Como muchos argentinos, he tenido la suerte de estar junto a Francisco antes y después del inicio de su papado, que cumple 10 años.
Cada ocasión estuvo motivada en diálogos que promovieron consensos para acciones concretas que dieran señales claras de la necesidad impostergable de trabajar por la erradicación de la violencia de todo tipo entre nosotros, de ser inspirados en la grandeza del diálogo interreligioso, de andar juntos en pos de la inclusión y de apostar irrenunciablemente a la paz en el mundo.
La vida pública nos encontró en imborrables reuniones en el Arzobispado porteño, la DAIA, el Vaticano y Armenia, en sus históricos viajes.
De todas estas experiencias de vida inolvidables y de aprendizaje infinito hay un hito que, en quienes fuimos partícipes, ocupa un lugar especial y cuyo recuerdo alumbra los principios y valores de vida que defendemos y propiciamos.
El 20 de marzo de 2019, una delegación de 40 dirigentes de colectividades fuimos recibidos por él en el auditorio Paulo VI.
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Fue un viaje que tuvo la única misión de mostrar al mundo y en especial a nuestra sociedad, el profundo significado que le damos a la convivencia, al encuentro en la diferencia, la decisión de conformar y sostener a través del tiempo un verdadero mosaico de identidades donde el conjunto luzca con el brillo de cada parte que lo integra. El documento que se le entregó, firmados por todos, así lo refrenda.
Un proyecto que se inscribió dentro de nuestros objetivos planificados y respetados de pluralismo cultural de la Secretaría de Derechos Humanos. Eran los días difíciles en los cuales la agenda mundial tenía como urgencia la absorción de miles de refugiados, especialmente a causa de la guerra que desangraba a Siria. Recordemos también con orgullo, que Argentina fue de los primeros gobiernos del mundo en adherir al plan de recepción de inmigrantes.
La noticia del encuentro recorrió el mundo. Las mismas colectividades, con sus importantes redes de comunicación, lo hicieron posible.
El título en los medios lo escribió Francisco cuando con absoluta espontaneidad y sinceridad, al vernos allí aguardando, rompió todo protocolo y expresó de viva voz su placer por vernos a todos juntos dando vida a esta paleta multicolores. “Claudio, los juntaste a todos, un milagro” fueron sus palabras.
Fue un abrazo genuino, de alegre celebración, de enorme ternura.
Un abrazo que nos mostró que ése era el camino a transitar: el del encuentro de la gente con la gente, pensando para bien, haciendo el bien, sin otra especulación que el bien común.
Estas líneas son para traer al presente una experiencia única en el mundo, que consolidó una idea y una manera de pensar la política de Derechos Humanos y Pluralismo Cultural nacida en 2007 en nuestra gestión de gobierno en la Ciudad de Buenos Aires, profundizada luego en la Nación, en la cual la centralidad está en las personas, con su innato e irrenunciable deseo de vivir en el respeto, con reconocimiento recíproco, en la convivencia creativa y propositiva que eleve cada día nuestra calidad de vida.
El encuentro con Francisco nos reafirmó en nuestras convicciones. Hizo visible la tarea diaria que llevamos a cabo y ayudó enormemente a que Argentina se vea a sí misma y se muestre como ejemplo ante el mundo. Quien quiera ver que vea.
Su abrazo, su bendición y sus palabras de aquel día siguen sintiéndose aún hoy muy fuerte en cada uno de los que estuvimos allí.
[El autor es presidente honorario del Museo del Holocausto y ex secretario de Derechos Humanos y Pluralismo Cultural de la Nación]
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