Francisco no me defraudó

A 10 años de su pontificado, nuestra fe sigue siendo revolucionaria

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El Papa Francisco orando en
El Papa Francisco orando en la basílica de San Pedro en el Vaticano (REUTERS/Yara Nardi)

“Padre Jorge: No se olvide de los pobres, los niños, los jóvenes, los viejos, las familias de Cromagnon.” Esta fue una de las pocas frases que pude decirle cuando mientras lo abrazaba, lloraba y le regalaba mi mate el 16 de marzo del 2013, durante la primera audiencia con periodistas que daba como pontífice en la famosa y enorme Sala Pablo VI del Vaticano.

Y claramente no me defraudó.

Aquellos primeros días en los que los argentinos no parábamos de celebrar y ser felices por nuestro Papa argentino, ya divisábamos en diminutas semillitas lo que hoy podemos ver en el bosque frondoso de su palabra, gestos y obras.

Ya conocemos muchos de sus textos que nos marcan la cancha con líneas que reflejan el sencillo estilo de Jesús, la búsqueda de coordenadas sociales que tienden a la justicia junto con el reparto equitativo de los bienes, la firmeza ante los escándalos de despilfarros e indignidades de varias índoles, la mirada desde el corazón que llega hasta las más olvidadas regiones de nuestro planeta, planeta al que da voz y por el que pide cuidado, respeto, conciencia intergeneracional. Recomiendo especialmente la lectura de las encíclicas Laudato si’ y Fratelli tutti, y de la exhortación apostólica Evangelii gaudium: estoy segura de que si la mitad de quienes son sus detractores leyeran estos textos a conciencia, comprenderían no solo las profundas y luminosas reflexiones de un Papa, sino la enorme fe de un hombre de Dios en todos los hombres y mujeres de este tiempo.

A este Papa le importan precisamente esos grupos humanos que sufren presiones sociales, que soportan realidades políticas de evidentes injusticias, que fueron descartados y precisan entrar de nuevo al ruedo de la vida plena.

Y si me apuran un poquito digo que el papado de Francisco es tan revolucionario como pedir (y trabajar para eso a nivel global) ad intra la Iglesia católica que ella misma retorne a la sinodalidad de los primeros cristianos con las coordenadas de nuestro siglo XXI. Porque tomar las fuentes primigenias como fundamento y ariete significa nivelar las relaciones humanas entre laicos, religiosos y sacerdotes, mujeres y varones, que todos se sienten a la mesa de la conversación de la construcción cotidiana de la Iglesia, asumiendo responsabilidades y ejerciendo derechos. La lucha contra el clericalismo se lee en esta clave. Sinodalidad implica caminar juntos en el marco de las comunidades, las parroquias, las conferencias episcopales y todo organismo eclesial que funcione como tal y forme parte de la Iglesia católica universal. ¿Alguien duda de que esta intención no sea revolucionaria?

Si nos paramos desde afuera del mundo eclesial, el Papa Bergoglio nos demostró en el momento más crítico de nuestro siglo que pudo ponerse al frente de las angustias y miedos de la humanidad cuando solo, bajo la lluvia, el 27 de marzo del 2020 caminó la Plaza San Pedro en el Vaticano y rezó por el cese de la pandemia de covid. Este gesto fue valorado por el arco del liderazgo mundial y destacado en múltiples ocasiones.

Me imagino a Bergoglio paradito, mirando su vida con perspectiva y focalizando en sus dolores, frustraciones, incomprensiones. Quizás los mayores pasarían por los abusos (sexuales, de poder, maltratos, humillaciones) a menores y mayores por parte del clero. Como en su momento dijera desde un título de una obra suya del 2005 “ponerse la patria al hombro”, quizás se parafrasearía diciendo “ponerse las vergüenzas de la Iglesia al hombro”. En sus tiempos de cardenal, desde sus homilías e intervenciones públicas le pidió asumir sus responsabilidades a los políticos, a la Iglesia y al mismo pueblo argentino. Como Papa fue coherente con ese propósito: generó los espacios de reflexión sobre esos tremendos abismos existenciales a la vez que propició sus puniciones al probarse como delitos aberrantes.

El presente encuentra al Papa Francisco en variadas tareas, de esas que se ven: cuida su rodilla, trabaja por la paz ante la “tercera guerra mundial en cuotas”, junta “las puntas de un mismo lazo” y reúne a niños y ancianos tensando el cuidado de la vida en todo tiempo de su desarrollo, se comunica con simplicidad en el “uno a uno” y en el “uno a miles”, viaja a países que gracias a su presencia logran las tapas de los análisis geopolíticos, y tantas ocupaciones y anhelos más que solo él conoce.

Como dice un apreciado colega español: “disfrutemos de la primavera de Francisco en la Iglesia”. Aunque creo no equivocarme si digo que las puertas y ventanas que abrió con su tenaz personalidad franciscana, esas no se cierran más.

* La autora es periodista y editora argentina. Autora de La Virgen de San Nicolás y Nuestra fe es revolucionaria. Bergoglio-Francisco, ambos publicados con Grupo Editorial Planeta.

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