El siglo XXI fue declarado por la ONU como el “siglo de la mujer”. Pero esto resulta difícil de creer cuando todavía vemos incumplidos nuestros derechos. Las mujeres sufrimos violencia y discriminación. Es por eso que hoy, además de reconocer y elogiar su empuje, logros y valentía, les propongo continuar esta lucha por todas aquellas que aún se encuentran atravesando situaciones de vulnerabilidad.
A lo largo de mi vida profesional me desempeñé en campos dominados mayoritariamente por hombres. Me recibí de economista hace treinta años, y en ese entonces éramos pocas las mujeres que asistíamos a esos salones. Y eran aún menos las que lograban recibir el título. En 1997 hice el Servicio Exterior de la Nación, y sobre 20 varones éramos solo 3 mujeres. Claramente muy por debajo del cupo. Por eso hoy celebro ver con mucha emoción como, poco a poco, estamos modificando esa realidad.
Mi experiencia universitaria me enseñó que nunca podía dar por sentado mi lugar en la sociedad. Mi caso era una excepción a la regla, y no un estándar fácil de alcanzar por otras mujeres. El dato que más nos duele de las estadísticas de ONU Mujeres es que una de cada tres mujeres en el mundo ha sufrido violencia física o sexual en algún momento de su vida. Pero, además, las mismas estadísticas nos muestran que en muchos países las mujeres tenemos menos acceso a la educación, la atención médica, el trabajo, como así también a otros derechos fundamentales.
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En Argentina, en materia de derechos, aún nos queda un largo camino por recorrer. La brecha salarial de género es un problema persistente y significativo. Esto lo demuestran los datos oficiales publicados por la Dirección General de Estudios y Estadísticas Laborales. Según sus estadísticas, en el año 2022, la brecha salarial entre hombres y mujeres llegó a su punto más alto de la última década, marcando más de un 25% de diferencia. Esto significa que las mujeres en Argentina ganamos, en promedio, un 25% menos que los hombres por realizar el mismo trabajo.
Esta brecha salarial no sólo genera un impacto en términos económicos, sino también hace evidente un problema sociocultural más profundo: el valor social que representa la mujer es minimizado. Lo anterior se ve reflejado, por ejemplo, en la maternidad y el trabajo del cuidado, acciones asociadas al mundo femenino, y que no son reconocidas como cruciales para el sostenimiento de la sociedad.
El campo de los trabajos manuales, así como el de los altos cargos jerárquicos también suele estar dominado por hombres, aun cuando se registra un alto porcentaje de mujeres que están formadas profesionalmente para ocupar este tipo de roles. Además, las mujeres suelen estar sobrerrepresentadas en trabajos precarios y mal remunerados, lo que agrava aún más la situación.
Una deuda pendiente, hacia la mujer en situación de vulnerabilidad, es la implementación integral de la Ley Nacional de Atención y Cuidado Integral durante el Embarazo (Ley 27.611/2021), que busca proteger y acompañar también a todas las niñas y niños, desde el nacimiento y hasta los primeros tres años de vida.
El lugar que hoy tenemos las mujeres en la sociedad es producto de una lucha incansable: nos hemos negado históricamente a adaptarnos a un mundo que dicte nuestras posibilidades, y en cambio hemos creado con inteligencia, creatividad y mucha resistencia nuestras propias reglas y espacios.
Podemos encontrar un claro ejemplo de este fenómeno en el liderazgo de Ángela Merkel. Hija de un pastor, quien durante los 15 años de su gobierno mantuvo firme sus valores e ideales, y justamente mediante su autenticidad es que logró conquistar el mandato de su país y su respeto.
En un ambiente político, donde el poder siempre está en disputa, Merkel supo proliferar con rasgos principalmente femeninos: humildad y vocación de diálogo.
Nuestra lucha debe continuar, aunque sugiero a modo personal, potenciada por el orgullo de los cambios que hemos logrado hasta hoy, por la fuerza y seguridad que en base a nuestros logros hemos sabido conseguir. Si bien aún queda camino por recorrer para lograr eliminar los actos de violencia, desigualdad y discriminación que seguimos sufriendo las mujeres, nuestra defensa debe originarse a partir de todo aquello que queremos promover, con diálogo, firmeza, empatía, entre tantas otras virtudes que nos caracterizan por todo lo que falta.
Este abrazo, cariño y respeto es para todas ustedes, las que ya no están, las que seguimos incansables y las que vendrán; ojalá no a luchar, sino a gozar de equidades naturales donde estos temas, simplemente, sean un capítulo superado de la historia. Y eso de simple, tiene muy poco.
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