El 8 de marzo pasado, Claudia Peiró escribió, en este mismo medio: “Dicen que las hay (feministas moderadas)… pero de momento sólo se hacen notar por su silencio. Si de verdad, como dicen, son mayoría, lo disimulan muy bien. Se han dejado correr de la escena por el lesbofeminismo, la ideología queer y otras formas extremistas de ese movimiento”.
Si bien es cierto que el silencio en estos tiempos tan convulsos hace mucho ruido, aquí hay una voz que se comunica a través de las letras. ¿Por qué? Sencillo: porque hablar en público e invitar al debate puede llevar a la violencia verbal, física y pare usted de contar. Hoy hablo por mí, porque pecaría de ingenua y soberbia al decir que otras mujeres piensan como yo.
Me gustaría expresar mi opinión en esta sociedad que olvidó las normas del buen hablante y del buen oyente, que parece repudiar la disidencia y que nos lleva a las feministas moderadas a hacer uso del “doblepensar” orwelliano
Claudia Peiró, en su artículo, supo cómo poner los puntos sobre las íes. Agradezco su texto (que envié a varios conocidos) y nos llevó a reflexionar -como cada 8M- sobre este tema. Un título que, aunque invita a leer por curiosidad, te atrapa en el tejido de cada uno de sus argumentos. Además, en el espacio que tuvo, planteó múltiples tópicos sensibles.
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Me gustaría expresar mi opinión respecto dónde veo mi lugar en esta sociedad llena de odio, que se olvidó de las normas del buen hablante y del buen oyente, que parece repudiar la disidencia y que nos lleva a las feministas moderadas a hacer uso del “doblepensar” orwelliano.
También me he preguntado varias veces por qué tanto odio hacia el género masculino, por qué está mal visto ser heterosexual. Me llena de asombro escuchar que no soy una mujer moderna porque me gusta maquillarme, ser coqueta, depilarme los vellos (principalmente porque tengo hirsutismo y me da calor). ¿Está tan mal? Es decir, para ser una buena feminista -siguiendo esa lógica- tendría que odiar a mi hermano, deshacerme de ese acto de amor propio que para mí representa usar colores en mi rostro para resaltar mi belleza y dejarme crecer los vellos solo porque son un indicador de “liberación”.
Entonces, ¿qué es realmente la libertad? Hay varias clases, claro: libertad de expresión, de prensa, de pensamiento, culto y religión. Pero parece que, conforme pasan los años, peligran más y más. Imagínese usted ser inmigrante -como yo- que debo morderme la lengua cuando quiero dar una opinión sobre el país que me recibió hace 4 años, que adoro y se ha convertido en mi hogar.
Argentina, tierra de oportunidades. Llena de colores, diversidad, cultura, historia. Me duele ver cómo el país ha cambiado tanto. Ser inmigrante es estar expuesto a la xenofobia y que digan cosas como “devuélvete a tu país” o -peor aún- “muerto de hambre”. ¿Es justo eso? No lo es. Y esas frases se dicen sin reparo en cotidianidades.
He intentado establecer debates en mi círculo de amistades. Imposible. El radicalismo les ha comido la cabeza
Si de por sí estoy expuesta a ese tipo de ataques, no quiero imaginar qué pasaría si diera mi opinión respecto al 8M. He intentado establecer debates en mi círculo de amistades. Imposible. El radicalismo les ha comido la cabeza. No se puede hablar con quien no está abierto a oír.
Winston Churchill dijo una vez: “Coraje es lo que se necesita para pararse y hablar. Pero mucho más para sentarse y escuchar”. ¿Se imagina si dijera esa frase al movimiento feminista? Me recriminarían por el simple hecho de citar a Churchill, un varón. Claro está que no fue ningún santo, pero esta frase lapidaria y duradera, podría ser más útil que rayar las paredes de Buenos Aires con “Nadie nace CIS” o “Hazte lesbiana” y mil más.
También me pregunto: ¿dónde estaba el movimiento feminista cuando sucedió el crimen de Lucio Dupuy? ¿Cómo se sintieron dentro de las filas del lesbofeminismo al ver que unas mujeres fueron capaces de cometer tal atrocidad? ¿Dónde estaban cuando mujeres de otras nacionalidades fueron violadas y abusadas? ¿Dónde están cuando a los hombres también se les ve agredidos en la calle por féminas?
Hay cosas que entiendo, y otras que no. Por ejemplo, no entiendo la necesidad de destruir las instituciones. No entiendo el odio hacia la iglesia católica. ¿Que tiene infinidad de fallas y pecados? Indudablemente. Pero, ¿es necesario destruir? ¿Han pensado en las abuelas que son creyentes? Porque hubo un tiempo en el que yo tenía fe en Dios y asistía a misa.
¿Sabe qué vi? Que ocho de diez asistentes en la misa eran mujeres. ¿Y sabe qué descubrí? Que en la iglesia a donde iba, el padre predicaba el evangelio de forma moderna. No regañaba a la mujer por comerse la manzana. Todo lo contrario. Enseñaba de otras maneras, él mismo cuestionaba lo que decía la Biblia porque, claro, ha pasado más de mil años y esas palabras ya no tienen sentido.
Entonces, no entiendo. No se puede criticar aquello que no se conoce.
Es más, cuando la época de la recolección de firmas para el aborto legal, en plena avenida Corrientes me detuvo una chica muy joven para que firmara la petición, le pregunté una cosa muy sencilla: “¿Tú sabes lo que es la pirámide de Maslow?”, su respuesta fue un “No”. Le firmé la planilla porque -por supuesto- que estoy de acuerdo con el aborto legal y seguro.
¿Pero esta juventud sabe qué es lo que reclama? ¿O solo repiten un discurso? ¿Serán capaces de cuestionar los postulados? A lo mejor lo hacen, a solas, en silencio. Quizás la respuesta esté en la misma nota de Peiró. No hablan “por temor, por comodidad o por conveniencia. Diferenciarse cuesta. Seguir la corriente tiene más rédito”. ¿Estaría de acuerdo?
Y aquí nadie se pregunta: ¿quién las financia? ¿Amnistía Internacional? ¿El Estado? El mismo Estado que cuando vas a la comisaría a denunciar que una vecina está siendo golpeada, porque la escuchas por la ventana, te dice que no pueden hacer nada porque son cuestiones maritales y -a menos que haya sangre- no se hace nada. ¿Por qué no reclaman eso? ¿Por qué, en lugar de llenar las escuelas con ideologías queer y lenguaje de género, no se preocupan por el acceso a internet de los niños, niñas y adolescentes?
El acceso a internet es un privilegio. Es más, el acceso a internet debería ser un derecho humano. ¿Por qué? Porque con internet entramos a la era del conocimiento, accedemos a información útil. Esa debería ser una de las tantas luchas.
Que ser mujer es difícil no se niega. ¿Pero sabe qué es triste? Ver aquellas que se autoproclaman “sororas” pero son capaces de meter el pie para que otro caiga. No les creo. Al igual que no me creo el cuento de los hombres que dicen estar “de-construidos”. No me creo tampoco la inclusión forzada en el lenguaje. Si creen que porque usen la “e” para reemplazar el género estamos salvadas de la desigualdad, entonces quiere decir que no han aprendido nada.
Sin nada más que agregar, disculpen la extensión del texto y alguna ambigüedad que haya surgido. Nunca dejen de escribir y publicar contenidos llenos de matices, contrastes y veracidad.
Yo también vengo del periodismo y me parece que hoy, más que nunca, hace falta un buen uso del oficio.
[La autora es comunicadora social]
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