El Papa Francisco es un servidor de la unidad entre todos los seres humanos

El aniversario de su pontificado nos da una nueva oportunidad para leer sus escritos, reflexionarlos y meditarlos

Guardar
El Papa Francisco durante uno
El Papa Francisco durante uno de sus viajes. (REUTERS/David Cerny)

Tengo grabado en mi memoria la tarde del 13 de marzo de 2013. Jamás imaginé que el Cardenal Bergoglio podía ser elegido Papa. Es más, pocos días antes habíamos estado conversando en la Curia de Buenos Aires sobre su renuncia y proyectos de dedicarse a colaborar con el Santuario de San Cayetano o el de San Pantaleón, viviendo probablemente en el hogar sacerdotal de la calle Condarco.

Mi alegría fue inmensa, estaba hondamente emocionado, pedí tocar las campanas de la Catedral. Él había sido mi Obispo varios años siendo yo párroco en Buenos Aires, luego en el 2006 fui designado como su Obispo auxiliar, hasta que en el año 2009 vine a San Isidro.

Era tal mi alegría que esa noche soñé que no era verdad, en mi sueño un Cardenal vestido de rojo me insistía por señas de que no era verdad. Era pura ilusión, pero al despertarme con mucha alegría comprobé la realidad. Como quien tiene que tocarse la cara varias veces para confirmar la veracidad de lo que sucede. Rápidamente le escribí contándole todo esto y él me respondió con una carta que atesoro en mi corazón porque claramente identifica su persona con la misión que el Señor le da. Me dijo así: “tu carta me dio alegría, yo también pensé que era muy loco lo que pasaba cuando iban subiendo los votos en el cónclave, pero de pronto experimenté una paz que de movida me di cuenta de que no venía de mí. Me siento blindado por esa paz, y gracias a esa paz sobrevivo.”

Él nos enseña en su carta sobre la alegría del Evangelio que la misión “no es una parte de mi vida o un adorno que me puedo quitar, no es un apéndice o un momento más de la existencia, es algo que yo no puedo arrancar de mi ser, si no quiero destruirme: yo soy una misión en esta tierra y para eso estoy en el mundo” (EG 273). Él asumió en plenitud esta misión del Espíritu Santo y lo podemos comprobar fácilmente cuando disfruta del contacto cercano con la gente en las audiencias de los miércoles, en sus viajes, y en cada entrevista que concede diariamente a personas y grupos, desarrollando un trabajo incansable que me despierta una verdadera admiración.

En mi primera entrevista le dije que había observado que en esta etapa estaba mucho más cerca de los medios de comunicación. Me contestó: “sentí en mi corazón que el Señor me decía que el secreto de la comunicación es ser auténticamente yo mismo, que sea sincero, auténtico y que me exprese tal cual soy”. La contundencia de esta afirmación me pareció clave, ya que en estos 10 años ha tenido un contacto directo y frecuente con la prensa, muy superior a la de cualquier otro Pontífice, con las ventajas y los riesgos que esto supone, sobre todo para aquellos a quienes les gusta hacer interpretaciones sobre sus mensajes.

Le tocaron en estos 10 años cuestiones realmente difíciles: la reforma de la Curia Romana, que era algo previamente conversado entre los Cardenales antes del cónclave, los abusos en el seno de la Iglesia, la pandemia y la guerra. Me detengo brevemente en la pandemia: es imposible olvidar la imagen del 27 de marzo de 2020, cuando en absoluta soledad en la enorme Plaza de San Pedro hace su oración ante la Cruz y la Virgen, después de haber comentado el Evangelio de San Marcos que nos narra la tempestad sosegada por Jesús. “Estamos anestesiados y perdidos en la tempestad, todos en la misma barca, frágiles y desorientados, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de consuelo y al mismo tiempo importantes y necesarios. La tempestad desenmascara falsas seguridades y hace caer el maquillaje con que disfrazamos nuestros egos. Creíamos que podíamos seguir sanos en un mundo enfermo. Necesitamos del Señor como los antiguos marineros las estrellas, estamos redescubriendo que todo esta conectado, nuestra vida esta sostenida por personas comunes”.

Esta reflexión nos hizo ver que el Papa veía en la pandemia una oportunidad para vivir la cultura del cuidado, de la que tan claramente nos había hablado en la Encíclica Laudato SI. Durante toda la pandemia no dejó de iluminar y dar sentido a la misma a través de sus homilías en Santa Marta, y de sus catequesis, especialmente de aquellas llamadas “para curar el mundo”. Nunca dejó de decir que de esta situación salimos mejores o peores, y que esto puso a prueba nuestra condición de participar de una misma humanidad. No se cansó de destacar las actitudes heroicas y de auténtico sentido fraterno que se dieron en la pandemia, a través de personas anónimas y del esfuerzo diario de médicos, enfermeros, enfermeras, y de todos aquellos que aportaron lo mejor de sus personas para ponerse al servicio de los demás.

Cuando los apóstoles despiertan a Jesús que está durmiendo en la barca, mientras los azota la tormenta, él les responde: ¿Por qué tienen miedo, por qué no tienen fe? ¿Cómo concibe la Fe nuestro Papa Francisco? Él recoge la enseñanza del Papa Benedicto recientemente fallecido un texto que repite varias veces: ¿Qué te da la fe? La fe te da una familia… La fe nos libera del aislamiento del yo y nos lleva a la comunión. El encuentro con Dios es en sí mismo y como tal, encuentro con los hermanos. Es un acto de convocación, de unificación y de responsabilidad hacia los demás”. Por eso Francisco nunca separa el acto de fe del compromiso y del servicio concreto a los hermanos. De allí la insistencia constante en su Pontificado, llamando a la Iglesia a colocarse al lado de los últimos y de los descartados. Francisco habla mucho con los gestos, su primer viaje fuera de Roma en julio de 2013, fue a la Isla de Lampedusa. Allí retomando el magisterio de San Juan Pablo ll nos habló de la globalización de la indiferencia. En esa Isla trágica, cerca de la cual han perdido la vida miles de personas huyendo de la guerra y del hambre, el Papa ha querido rezar por ellos arrojando una corona de flores al océano y preguntando al mundo si por el hecho de nacer en un lugar donde se vive una situación tan penosa para poder subsistir, un ser humano no tiene la misma dignidad y los mismos derechos que todos. Si por haber nacido sometido a estas circunstancias dolorosas, es culpable de su destino. Francisco, desde ese lugar, hace un conmovedor llamado a la responsabilidad que supone participar de una misma humanidad, en la que nadie debe ser excluido ni descartado, y por supuesto para los cristianos un llamado a la responsabilidad que crea la fe. La fe cristiana no es una evasión del mundo ni una técnica para lograr la tranquilidad espiritual a través de una piedad individualista, tampoco es una ONG que se dedica a servicios sociales. La fe cristiana une admirablemente la unión profunda con Jesús y el compromiso servicial con el prójimo, no son realidades separadas.

Los cristianos adoramos a un Dios que nace pobre, vive pobre y muere pobre, para enriquecernos con su pobreza como dice San Pablo. De allí que la pobreza espiritual que nos identifica con Jesús, nos da una enorme libertad para poder relacionarnos con Dios, con las personas y con todos los seres. Sin embargo, al mismo tiempo, todo el Evangelio está atravesado por la misericordia y la compasión de Jesús que busca la promoción de los pobres, débiles y sufrientes para que puedan recuperar su dignidad de hijos de Dios y gozar plenamente de sus derechos.

El Papa Francisco es un servidor de la unidad entre todos los seres humanos. Ha desarrollado una intensa actividad interreligiosa, reflejada en el documento de Abu Dabi firmado con el Imán Ahmad Al Tayeb, que intenta poner a todas las confesiones religiosas al servicio del diálogo y de la paz. Allí se dice claramente que Dios no necesita ser defendido ni quiere que se lo instrumente para cualquier acto de violencia en su nombre. Allí se destaca el rol de la mujer en el trabajo, en la educación y en la política. En ese documento histórico se hace un llamado a vivir el diálogo como único camino, la colaboración mutua como conducta y el conocimiento recíproco de las diversidades como método y como criterio. Ha desvelado al Papa en estos 10 años el tema de las diversidades y de las diferencias y la posibilidad de encontrar un diálogo que supere la rigidez que nos impide escuchar de un modo activo al que es diferente y percibir con agudeza lo que se expresa detrás de las palabras, para poder encontrar nuevos caminos para la paz.

Hace 5 años un grupo de personas de distinto pensamiento y sensibilidad le escribió una carta felicitándolo por el aniversario de su Pontificado. Él respondió sintiéndose muy complacido de que le hubieran escrito personas que provenían de distintas extracciones culturales y políticas. Y allí nos decía: “Si alguna vez se alegran por cosas que yo pueda hacer bien, quiero pedirles que las sientan como propias. Ustedes son mi pueblo. El pueblo que me ha formado y me ha preparado. Y también me ha ofrecido al servicio de las personas”. Pienso que los argentinos y argentinas hemos ofrecido al mundo a una persona formada entre nosotros, que ha desarrollado virtudes que también son nuestras, nuestra capacidad de vincularnos cercanamente con las personas, que es tan propia de nuestra vida familiar. Nuestro modo de hablar y de expresarnos buscando continuamente la comunión y la comprensión del otro y al mismo tiempo, especialmente en el caso de él, la necesidad de sentirse acompañado por todo su pueblo. Esto lo ha puesto de manifiesto en su primer gesto en el balcón de la Plaza de San Pedro al ser elegido, inclinando su cabeza para que el pueblo reunido allí, esperando al nuevo Papa, rece por el y pidiendo la bendición para sí mismo antes de darla a todo su pueblo.

Pienso que este aniversario nos da una nueva oportunidad para leer sus escritos, para reflexionarlos y meditarlos. Esto a veces supone hacer un alto en nuestro camino y detener nuestra velocidad habitual ya que necesitamos reflexionar sobre los rumbos de nuestra vida y de nuestra sociedad. Vivimos un tiempo de confusión y desorientación, el servicio de la palabra y el Magisterio del Papa Francisco puede ayudarnos a aclarar el pensamiento y el corazón y disponerlo a vivir una autentica fraternidad entre nosotros, aceptando y honrando las diferencias.

Seguir leyendo:

Guardar