstas en bienes elaborados y semielaborados. A esto se le suma las capacidades en servicios, industrias del conocimiento y calidad de profesionales.
Parte de nuestra dificultad para integrarnos a la economía mundial se produjo luego de la posguerra mundial y motivada por la influencia norteamericana en el viejo continente a través del Plan Marshall. La relación entre Argentina y Europa va a estar mediada por este plan y los intereses estadounidenses en que esa relación no sea tan potente. Allí mucho de los productos argentinos van a ser bloqueados por proteccionismos europeos y norteamericanos. Recordemos que un elemento importante del Plan Marshall era establecer una reconstrucción democrática de Europa para poner freno a la Unión Soviética, otorgando créditos, pero también estableciendo a quién se le debían comprar ciertas materias primas. Desde allí el rol de Argentina es, en gran parte, suplantado por los Estados Unidos como proveedora de materias primas.
Como afirma el historiador Roy Hora, antes de la Gran Guerra, nuestro país se había convertido en el tercer exportador mundial de granos (el valor per cápita de nuestras ventas externas triplicaba el promedio latinoamericano, superaba al de Canadá y estaba por encima del doble del de Estados Unidos). Ganamos muchas porciones del mercado en parte gracias al retroceso de la oferta rusa a partir de la Revolución de Octubre. Entre 1930 y 1954 la superficie total plantada con granos se contrajo alrededor de un quinto y nuestra demanda interna ejerció presión sobre la oferta de granos contrayendo los saldos exportables.
El primer gran impacto fue la Gran Depresión e implicó que el valor de nuestras exportaciones se reduzca en dos tercios. Pero a partir de la posguerra la relación de Argentina con Europa se deteriora aún más, perdemos a nuestros históricos compradores de materias primas y no es casualidad que desde aquellos años tengamos dificultades para integrarnos a la economía mundial (un desencanto que acompañó crisis institucionales, ciclos de crisis económicas, procesos de stop & go y golpes de estado).
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Revisando el pasado quizás tengamos que prestar más atención a la influencia que las relaciones internacionales tuvieron en nuestra política interna. Es decir, no mirarnos el ombligo o perdernos en conflictos intestinos, en cambio, entender cómo nos afectó perder a los grandes clientes en las desestabilizaciones económicas y políticas del siglo XX. La política internacional es fundamental para un país como Argentina.
Por eso tenemos que definir una estrategia de inserción en el mundo, esto es: ¿Vamos a jugar en un bloque democrático que respeta derechos individuales como la Unión Europea o buscamos otro tipo de alianzas? ¿Vamos a vincularnos con países que respetan el derecho internacional o solo con autoritarismos expansionistas? Establecer relaciones comerciales de largo plazo con países autoritarios puede ser contraproducente para los intereses nacionales.
Respecto a lo económico, según un trabajo del CIPPEC del 2020, el eventual acuerdo Mercosur-Unión Europea puede favorecer la inserción internacional de la economía argentina y ofrecer un pilar clave para la transformación productiva del país. Tampoco podemos olvidar los estándares de cuidado del medio ambiente que pueden implicar avances importantes en nuestra región.
Nuestro país ha tenido grandes problemas para insertarse exitosamente en el mercado internacional. Un punto clave es que abusamos constantemente del ancla cambiaria para los procesos de desinflación y eso genera una política anti-exportaciones. El dólar oficial suele estar bajo, y eso produce distorsiones peligrosas.
Las principales ventajas de un acuerdo en nuestro país serían para la agroindustria, mientras que se observarían caídas o crecimientos menores en el valor agregado de la industria automotriz y otros sectores manufactureros. También se advierte que habría un aumento resultante en la estimación de pobreza, que podría ser causado por tres efectos: el crecimiento del empleo sería escaso, el cierre de la balanza comercial se produce con un tipo de cambio más elevado y el proceso de transición diferencial entre los sectores que expanden y contraen ocupación.
En términos económicos un acuerdo Mercosur-Unión Europea tendría resultados positivos, aunque modestos en materia de crecimiento. El mayor escollo es el proteccionismo agrícola europeo, y fundamentalmente de Francia. En particular, el sector agrícola es altamente protegido en la UE con crestas arancelarias, aranceles específicos y restricciones cuantitativas. Sin embargo, muchos de los requisitos como etiquetados o normas específicas podrían modernizar la estructura productiva y determinados marcos institucionales de nuestro país (reglas de competencia, propiedad intelectual, inversiones, facilitación de comercio, normativas ambientales, etc.).
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Otros puntos positivos que deben tenerse en cuenta son las actividades vinculadas a la generación de divisas que nuestro país necesita. Por ejemplo, para la actividad turística (nuestro país debe trabajar en la conectividad y regionalización, pero tiene puntos favorables en la estacionalidad y en estar alejado del conflicto internacional mundial), inversiones en energías renovables, industrias del conocimiento y/o en minerales críticos como el litio.
El mayor riesgo que se advierte es para las exportaciones automotrices con destino a Brasil. Pero también es verdad que un eventual acuerdo unilateral de Brasil con la UE conduciría a una mayor competencia europea en el mercado brasileño por la erosión de preferencias de Argentina. En otras palabras: no hacer nada también es peligroso.
En un mundo en el que las violaciones al derecho internacional y las guerras de agresión (la invasión rusa a Ucrania) vuelven, tender puentes con sistemas democráticos es importantes para brindar estabilidad y previsibilidad a las relaciones comerciales.
La propia región del Mercosur y Latinoamérica tiene problemas para estabilizar sus democracias y garantizar estados de derecho sólidos. Por eso, un análisis que evalúe las posibles consecuencias de un tratado Mercosur-Unión Europea no puede dejar de tener en cuenta las dimensiones políticas y el contexto internacional actual. La valoración del acuerdo no debe ser solo técnica, sino que debe contemplar cuestiones políticas y que hacen a nuestra afinidad histórico-cultural con Europa.
En el mundo post-pandemia, pudimos ver que las democracias y las autocracias no reaccionaron de la misma manera en cuanto a situaciones de estrés social. Nos encontramos en un contexto internacional en el que se perfilan bloques de influencia que se disputan una batalla tecnológica, informativa y militar. Hoy los ciudadanos de un estado occidental tienen un contexto de información muy diferente al de países con prensa limitada y de partido único. La división de aguas tiene intereses políticos y económicos, pero también pareciera estar dada por un debate entre democracias o autocracias. La disputa entre el derecho y las relaciones de fuerza tiene importancia porque, en la base, se discute el modo en que se deben concebir al poder político.
Si no tenemos en cuenta esas dimensiones podemos construir relaciones comerciales sobre arenas movedizas, que frente a un conflicto internacional nos obliguen a reconsiderar toda nuestra integración productiva. Una mirada institucionalista de la economía y las relaciones internacionales es necesaria para sostener vínculos estables. En ese sentido creemos que la relación con la Unión Europea es sólida porque se sostiene en principios axiológicos no simplemente de conveniencia o interés económico. No debemos creer en soluciones mágicas, sino en pequeños progresos constantes y a largo plazo.
Nuestro país debe consolidar una cultura democrática y republicana, establecer un plan de desarrollo consistente, que ordene el descalabro de la macroeconomía, deje de ponerle el pie en la cabeza a la producción y libere el potencial exportador de la Argentina. El tratado Mercosur-Unión Europea puede ir en ese camino y permitirnos una interesante integración económica que amplíe nuestras oportunidades de futuro.
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