Se cumplen diez años del “Habemus Papam”, sin lugar a dudas más recordado y aplaudido por los argentinos en toda su historia. Diez años de Bergoglio como Papa. Y si es cierto aquello que decía el poeta de que la especie humana no puede soportar demasiada realidad, también lo es que parece imposible pretender analizar el significado histórico de este pontificado mientras todavía está ocurriendo. Es más, será necesario el paso de muchos años para poder poner perspectiva temporal y sopesar la importancia que, para la historia de los argentinos y de la Iglesia en todo el mundo, pueda significar el hecho de tener este Papa argentino. Un cura jesuita, porteño, hijo de inmigrantes, futbolero y tanguero, llamado Jorge Mario Bergoglio, devenido en Sumo Pontífice de la Iglesia Católica.
De entre todas las consideraciones que se podrían hacer en torno a este aniversario, quiero mirar y reflexionar sobre dos grandes conflictos que se han suscitado en torno a él: por un lado la resistencia inusitada que ha generado y despierta Francisco en sectores conservadores de la Iglesia Católica y, por otro lado, el rechazo a su figura que ha ido creciendo en algunos sectores de la sociedad argentina a lo largo de estos años.
En cuanto a lo primero, hemos visto cómo diversos sectores conservadores de la Iglesia Católica han criticado enérgicamente algunas de las acciones y declaraciones del Papa Francisco. Lo han hecho incluso públicamente algunos obispos, cardenales y hasta dignatarios de la Curia Vaticana. Dichos cuestionamientos provienen sobre todo de sectores que consideran que el Papa está debilitando la doctrina tradicional de la Iglesia y que sus posiciones son demasiado laxas en relación con el divorcio, la homosexualidad y otros temas similares. También se han opuesto a algunas de las reformas que ha impulsado el Papa en la estructura de la Iglesia, como la descentralización del poder y la mayor participación de los laicos en la toma de decisiones, especialmente en la inclusión de mujeres en roles de importancia de de toma de decisiones en la estructura de la Curia vaticana.
Creo que esta oposición a veces tan virulenta, que se expresa públicamente, y que es un hecho casi inaudito en la tradición de obediencia al menos formal y pública al Papa sobre todo de obispos y cardenales, es en realidad uno de los logros más notables y modernizadores de este pontificado. Considero que es un gran avance en la tradición de la Iglesia animarse a sostener un dialogo de ideas y de temáticas de fondo con un Papa, es decir concebir al papado como una figura de servicio y testimonio espiritual más que como una monarquía absoluta inobjetable e incontestable en cualquier tema o materia que sea. Pienso que el hecho de que sean justamente los sectores tradicionalmente más papistas los que cuestionan e interpelan a un Papa, es un gran avance hacia una Iglesia más moderna y a la vez más acorde al Evangelio, donde se postula que es la verdad la que libera, y al mundo actual, más abierto y necesitado de dialogo sincero y real y no atado a mandatos ni formalismos vacíos. Francisco ha hackeado el ultrapapismo de sectores ultraconservadores.
La consecuencia de esta hermenéutica localista del Papa es perderse a Francisco, es no conocer su verdadero mensaje, logrando así silenciar una voz esencial y necesaria para los graves problemas que atraviesan el mundo y la Argentina
Por otra parte, en Argentina, el Papa Francisco ha sido objeto de críticas por parte de una parte de la sociedad que lo ubica dentro de la llamada “grieta” argentina. Esta grieta se refiere a la polarización política que ha caracterizado a la sociedad en los últimos años, y que enfrenta a sectores antagónicos entre sí. El Papa fue metido de lleno en la antinomia “peronismo-antiperonismo” por ambos sectores del debate que gustan usar de su figura en ese enfrentamiento estéril que se da hoy en nuestra sociedad y muchas veces también por los medios de comunicación. La consecuencia de esta hermenéutica localista del Papa es perderse a Francisco, es no conocer su verdadero mensaje, logrando así silenciar una voz esencial y necesaria para los graves problemas que atraviesan el mundo y la Argentina. Se interpreta a Francisco como una palabra local y sesgada, cuando él, como Papa, pretende ser una voz universal y trans-histórica.
Su decisión de no haber visitado el país hasta este momento también genera un sin fin de preguntas y críticas hacia su persona y su relación con nuestro país. Pareciera que para muchos argentinos el precio de tener un Papa argentino, ha sido el de no tener un Papa. Se pierde perspectiva cuando se lo considera tan sólo como una voz más dentro del espectro de personajes multiopinantes que alumbran o enlodan el ambiente de coexistencia nacional, obviando así su misión única, histórica y universal que le corresponde como el Papa n° 266 de la historia de la Iglesia.
Sin embargo, y más allá de todo esto, creo que el Papa Francisco ha logrado consolidarse como uno de los líderes más influyentes del mundo, tanto por sus posiciones en temas políticos y sociales como por su capacidad para conectar con las personas. Su estilo cercano y su apertura hacia las minorías y los marginados han sido ampliamente valorados por la opinión pública, y su papel en la lucha contra la pobreza y la desigualdad ha sido reconocido en todo el mundo y por los líderes mundiales. Es un líder de lideres en el mundo. En definitiva, me animo a pensar y a decir que el legado del Papa Francisco se perfila como uno de los más trascendentes en la historia de la Iglesia Católica y de la humanidad.
En ocasión de estos diez años renuevo mi profundo deseo de ver y vivir una visita del Papa a nuestro país y rezo para que eso ocurra.
Quisiera cerrar estas lineas con unas preguntas que se hacía el mismo Bergoglio hace exactamente veinte años y que hoy podríamos aplicar a su propio pontificado:
“¿Qué dirán de nosotros las generaciones venideras? ¿Estaremos a la altura de los desafíos que se nos presentan? ¿Por qué no?, es la respuesta. Sin grandilocuencias, sin mesianismos, sin certezas imposibles, se trata de volver a bucear valientemente en nuestros ideales, en aquellos que nos guiaron en nuestra historia, y de empezar ahora mismo a poner en marcha otras posibilidades, otros valores, otras conductas.” (Mensaje del Arzobispo de Buenos Aires a las comunidades educativas. Marzo de 2002)
El mensaje de Bergoglio trasciende su persona. Su liderazgo real es precisamente su voz, su enseñanza, su visión. Son sus ideas y acciones las protagonistas de un liderazgo que perdurará más allá del hombre Jorge Bergoglio. Porque no se trata de él como persona, sino de lo que señala, inspira, genera, tanto en la Iglesia como en el mundo y en la historia.
Los hombres que se trascienden a sí mismos, esos son los imprescindibles.
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