La situación en Rosario es dramática. Las bandas narcos parecen ser las dueñas del territorio. La balacera al supermercado de la familia de Messi le dio al problema trascendencia mundial. La ráfaga de ametralladora lanzada desde un auto contra cuatro niños que jugaban en la vereda y se llevó la vida de Maxi Jerez, alumno de la escuela 1344 de apenas 11 años, mostró un grado de brutalidad y de desprecio por la vida que nos llenan de angustia. Ya son seis los menores asesinados este año y durante el 2022 fueron más de treinta.
El lunes las banderas estuvieron a media asta en las escuelas y también en nuestro Monumento a la Bandera. En las escuelas se leyó una carta que trataba de poner palabras frente a tanta violencia. Por la tarde, luego del entierro del niño, un grupo de vecinos protagonizó una pueblada en barrio Los Pumitas e hizo lo que la policía y las autoridades no hacen: enfrentó a las bandas narcos destruyendo los bunkers de la zona. Luego circularon por las redes distintas amenazas.
Las autoridades de gobierno reiteraron las condolencias, lamentos y explicaciones conocidas. El martes el Presidente Alberto Fernández anunció el envío de nuevos contingentes de gendarmes y la llegada del ejército para tomar tareas en los barrios. Como docentes nos vemos obligados a expresar nuestra profunda preocupación.
México, el terrible “espejo que adelanta”
En septiembre de 2014 nos conmovíamos con una noticia que llegaba de México. Un colectivo en el que 43 estudiantes viajaban desde Ayotzinapa hacia el Distrito Federal había sido detenido por tropas del Ejército y la policía. En un hecho difícil de explicar los 43 estudiantes fueron desaparecidos y nunca más se supo de ellos.
Al año siguiente un grupo de familiares estuvo en Rosario dentro de una caravana por países de la región buscando solidaridad en la lucha por la aparición con vida de los estudiantes.
Con la charla con estos familiares y la lectura de diversos materiales conocí mejor una realidad aterradora: en México los carteles de la droga se habían hecho dueños de la situación. La complicidad del poder político (con el entonces Presidente Peña Nieto a la cabeza) y del poder judicial eran evidentes. Las distintas agencias policiales eran parte principal del negocio.
Todo había pegado un salto a partir del 2006 cuando el Presidente Felipe Calderón dio la orden de que el Ejército fuera parte de la lucha contra los narcos. Entonces el número de muertos tomó niveles desoladores. ¡Ya suman más de 300 mil! En algunos años la cifra superó los 30 mil. Hoy el Ejército es el socio principal en México del inmenso negocio del tráfico de drogas a EEUU.
Días pasados me entrevistaban de una radio de Córdoba sobre la situación en las escuelas de Rosario y recordaban un reportaje del 2011 a una docente mexicana: la compañera relataba una jornada escolar en que había debido tirarse al piso junto con sus alumnos de apenas 7 años por las balaceras que estaban recibiendo y que a ella en esa ocasión se le ocurrió contener a los chiquitos agazapados bajo los pupitres cantando la canción que para esos días estaban aprendiendo.
En este doloroso paralelo con ese hermano país que se nos aparece como un terrible “espejo que adelanta” habría que incorporar sin dudas como un elemento fundamental y estructurante el imparable crecimiento de la pobreza y la desigualdad en los dos extremos de nuestra América Latina con sus venas cada día más abiertas.
El fracaso de las respuestas ensayadas
La violencia narco se instaló en las calles rosarinas hace ya tiempo. Algunos lugares son particularmente castigados (en general las barriadas más pobres) pero toda la región padece la gravedad de la situación como lo muestra la difundida balacera al supermercado de los Rocuzzo.
El reclamo primero, natural, casi automático fue el de mayor presencia policial. Para protegerse la ciudad se encierra su casa, no sale más que lo indispensable. Y la persona que se ve obligada a trasladarse al trabajo, a la escuela, a hacer las compras o adónde sea necesita ver un patrullero que la cuide frente a la tremenda sensación de desamparo.
El poder político no ha sido sordo a este reclamo. Cada año se ha anunciado inversión en nuevos móviles policiales, la incorporación de centenares de agentes a la policía, la compra de sofisticado armamento y, repetidas veces, el “desembarco” de tropas federales (Policía Federal, Gendarmería, Prefectura). Con este anuncio del presidente se concreta el octavo dispositivo nacional. Pero el resultado es inapelable: el crecimiento de las fuerzas de seguridad ha ido en un evidente paralelo con el crecimiento de las bandas narcos, de la violencia, de la inseguridad y de la muerte. En el 2022 coincidieron dos récord: los 288 muertos que se dieron en el año con la mayor presencia de fuerzas de seguridad nacionales en nuestra región. ¿Como no sacar de esto alguna conclusión? ¿Cómo pensar que la misma lógica de intervención va a traer resultados diferentes?
Nadie puede desconocer el pleno protagonismo policial en el delito. Cada vecino sabe dónde están los bunkers. Y es una postal repetida la llegada al bunker del patrullero que pasa a buscar su parte en el negocio. Todas las bandas de la región son bandas narco-policiales.
Pero la cadena de responsabilidades no se detiene en el barrio. Toda la jerarquía policial es parte del negocio. También, inevitablemente, hay responsabilidades y complicidades en el poder político y en el poder judicial.
La mirada desde el gremio docente
Exigimos que nos cuiden. A nosotros, a nuestros chicos. Entrar y salir de la escuela no puede ser una tarea de riesgo. Pero no queremos asistir a una escalada en la respuesta represiva que solo traiga más muerte. La respuesta hay que buscarla por otro lado.
En muchos barrios de la ciudad falta de todo. Falta agua, falta luz, falta pavimento, falta higiene, falta iluminación, falta transporte público.
Faltan también escuelas en condiciones, faltan clubes, faltan propuestas recreativas y culturales para nuestros pibes, falta salud, falta trabajo decente para los jóvenes.
No queremos seguir avanzando en el espejo de México. No queremos llorar a otro chico más que cae baja la bala de los narcos. En nuestros barrios no hacen falta más policías o tropas del Ejército, hacen falta condiciones para que nuestros chicos y nuestras chicas vivan mejor y puedan imaginarse construyendo otro futuro.
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