Cuatro principios, muchas preguntas y la tarea pendiente de la diversidad reconciliada

A diez años del papado de Francisco, una recorrida por los cuatro principios del Sumo Pontífice que orientan la convivencia social

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Ni bien fue nombrado, Francisco saludó a los feligreses desde el balcón central de la Basílica de San Pedro
Ni bien fue nombrado, Francisco saludó a los feligreses desde el balcón central de la Basílica de San Pedro

Cumplidos 10 años de papado de Francisco, se me ocurre que la mejor manera de “rendir homenaje” (sospecho que ya este fraseo no le gustaría al Papa) a su obra en esta década, es trayendo parte de su profunda y potente prédica para iluminar o, al menos, poner en crisis nuestro presente. En vez de enumerar o resumir todo su legado de estos primeros diez años, cosa que se ha hecho y mucho mejor de lo que aquí se podría hacer, interpelar nuestro presente con preguntas que surgen de sus enseñanzas.

Dado que quien escribe se reconoce vocacionalmente como político y es parte de la Escuela Política Fratelli Tutti, una comunidad de aprendizaje para hombres y mujeres con vocación política, cada una de las preguntas que surjan de cada principio están dirigidas a quienes comparten ese hermoso y profundo llamado a servir a sus comunidades a través de la política.

Lo que sigue es un muy limitado y parcial: un intento de tomar cuatro principios que el Papa propone desde hace décadas (la primera versión es del ´74, cuando era Provincial de los Jesuitas) para orientar “el desarrollo de la convivencia social y la construcción de un pueblo donde las diferencias se armonicen en un proyecto común”.

1° El tiempo es superior al espacio

Toda transformación social profunda, todo camino que se enraiza realmente en el pueblo, lleva tiempo y se nutre del tiempo. Los aprendizajes se dan con tiempo, los cambios de hábitos se dan con tiempo, las reformas estructurales se dan con tiempo.

Muchas veces, convocados por un sano deseo de hacer bien, ponemos toda nuestra atención en hacer los cambios “ya mismo” y, por lo tanto, en ocupar los espacios que nos permitan hacer esos cambios. La política se transforma así en un ejercicio de cálculo y negociación constante, para ver quién se queda con qué “puesto”, perdiendo de vista que toda transformación sustantiva necesita de esos espacios, pero mucho más necesita iniciar procesos que involucren a las distintas fuerzas vivas de la comunidad para poder sostenerse.

En palabras del Papa Francisco “darle prioridad al espacio es ocuparse de iniciar procesos más que de poseer espacios. Se trata de privilegiar acciones que generen dinamismos nuevos en la sociedad e involucren a otras personas y grupos que las desarrollarán, hasta que fructifiquen en importantes acontecimientos históricos”.

En nuestra actividad política, ¿tomamos dimensión de la importancia de iniciar procesos enraizados? ¿Le ponemos conciencia a los espacios que ocupamos poniéndolos al servicio del proceso iniciado?

2° La unidad es superior al conflicto

En política, con los conflictos, siempre hay dos grandes tentaciones: la primera es ignorarlos, disimularlos, pretender que con una buena administración podemos satisfacer las necesidades y deseos de cada persona y comunidad. La otra es quedarse atrapados en el conflicto, desarrollar una identidad en contra de otro, perdiendo la propia riqueza, y pretendiendo que el objetivo último de la política sea ganar ese conflicto corriendo al otro del juego.

Al respecto, Francisco dice: “El conflicto no puede ser ignorado o disimulado. Ha de ser asumido. Pero si quedamos atrapados en él, perdemos perspectivas, los horizontes se limitan y la realidad misma queda fragmentada. Cuando nos detenemos en la coyuntura conflictiva, perdemos el sentido de la unidad profunda de la realidad.”

Asumir el conflicto implica una de las tareas más desafiantes que enfrenta cualquier persona que quiera hacer política: la aceptación del otro, de su dignidad, de su humanidad; la toma de conciencia de que pese a nuestras diferencias ideológicas, políticas o identitarias, ese “otro” tiene el mismo derecho que cualquiera a habitar este suelo y a querer representar a los miembros de la comunidad que compartimos.

Más difícil aún es tener la grandeza de dar el primer paso, de abrirse a la posibilidad del encuentro cuando el otro parece cerrado o negado al diálogo. Sin embargo, de esta grandeza y de esos primeros pasos están hechas la historias de grandes transformaciones humanas que solemos admirar.

Tal vez allí esté la clave: en tener el coraje de construir con quien piensa distinto una comunidad en la cual cada uno sea recibido desde su unicidad y tenga las herramientas para poder desplegar todo su potencial. Este lugar de llegada, esta comunidad que abraza, según el Papa, “supera cualquier conflicto en una nueva y prometedora síntesis. La diversidad es bella cuando acepta entrar constantemente en un proceso de reconciliación, hasta sellar una especie de pacto cultural que haga emerger una diversidad reconciliada”.

Y volviendo a las preguntas que podríamos hacernos:

¿Cuáles son los grandes conflictos de nuestra comunidad? ¿Qué componentes de esos conflictos se sustentan en diferencias reales que deben ser respetadas y sostenidas? ¿Cuáles responden a miedos o ambiciones de los “líderes” y no a las necesidades y anhelos de las comunidades a las que representan? ¿De qué parte de esos conflictos podemos hacernos cargo y tomar responsabilidad en la búsqueda de promover una cultura del encuentro?

3° La realidad es más importante que la idea

La actividad política está siempre en riesgo de enamorarse de discursos, relatos, planes estrafalarios, ideologías cerradas o interpretaciones de la realidad que no entran en diálogo ni con la realidad misma, ni con las interpretaciones de otros.

Quien haya hecho política y se haya equivocado, como quien escribe, pretendiendo que esos planes o ideas fueran más relevantes que la realidad, sabe de lo que aquí se habla. Siempre, siempre, debemos partir de lo que es, de la realidad concreta de las comunidades a las que servimos quienes sentimos el llamado de la vocación política. Lo primero que importa es el dolor de la comunidad a la que servimos, la carencia concreta, la necesidad a cubrir, luego vienen los grandes proyectos, las grandes ideas, los grandes debates.

Nuevamente Francisco nos llama desde Evangelli Gauidum: “Hay políticos —e incluso dirigentes religiosos— que se preguntan por qué el pueblo no los comprende y no los sigue, si sus propuestas son tan lógicas y claras. Posiblemente sea porque se instalaron en el reino de la pura idea y redujeron la política o la fe a la retórica. Otros olvidaron la sencillez e importaron desde fuera una racionalidad ajena a la gente”.

A la luz de este principio podríamos preguntarnos: Los proyectos y agendas que estoy impulsando, ¿se inspiran y nacen en la realidad de la comunidad a la que sirvo o en las ideas/ideologías que profeso? ¿Es posible integrar las ideas y valores de las que me nutro con la realidad concreta de mi comunidad?

4° El todo es superior a la parte

Para graficar este principio creo es necesaria la imagen del poliedro introducida por el Papa: “El modelo no es la esfera, que no es superior a las partes, donde cada punto es equidistante del centro y no hay diferencias entre unos y otros. El modelo es el poliedro, que refleja la confluencia de todas las parcialidades que en él conservan su originalidad”.

La tensión entre priorizar al “todo” o a la “parte” está en el corazón de toda comunidad política. Como toda tensión, no tiene una solución final, estática, perfecta. Una y otra vez tendremos que debatir como sociedad sobre lo público y lo privado, el grupo y el individuo, el todo y la parte. Creo que es potente la imagen del poliedro porque justamente no da una solución final, sino que cuida ambos polos de la tensión, la del todo y la de la unicidad de la parte, la de la comunidad en general y lo inviolable de la dignidad de cada persona, y nos da una clave para hacer política desde ahí.

Inspirados entonces por este último principio, podemos preguntarnos:

¿Generamos las condiciones para poder tener un proyecto en común permitiendo a su vez que se despliegue el potencial de cada persona? ¿A la hora de pensar mi comunidad/mi país, lo hacemos desde modelos que uniforman a quienes lo habitan o nos abrimos al vértigo de la diferencia? ¿Tenemos siempre como principio inviolable a la dignidad de todos y cada uno de los que conforman la comunidad?

Para terminar, y para que la mirada y la obra del Papa nos siga interpelando, comparto algunas líneas de su último libro “Os ruego en nombre de Dios”. En el Capítulo N° 4, donde vuelve a hablar específicamente de la importancia de la política y destaca la enorme obra de Scholas Ocurrentes en Argentina y en el mundo promoviendo el involucramiento de los jóvenes en la construcción de una cultura del encuentro. Dice el Papa: “Creo en la Política, con ‘P’ mayúscula, como herramienta de transformación para la vida de nuestros hermanos y hermanas. Creo en una Política que sea servicio y se muestre como guía para que el pueblo se organice y exprese”.

Qué gran cosa para lo que tenemos vocación política e intentamos, con más errores que aciertos, hacer el camino del servicio, tener un Papa que ponga siempre en el centro la Política, a contramano de la cultura actual. Estamos llamados a estar a la altura, a dejarnos interpelar por su palabra, su obra, su ejemplo y a poder construir comunidades donde cada uno pueda desplegarse y la diversidad sea reconciliada.

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