La dinámica de la economía en el último quinquenio dibujó una “V” entre la crisis y su recuperación, pero en igual período los salarios dibujaron una “L”. En números, los salarios registrados tanto del sector público como del sector privado reflejaron una caída del 24%, en tanto que las jubilaciones acusaron una disminución del 31%, en ambos casos en valores reales.
Ahora bien, los ingresos del sector privado no registrado mostraron una dinámica todavía peor. Simplemente no pararon de caer. Primero por los años de crisis y luego por la aceleración de la inflación a tres dígitos al año, y hoy se encuentran por el piso, con una pérdida acumulada del 36% en su poder de compra.
Específicamente, durante los últimos dos años que duró el rebote económico, los ingresos reales de los trabajadores en la informalidad cayeron: 7,1% en 2021 y 7,6% en 2022, en ambos casos en el promedio anual.
Y así como los ingresos informales no dibujan un “V” acompañando el rebote económico, y menos una “L” como los salarios de los registrados o las jubilaciones, los ingresos de los informales describen una barra invertida “\”, un tobogán que no detiene la pendiente negativa, según surge de los datos del Indec.
Es de destacar que cuando se analizan los ingresos de los asalariados registrados, se habla de más de 9,6 millones de puestos de trabajo entre el sector público (3,4 millones) y el sector privado (6,2 millones), que tras la crisis y la brecha cambiaria quedaron con un salario promedio cercano al equivalente de USD 500 por mes.
En el caso del sector pasivo, involucra a un universo de 6,9 millones de personas entre jubilados y pensionados, que tras las reformas previsionales y la brecha cambiaria quedaron con un haber promedio equivalente a USD 200 mensuales.
El sector registrado en relación de dependencia quedó tras la crisis y la brecha cambiaria con un salario promedio cercano al equivalente de USD 500 por mes
Mientras que, el sector privado no registrado comprende a 7,5 millones de personas entre asalariados y cuentapropistas, que, tras la crisis, la aceleración de la inflación a tres dígitos y la brecha cambiaria, quedaron con ingresos por su actividad informal cercano a 200 dólares mensuales.
El colapso en los ingresos en la informalidad acentuó la nueva realidad de “trabajadores pobres”
Según las últimas estimaciones oficiales, la mitad de los asalariados informales son pobres. Más de 3,5 millones de personas. Una parte importante de ellos cobran planes sociales y suman cerca del equivalente de USD 100 adicionales por mes a sus ingresos y aun así la mayoría están bajo la línea de pobreza, no pueden comprar la canasta básica total (de alimentos y servicios).
El colapso en los ingresos en la informalidad acentuó la nueva realidad de trabajadores pobres
El informe oficial resalta: “Casi la mitad de los hogares en donde al menos uno de los responsables del hogar es un asalariado informal, se encuentran en situación de indigencia o pobreza. Esta situación se atenúa en aquellos hogares donde el otro miembro de la pareja tiene un trabajo formal (asalariado o no), o bien éste ya se encuentra jubilado”.
Cabe recordar que desde que Argentina dejó de crecer (2011), su población creció en 5,0 millones de habitantes y en paralelo el empleo total aumentó en 4 millones. De ellos 1 millón de empleados públicos, 1 millón de monotributo y 2 millones de puestos en plena informalidad.
Y se destaca que el empleo creado bajo el monotributo fue sólo en las primeras categorías y por tanto declarando ingresos por debajo de la línea de pobreza. Informalidad y el monotributo se transformaron en sinónimo de “trabajadores pobres”.
En definitiva, la falta de crecimiento económico neto en la última década generó un cambio estructural en el mercado laboral. Solo crece el empleo público y el monotributo entre los registrados, mientras explota la informalidad en el mercado laboral para la inmensa mayoría de los ciudadanos.
Esta explosión del mercado laboral donde resalta la precarización y el empleo público no es otra cosa que el resultado de la prédica de las últimas dos décadas, donde Argentina pasó sin escala “de la cultura del trabajo, a la cultura de la dádiva”. El Gobierno fue cambiando empleo por planes, y los salarios por subsidios.
Solo crece el empleo público y el monotributo entre los registrados, mientras explota la informalidad en el mercado laboral
El incremento de la informalidad en el mercado laboral es de tal magnitud que el sindicalismo desapareció de la escena política, se limitó a cuidar la millonaria caja de las obras sociales.
Los sindicatos desaparecen junto al empleo en blanco y son reemplazados por las llamadas “organizaciones sociales” en representación de quienes cobran planes asistenciales y trabajan en la informalidad.
Nada de esta realidad se prevé cambiará durante 2023 dado que el cambio exige el abandono del actual modelo económico, cosa que no sucederá con este Gobierno.
Pero la falta de crecimiento económico es sólo la mitad del problema. La Argentina se debe una reforma laboral que baje costos impositivos, y en paralelo una reforma sindical que devuelva al trabajador el dinero de las obras sociales y el aporte sindical. Y con el dinero nuevamente en la mano, que el trabajador decida en plena libertad si quiere afiliarse al sindicato, si quiere una obra social o una prepaga, tal como sucede en cualquier país.
La falta de crecimiento y la ausencia del debate público de estas reformas sólo hacen que aumente cada vez más los trabajadores informales en Argentina.
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