Durante la apertura de las sesiones extraordinarias en el Congreso de la Nación, el presidente Alberto Fernández afirmó que él “hace todo lo republicanamente posible desde hace años para que la Justicia argentina vuelva a abrazar al derecho y deje de servir a factores de poder persiguiendo a quienes representan el pensamiento popular”.
Pocos días después, y en la misma línea argumental, la vicepresidenta Cristina Kirchner dijo que en la actualidad “hay otras formas más solapadas, más sutiles de clausurar los sueños de aquellos que piensan que un país y un mundo diferente es posible. Lo clausuran bajo formas más sutiles, ya no son tanques, por ahí, pasan en los Tribunales”.
La coincidencia en las expresiones de las dos máximas autoridades de la República, más allá de las diferencias públicas y solapadas que mantienen, reflejan la preocupante concepción del ejercicio del poder y las instituciones que tiene la pareja gobernante. En esa mirada la democracia es un “asalto al poder” por parte de aquellos que circunstancialmente lograron una victoria electoral, no existe entonces instituciones o formalismos a respetar, la Constitución Nacional y la leyes son “interpretables” a la luz de un resultado electoral y, el respaldo en las urnas significa privilegios ante la Ley, inmunidad e impunidad.
Estas palabras buscan horadar el sistema institucional argentino, tienen la idea central de obturar el debate público y ubicar a la Justicia como el mal de todos los males. Es un nuevo ataque y embestida contra la Justicia, por ello, el presidente y la vicepresidente acusan de mal desempeño a los magistrados que conforman la Corte Suprema de Justicia de la Nación y exigen su juicio político, porque el “poder” necesita, requiere y precisa, sumisión y obediencia.
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Esta actitud es contraria a los principios y valores establecidos en la Constitución Nacional y replicando al filósofo David Hume, creemos que en la actualidad no existen pensamiento e ideas para encontrar soluciones a los problemas de la agenda de ciudadano, nuestra clase dirigente vive de “impresiones”, que no son ni más ni menos que percepciones de la realidad y las mismas se transforman en relatos que no buscan perfeccionar nuestra unión, sino que solamente contribuyen a profundizar una grieta en la sociedad.
Nuestras más altas autoridades de la República deben saber, como bien dijo John Adams que: “La dignidad y la estabilidad del gobierno en todas sus ramas, la moral del pueblo y toda bendición de la sociedad dependen tanto de una administración de justicia recta y hábil, que el poder judicial debe ser distinto de ambos, ya que ambos deben ser controles de eso. Los jueces, por lo tanto, deben ser siempre hombres instruidos y experimentados en las leyes, de moral ejemplar, gran paciencia, calma, frialdad y atención (... )”.
En la coincidencia de ese pensamiento, no se puede vivir buscando el debilitamiento y destrucción de otra rama de gobierno, porque quienes están clausurando nuestros sueños es la clase dirigente que no se ocupa de la agenda de la gente. Se hace imperioso encontrar dirigentes que nos inviten a soñar porque a 40 años de recuperar la democracia seguimos discutiendo las mismas cuestiones, aplicando recetas que fracasaron y lo único que tenemos es mayor pobreza, más desigualdad y, estas políticas fallidas rompen el tejido social, acrecentando la falta de trabajo, inseguridad y el narcotráfico, entre otros motivos.
Creer, y hacer creer, que el Poder Judicial es el culpable de la inflación, la inseguridad, y demás tragedias que vivimos cotidianamente es faltar a la verdad o lisa y llanamente, una perversidad argumentativa. Es tiempo de buscar lugares comunes, de fomentar el diálogo, de construir consensos como polea transformadora de la realidad, pero con los limites bien claros, recuperando los valores que nos hicieron grandes como sociedad y no imaginando al voto efímero como una “licencia” para cometer arbitrariedades y concebir a ese respaldo temporal como un cheque en blanco para atentar contra la democracia.
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