La detente saudí-iraní y la ascendente diplomacia de Beijing

El Reino de Arabia Saudita y la República Islámica de Irán anunciaron la restauración de sus relaciones diplomáticas. El rol clave de China para alcanzar una disminución de la tensión política internacional entre ambos

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El máximo diplomático chino, Wang Yi, el secretario del Consejo Supremo de Seguridad Nacional de Irán, Ali Shamkhani, y el asesor de seguridad nacional de Arabia Saudí, Musaad bin Mohammed Al Aiban (Reuters)
El máximo diplomático chino, Wang Yi, el secretario del Consejo Supremo de Seguridad Nacional de Irán, Ali Shamkhani, y el asesor de seguridad nacional de Arabia Saudí, Musaad bin Mohammed Al Aiban (Reuters)

Confirmando que lo único permanente en este mundo es el cambio, el Reino de Arabia Saudita y la República Islámica de Irán anunciaron la restauración de sus relaciones diplomáticas y la reapertura de embajadas después de años de enemistad.

El sorpresivo anuncio introdujo otro elemento fundamental. Porque el acuerdo entre Riad y Teherán fue alcanzado a partir de los esfuerzos diplomáticos de la República Popular China.

Protagonistas de un largo conflicto por la búsqueda de la hegemonía en Medio Oriente, Arabia Saudita e Irán representan, en las actuales circunstancias históricas, la ancestral rivalidad entre Sunnitas y Shiítas, la mayor división en el mundo musulmán.

Pero, ¿qué provocó esta alteración geopolítica?

A close-up/macro photograph of Middle East from a desktop globe. Adobe RGB color profile.
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De acuerdo con expertos, el régimen de los Ayatolas -que controla Irán desde la Revolución de 1979- pudo haber decidido avanzar en este plano en medio de las penurias resultantes de las sanciones económicas impuestas como consecuencia de su política anti-occidental y los temores derivados de su inquietante programa nuclear.

En tanto, los observadores de la realidad saudí recomiendan detenerse en las ambiciones del príncipe heredero Mohammed Bin Salman (MBS), gobernante en los hechos del Reino a partir de la avanzada edad de su padre, el rey Salmán bin Abdulaziz de 87 años.

En ese sentido, resulta imperioso recordar que MBS alberga la pretensión de convertir a su país en una gran potencia desarrollada hacia 2030 mientras conserva el deseo de reducir la dependencia de los norteamericanos en materia de abastecimiento de armamentos.

A la vez que recomendaron tener presente un dato fundamental. Dado que a partir de haber conseguido asegurarse su autoabastecimiento energético, los EEUU redujeron notoriamente su dependencia del petróleo saudí. Un desarrollo que eventualmente convirtió a China en el principal socio comercial del Reino.

El deal entre los dos mayores protagonistas de aquella compleja y cambiante región fue conseguido tras sigilosas conversaciones en Beijing e implica un importante avance de la diplomacia del Politburó del PCCH. Una realidad que se ha venido verificando con creciente intensidad en los últimos años. Toda vez que el intento de deshielo en el Golfo constituye la segunda iniciativa china en el plano global después de haber presentado un plan -no aceptado- de paz entre Rusia y Ucrania.

En los EEUU, en tanto, el anuncio significó un nuevo golpe a su menguada influencia en Medio Oriente. Y aunque el Secretario de Estado, Antony Blinken, aseguró que Washington recibió la noticia como un avance positivo, los hechos demostraron hasta qué punto China ambiciona ejercer un rol de gran actor global que necesariamente incomoda a la que sigue siendo la nación más poderosa de la Tierra.

De acuerdo con un observador, mientras que la Administración Biden ha enardecido a sus aliados del Golfo aparentemente titubeando por razones morales -por caso reservando para los saudíes la categoría de “parias” del sistema- y frenando el suministro de armas, MBS habría encontrado afinidad en el pragmatismo de los jerarcas chinos.

Conforme a esta interpretación, el anuncio sobre la reanudación de las relaciones entre Riad y Teherán no debió haber sorprendido a la Casa Blanca en tanto era el corolario acaso inevitable de las limitaciones diplomáticas norteamericanas, la declinación relativa de su liderazgo y la creciente búsqueda de China por expandir su influencia global.

A su vez, el sorpresivo acuerdo también implica un desafío para el principal aliado de Washington en la región: el Estado de Israel. Un evento que tiene lugar en singulares circunstancias, toda vez que el premier Benjamín Netanyahu -quien ha regresado al poder mediante una coalición parlamentaria controvertida- ha venido desplegando un esfuerzo político y diplomático por aislar a Teherán. Al tiempo que la normalización del vínculo con los saudíes es su meta de largo alcance. Constituyendo un objetivo que podría materializarse -eventualmente- en el momento en que se termine de sustanciar la transición de poder en el Reino.

Algunas expresiones de MBS en años recientes así parecieron estimularlo. Por caso, aquellas en The Atlantic, en abril de 2018, en la que el Crowne Prince comparó al Ayatola Khamenei con Adolf Hitler y reconoció el derecho a la existencia del Estado de Israel.

Pero de pronto aquellas manifestaciones debieron ser interpretadas a la luz del momento en que fueron formuladas. En pleno apogeo de la era Trump y la expansión de un clima de cooperación con Riad, las monarquías del Golfo y Jerusalén que eventualmente conduciría a los Acuerdos de Abraham entre Israel y Emiratos Árabes Unidos (EAU), Bahrein, Sudán y Marruecos, probablemente uno de los mayores éxitos del polémico ex presidente norteamericano.

Un observador indicó que después de algunos años de una política aventurera y rimbombante, con los costos de la devastadora guerra en Yemen contra los rebeldes hutíes (alimentados por Irán) y el fútil embargo a Qatar, el Reino podría estar retornando al tradicional pragmatismo que durante años caracterizó su política exterior.

Al tiempo que unos y otros coinciden en que una prueba sustancial para verificar el alcance de este entendimiento lo ofrecerá la situación en torno a Yemen, donde a través de proxies, los saudíes y los iraníes se han enfrentado durante años.

Pero acaso la nota más destacada del acuerdo saudí-iraní sea el hecho de que el mismo tuvo como “broker” a Beijing, un rol tradicionalmente ejercido por Washington.

Al respecto, un editorial en el Financial Times advirtió hasta qué punto quedaron expuestas las renovadas ambiciones geopolíticas de China. Y señaló que durante años, Beijing había limitado su atención en Medio Oriente a las cuestiones económicas y comerciales sin incursionar en el plano de la política y la seguridad.

Los acontecimientos -los verdaderos amos de la Historia- parecen confirmar la tendencia estructural de la época. Al punto que, en el plano estratégico, en geografías distantes como Ucrania o el Golfo Pérsico, Beijing está demostrando una vocación diplomática y de proyección global acorde a su estatus de superpotencia económica mundial.

* Mariano A. Caucino es especialista en relaciones internacionales. Ex embajador argentino en Israel y Costa Rica.

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