Celebramos con algarabía un nuevo “8M”. Pero esta festividad no es una concesión o una regalía del arco del tiempo. El rosicler de la violencia de género, impone superponerlo con el pretérito orden social patriarcal: en este segmento, surgen las primeras ideas de asignación de roles y distribución inequitativa de recursos entre hombres y mujeres.
Esa asimetría fue producto de una elaboración paciente que emula a una catedral gótica: su fina terminación se asemeja a las puntas de las agujas y que culminó por ornamentar un orden social injusto, aun cuando el núcleo duro de la cacería de las brujas se verifica en plena edad media.
Dicho apotegma lleva a Dafonte a interrogarse: ¿quiénes eran las brujas del medievo? La respuesta parece obvia: las mujeres, pero no cualquier mujer, más aquellas que eran consideradas un “peligro” para la sociedad, es decir, el ideal mítico creado por la iglesia – aun cuando es honesto destacar el pedido de disculpa de los magisterios pontificios más recientes - y relacionado con el pecado original fue el responsable de que algunas mujeres fueran estereotipadas como brujas, por determinados hechos que los hombres consideraban distinto a los patrones impuestos al sexo femenino.
Ese cuadro de vesania resultó coronado con la aparición del” Malleus Maleficarum” instrumento compilado que dio pábulo a la persecución de las hechiceras, por contraponerse a los valores religiosos de la época, sentenciándolas a la quema en la hoguera. Incluso, es dable señalar, que la bula del Papa Inocencio VIII, del 5 de Diciembre de 1484, fue la que consagró oficialmente un libro como manual inquisitorial para reprimir la relación blasfema entre el diablo y las corujas. Dicho manual, recaló en dos inquisidores fanáticos, alucinados y miembros de la orden Dominica: Heinrich Kraemer y James Sprenger.
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Al estudiar preliminarmente la obra Cautio Criminal”, del jesuita Friedich Spee – religioso que intenta colocar una suerte de racionalidad o bálsamo al " Malleus " – Zaffaroni concluye que las enseñanzas de los “Padres de la Iglesia” lejos estaban de cobijar al “otro sexo”. Por el contrario, San Agustín había hecho de la castidad la garantía de la salvación: en el sexo, se reproducía el pecado original y la perdición estaba en la mujer. Satán atacaba por el sexo y la mujer era la tentación permanente; el miedo a la mujer se había incentivado con la leyenda de la papisa Juana, ubicada temporalmente en el siglo IX, pero que fue difundida en el siglo XIII gestándose posteriormente la idea de que la mujer, opuesta a Dios, se hallaba superpuesta con las brujas; su quema en la hoguera fue la síntesis de dos mundos que se definían por oposición: lo masculino y lo femenino; dicha antípoda desembocó en un discurso radicalizado, misógino y criminal.
Por ese mismo sendero – pero con un tratamiento remozado – la cuestión es buceada por la jurista Argentina Graciela Julia Angriman. En su tesis doctoral " Derecho de las Mujeres, Genero y Prisión” apontoca que, aun hoy, el “Malleus Maleficarun” “goza de buena de salud”, anticipa modelos de control social para los siglos posteriores concluyendo que la inquisición no ha culminado : aparece soterrada, oculta, y bajo el ropaje de un trato que enmascara el respeto hacia la mujer, pero que solo difiere de aquella época opaca en una cuestión de buenos modales .
Es cierto que la consagración de diversas normas nacionales y trasnacionales – que no hemos de reproducir en esta apostilla – ha evidenciado una evolución positiva respecto de la violencia sexista (la cual es una especie atenuada del racismo) pese a lo cual resta un arduo tramo por recorrer y que exige el compromiso de todos si es que deseamos arribar a la estación de llegada.
Pero aun cuando parezca auspicioso el progreso verificado debemos ir siempre por más; buscar algo que se esconde en las honduras y no estancarse en las formas conocidas, ostensibles o que rechaza la profundidad que pone en crisis los discursos dominantes; la violencia contra la mujer es empleada para estabilizar intereses de poder.
La pregunta a formulase es: ¿se dejará a las mujeres a mitad de camino para mantener privilegios ya disociados del curso del tiempo o a perseguir nuevas metas de integración? ¿Será siempre la mujer la eterna postergada o resulta apropiado concebirla como enlazada por la hermandad ?. El Martín Fierro ya nos prevenía: los eternos y estériles odios – en este caso, hacia las mujeres – es la panoplia habilitante para que deglutan los foráneos.
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No se me oculta ciertamente que los movimientos más reivindicativos de los derechos sociales (la Revolución francesa como uno de sus estandartes más encumbrado bajo el lema “igualdad, libertad y fraternidad) solo empavesó reivindicaciones de algunos varones.
La conducción del calabozo a caldazo de Olympe de Gouges - bajo el régimen de terror francés de Maximilien de Robespierre – denota el carácter transitivo entre la extensión de los derechos del hombre en favor de las mujeres y la conducción al óbito de su conspicua reclamante.
Es cierto que la asimetría no alcanza, únicamente, al binomio hombre – mujer. Como dos mundos que se definen por oposición, se impone recrear el análisis Rosanvallon en su último texto “La sociedad de iguales “quien acude a Buffon en su ensayo “Historie naturelle“; allí, éste último, describe al hombre como un ser único y superior en esencia a todas las especies; ello generó un horizonte de proyección o variedad en la propia especie humana basada, entre sus diversos supuestos, en las diferencias de sexo.
En esto no debe haber grietas: debemos evitar que Auschwitz se repita incluso con modalidades distintas a la diabólica maquinaria ferroviaria de traslados nazi hacia los centros de exterminio; para ello, debemos tener presente, en primer término, las palabras de Gustav Radbruch quien en su filosofía del Derecho puso de relieve la existencia de ciertos principios de derechos humanos con mayor anclaje que cualquier corpus, resultando inconcebible la existencia de normas que traten a los seres humanos como bestias.
Tampoco debe caerse en una inopia que atenace a los organismos que deben velar por la mujer transformándolos en una suerte de Gulag, en estas épocas de tardocapitalismo pos industrial donde algunas demandas en la materia se asemejan a más a un juego de apariencias o un agotamiento simbólico que a la existencia de llaves que coloquen un abrigo tuitivo al ejercicio o reconocimiento real de derechos .
Resultan clarificadoras las palabras de Han quien en su “Topología de la violencia” explica que el campo de concentración si bien puede mantenerse fuera de la ciudad no es un escenario de violencia letal sino que deja paso a una cámara de gas limpia y exangüe, ajena a la mirada pública. En vez de mostrarse con ostentación la violencia de otrora hoy se esconde de manera pudorosa.
Entonces, en lo que al tema interesa, el sexismo aparece, en muchas ocasiones, bajo modalidades ocultas, solapadas, subterráneas cuya invisibilidad resulta tan dañina como las que se llevan a cabo de la publicidad.
Debemos combatir a brazo partido esta nueva forma de esclavitud moderna que germina de soterrar los derechos de la mujer. En este punto se impone volver a Simone de Beauvoir. En “El segundo sexo” avanzó derechamente en cuanto a que liberar a la mujer es negarse a encerrarla en las relaciones que la sostienen con el hombre, pero no negarlas; su verdadera liberación significa romper las cadenas de esta forma de esclavitud moderna que alcanza a la mitad de la humanidad y dirigirse sin equívocos hacia la fraternidad.
La asistencia monetaria en materia de género debe ser una política de estado con independencia del color o inclinación ideológica del gobierno de turno. El atalaya que propaga la asimetría de la mujer, es una cuestión que debe analizarse bajo el prisma de los derechos humanos.
La tutela de los derechos femeninos deben ser una suerte de lluvia que moja la tierra, le da fertilidad y que la necesita como el poeta necesita al dolor. La falta de compromiso financiero con dichas políticas es como concebir a la lluvia sin agua generándose, en definitiva, que los derechos humamos no están lloviendo de manera apropiada.
A ese compromiso financiero debemos adunarle la debida formación educativa en materia de política de género. No esta demás de recrear el pensamiento de Sarmiento quien recalcaba la relación simbiótica que existía entre el progreso de una República y la capacidad de sus habitantes. El “Padre del Aula“ propuso que la educación – que nosotros no limitamos a la primaria - debía estar por encima de cualquier otra política de Estado: los educadores serían los soldados en esta Cruzada.
Por ese andarivel, desde hace varios años, desde la Universidad del Museo Social Argentino en la “Diplomatura en Violencia de Género” intentamos dar respuestas a la lucha transversal que inexorablemente debe librarse contra el patriarcado combatiendo cualquier manifestación de la violencia sexista. Si bien no corresponde concederle a la profundización académica las llaves a todos los problemas que genera la acometida contra la mujer, estimamos que su debida implementación permite avizorar una luz al final del túnel.
Es un compromiso, un desafío o una empresa común de todos —hombre y mujeres— encolumnarnos hacia la eliminación de cualquier forma de discriminación de la mujer y capacitarnos con perspectiva de género, a la vez que cada 8 de marzo no debe ser una conmemoración sectaria sino un puente que elimine hendiduras y convoque a ambos sexos como una forma de unión que nos dirija sin equívocos hacia la fraternidad.
En el juicio mas importante de la historia Argentina, el Fiscal Strassera culminó su alegato con las ás que conocida frase “nunca más“; creo que la exigencia de la hora impone recrear dicha frase y decirle “nunca más " a cualquier acometida contra la mujer o tolerar relaciones asimétricas.
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