El 13 de marzo de 2013 los católicos argentinos no estaban preparados para un Papa nacido en la Argentina. Tampoco la sociedad argentina en general, aquella católica, cristiana, judía, atea, agnóstica… La aseveración no tiene como conclusión fundamentar un fanatismo exacerbado, sino simplemente poner de manifiesto que la figura del Sumo Pontífice para la sociedad creyente era una imagen realmente foránea. Los papas contemporáneos en la era de los medios masivos, para colmo, habían sido todos en mayor o menor medida protagonistas de los grandes conflictos mundiales, esos en los que nuestro país había tenido una posición de espectador antes que protagonista.
En el ecosistema informativo dominante hasta recién iniciado el siglo XXI, los papas, más para los católicos, se conocían en libros, en encíclicas con tapa de cartón, o se los veía los domingos a las 7 en la Tv Pública. Pero en los medios más masivos, más allá de algunas columnas religiosas en algunos diarios, el protagonismo llegaba cuando ocurría algún gesto significativo para el ámbito socio-político como un viaje a Cuba, un encuentro interreligioso inédito, o una catástrofe internacional que requiriese una reflexión moral de esas que solo los referentes religiosos y eventualmente filosóficos pueden abordar. En el ecosistema dominante, la noticiabilidad del Papa pasaba por esa vinculación que quizá poco significaba en la vida cotidiana de un católico.
Por supuesto que a mayor interés, había opciones: espacios de formación en parroquias y universidades tanto públicas como privadas, los programas en radios y señales locales o de cable, publicaciones y luego portales católicos, desde el final de Juan Pablo II una abundante comunicación digital de la Santa Sede… Pero este consumo especializado fue facilitando el alejamiento del conocimiento específico del Papa del conocimiento general, y profundizando una grieta que a muchos terminaría por escandalizar. Así, para algunos la imagen de Rottweiler que se le atribuía a Benedicto XVI en cierta parte de la prensa por su servicio como Prefecto para la Congregación para la Doctrina de la Fe era incompatible con quien fue el autor de Deus Caritas Est. Y algo parecido ocurrió con Bergoglio.
Tras su elección, las primeras definiciones de Jorge Mario Bergoglio, tanto en la prensa generalista argentina como internacional, se refirieron en general a su perfil público político y a lo sumo a algunos rasgos de su personalidad.
Pero para el porteño acostumbrado a oírlo en la fiesta patronal o en la fiesta arquidiocesana, esas primeras definiciones poco tenían que ver con lo que conocían de su pastor. No por malicia del periodista o del biógrafo, sino porque la relación pastoral entre un sacerdote y un fiel poco o nada tiene que ver con el espectro socio-político que domina la agenda pública.
La homilía, por más que a los católicos les gustase que así fuese, no es noticia en la agenda política mediática cotidiana. A menos que tenga una injerencia y un impacto extra-eclesial, como lograba Bergoglio poniendo de manifiesto las vulnerabilidades olvidadas y ocultadas como la trata de personas en nuestras propias calles o el flagelo de las drogas.
El Bergoglio que el feligrés conocía no era el de los grandes gestos y mensajes asociados a un Santo Padre europeo. El Bergoglio que el que no participaba activamente de la Iglesia Católica conocía, tampoco tenía que ver con esa figura. Y pasados los primeros días en los que cada cosa que dijo e hizo fue noticia, todo fue volviendo a la normalidad de lo que se informa de un Papa, con el incierto agregado de su nacionalidad.
El modelo de Francisco
Es difícil que una persona que siguió un ritmo de vida toda su vida, lo cambie sobre el final de ella. Y quienes se consagran a la vida religiosa, así como numerosos laicos también, leen a diario el Evangelio y lo meditan. En el caso de los sacerdotes, también celebran la Misa. Muchos, además, rezan el Rosario. Y más. Bergoglio, al asumir el pontificado, no cambió esta rutina. El Evangelio meditado sigue siendo su principal fuente de consulta y meditación. Por más que parezca obvio, el prisma político desde el que se lo suele juzgar en el espacio público no puede omitir esto.
El Papa tiene como modelo, porque así le han enseñado y porque así él ha enseñado, a Jesucristo. “¿Qué haría Cristo en mi lugar?”, invitó a preguntarse en más de una ocasión, como lo hacía el Padre Hurtado. En ocasiones lo hará bien, en ocasiones quizá alguno juzgue que no. Hay muchos detractores dentro y fuera de la Iglesia que acumulan conclusiones al respecto. Pero su modelo es Jesucristo: a Él entregó su vida.
Cuando falleció Juan Pablo II definió al Papa polaco como un coherente. Al Papa, en numerosas ocasiones, de esas que no llegan a los medios generalistas, le ha escandalizado la incoherencia en la Iglesia. Por eso, Francisco quiere ser coherente con lo que vive y enseña. Y su propósito es ser coherente con su modelo, Jesucristo.
Y Jesucristo en un pasaje del Evangelio explícitamente elige comer con pecadores y no con los doctos, deja de defenderse cuando ya advierte que las acusaciones sobre él no cesarán, se acerca al leproso y marginado antes que al sano sin necesidades, advierte que el mérito es amar a aquel que no nos ama antes que amar al que nos ama, aun siendo Dios elige no volver a morir a su Nazaret, aclara que su madre y sus familiares son aquellos que hacen la voluntad de su Padre en el cielo. Traducir el Evangelio en uno y otro pasaje a la vida cotidiana puede ser realmente escandaloso sin el debido contexto, como termina ocurriendo con parte de lo que expresa en lo que dice y hace Francisco en cada una de las circunstancias en que su pontificado se acercó a alguna situación similar a aquellas.
Francisco ha expulsado de la Santa Sede a algunos cardenales ímprobos. Y luego los ha ido a visitar. Ha dejado de asistir a conciertos en su honor, pero le ha escrito a la madre de Gustavo Cerati para acompañarla en la agonía de su hijo, o ha hecho lo propio con Pato Fontanet. No lo guía la ciencia política, lo guía el Evangelio en el que se relata a Cristo. Y la iglesia no propone al cristianismo como una moral, sino como un encuentro con el acontecimiento cristiano, con Cristo.
Pero ese hombre que tiene como modelo Jesucristo asume al iniciar el pontificado una inmensa responsabilidad política, la quiera o no la quiera. A un Papa en el Siglo XXI, porque así se ha ido dando, le caben responsabilidades políticas, particularmente por sus hijos católicos que peregrinan en uno y otro país. No daba igual que Juan Pablo II vaya a Gran Bretaña en plena Guerra de Malvinas y no venga a la Argentina. Y con o sin poder para frenar el fuego, el Papa ha de resguardar la relación entre los hermanos. La relación entre los hijos es una prioridad para un padre, la relación entre los cristianos es una prioridad para un Papa. Francisco es consciente de su rol y la expectativa política que recae sobre él. Pero no cambia su guía de acción. Y se inspira particularmente en una parábola.
El Padre Misericordioso en Francisco
Una de las parábolas cristianas más retratadas por el arte es la del hijo pródigo, también conocida como la parábola del Padre Misericordioso. Relata la historia de aquel padre que a pedido de su hijo menor le adelanta parte de la herencia. Éste parte con ella al extranjero, mientras que el hijo mayor permanece con él, siempre fiel. Hasta que el menor regresa cabizbajo y arrepentido por haber malgastado todo. Aún con el reproche del mayor, el padre celebra con una fiesta el regreso del hijo que estaba perdido. En el plano teológico, la parábola es esclarecedora. En el plano pastoral, conmovedora. Pero en el plano público contemporáneo, sería una escandalosa injusticia.
La complejidad deriva del hecho de que la voz de Francisco, la voz del Papa, es necesaria y es esperada en uno y otro plano. Para los teólogos y conductores en la Iglesia, para el Santo Pueblo Fiel, y también para aquellos que sin sentirse miembros de la Iglesia habitan una sociedad profundamente marcada por el cristianismo, cuya estructura social y política no sería la que es sin siglos de influencia cristiana, y que no ha encontrado como reemplazar el ancla moral que supone el Papa al renunciar a la idea de profesar una religión. Al que le interese el análisis de esta última afirmación, sugiero el intercambio epistolar de Humberto Eco con el Cardenal Martini publicado bajo el título En qué creen los que no creen.
Pero uno y otro público tienen una expectativa muy concreta del Papa y pretenden canalizar sus inquietudes en la misma y concisa noticia, porque claro, la abundancia de información impide una lectura serena y profunda de cada cosa que hace y dice. Si a ello le sumamos que objetivamente es altísimamente improbable que los argentinos volvamos a tener un Pontífice con tantos vínculos con nuestro país como para aclarar dudas e inquietudes en uno y otro plano, y que nunca en un escenario de tantísimos intereses un Papa va a volver de esta manera a estos niveles de protagonismo informativo en la Argentina, la angustia sube. Porque ni el cristiano ni el que ha renunciado a esa Fe encuentra aún las certezas definitivas de las cuestiones que más le preocupan y a las que la religión busca responder: por qué la muerte, por qué el dolor, por qué la injusticia, por qué el mal… Y ni con Papa argentino las resolvemos.
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Parte de la paz personal y pública ante la figura del Papa quizá se encuentre en reconocer que ni Bergoglio, ni Ratzinger, ni Wojtyla, ni Luciani, ni Melchiorre Sarto, ni ningún otro Papa desde el primero se han presentado como la respuesta definitiva. Ninguno de ellos ha buscado serla. Todos se han reconocido pecadores, y en todos pueden encontrarse decisiones que incluso a la luz del Evangelio pueden llegar a causar algún tipo de escándalo, e incluso desacuerdos en el mismo seno de la Iglesia. Pero no se le pide a un Papa ser inmaculado, menos si no se cree en el pecado. Ni se le pide ser un superhéroe, menos si prefiriésemos que los papas estén lo más alejado posible de las discusiones políticas.
Cristo pidió a San Pedro, al que Francisco sucede, que apaciente a sus corderos, pero no le dio una guía para hacerlo más allá de su propia vida. Al buscar inspiración para su programa de gobierno, que bien aclaran muchos se percibe ante todo en la exhortación Evangelii Gaudium, Francisco eligió como norte de su pontificado la parábola del Padre Misericordioso. A la misericordia como rasgo distintivo de la Iglesia le dedicó un año santo. Y en la parábola del padre Misericordioso, en no pocas ocasiones, todos podemos ser el padre, el hijo arrepentido, y el que se enoja ante el perdón recibido por el primero. Eso que vive es su invitación, al creyente y al no creyente.
Las expectativas sobre Francisco
Los medios de comunicación generalistas, legitimadores de la discusión pública que transita por múltiples vías, hoy particularmente las redes sociales pero también incluso los parlamentos políticos, no están acostumbrados a hacerse eco del Evangelio. No es su propósito dar luz sobre él. Pero la irresistible noticia de un Papa argentino, inesperada combinación hace diez años, obligó a replantear muchos paradigmas informativos.
Y diez años después, aún no dilucidamos la cuestión sobre qué esperar del Papa, qué expectativas se tienen de él en la discusión pública, y cómo juzgarlo a partir de ellas. Que esté con tal, o con cual. Que coma con este y no con otro. Que a quien le manda rosarios, en quién confía…
Además, en estos 10 años Francisco ha confiado en personas que, viendo el diario del lunes, no ha tenido que confiar, porque con dolo o sin él han perjudicado su imagen y han dañado a la Iglesia. Y él mismo lo ha reconocido y ha buscado enmendarse. Le pasó lo mismo a cada Papa, al menos de los recientes.
Quizá a esta altura cabe un discernimiento complementario. Si lo que genera incertidumbre de Francisco es él, o simplemente algunos aspectos de Jesucristo, en quien muchos no creen y a quien incluso rechazan. El callejón sin salida se da cuando los que rechazan a Jesucristo se escandalizan por un Francisco que busca asemejarse a Él. La comprensión y comunicación de la intención y el propósito del Papa, cerrados a la posibilidad de que ese Cristo verdaderamente exista y sea bueno, sea Dios, es muy difícil.
Francisco es el sucesor de San Pedro en el gobierno de la Iglesia. Nació en la Argentina, sí. Pero fue elegido para movilizar e inspirar una masa de cristianos, de ovejas, que tienen como propósito anunciar el Evangelio. 263 lo han hecho antes que él, provocando rechazos y admiraciones por igual. Y con errores propios del hombre, como seguramente él ha tenido, aunque el Padre Misericordioso nos enseñe a no juzgar. Acaso eso sea lo fascinante de asociarlo a la imagen del Padre Misericordioso, que no es el Padre perfecto ni el padre exitoso en términos mundanales.
Entender a Francisco como un hombre interpelado por la imagen del Padre Misericordioso puede ayudar a entender sus motivaciones y su propósito como Papa, serenar y pacificar las lecturas que ocasionalmente se hacen de sus gestos y palabras. Hacerlo, y saltar desde las noticias a su magisterio sin intermediarios y con el debido contexto puede no solo serenar la discusión sobre su figura. Sino también hacernos bien como personas y como argentinos, independientemente de nuestra Fe, independientemente de su nacionalidad.
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