Las PASO, el 2003, y un container de candidatos

A diferencia de aquel año, en estos tiempos hay elecciones Primarias y eso debería funcionar como un “ordenador de ambiciones”

Este año Argentina elegirá presidente, vicepresidente, diputados y senadores nacionales. Pero también se votarán autoridades locales en todo el territorio del país

En algún aspecto, las elecciones por venir tienen similitudes con las celebradas en 2003, después de la caída de Fernando De la Rúa y el interinato de Eduardo Duhalde. Tanto en aquellas como en las próximas de agosto/octubre, puede observarse una carencia de liderazgos definitivos en los espacios en pugna, y, por ende, una multiplicidad desprolija de candidatos presidenciales.

En las mencionadas elecciones de principio de siglo, hubo cinco candidatos encerrados en 10 puntos porcentuales. Desde el 24% de Carlos Menem, al 14% de Elisa Carrió, y en medio, Néstor Kirchner (a la postre presidente electo), Ricardo López Murphy y Adolfo Rodríguez Saá. La crisis de la Alianza y la batalla del peronismo entre Menem y Duhalde, combinadas, generaron la atomización.

Es cierto, en estos tiempos hay PASO y eso debería funcionar como un “ordenador de ambiciones”, dentro de cada uno de los espacios, pero no es menos cierto, que las elecciones primarias han generado hasta aquí, efectos impensados en su génesis, como la caída abrupta de votos en las elecciones generales, de quien no cumplió las expectativas en dicha PASO.

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La idea de que determinado candidato recibió pocos votos y no es “un ganador” en las primarias de agosto, incluso cuando se haya impuesto en la interna de la alianza por la que compite, es un riesgo de impacto psicológico que, especialmente la oposición, debería considerar.

Horacio Rodríguez Larreta, Patricia Bullrich, María Eugenia Vidal, Gerardo Morales, Elisa Carrió y Ricardo López Murphy, suman seis. Y nadie descarta que se pueda subir algún otro. Ahora bien, las ambiciones personales forman parte de la condición humana, especialmente en política, pero, la tendencia actual de votos hacia alguna opción opositora, es de alrededor del 40%, en los cálculos más optimistas, sin pensar en quienes buscarán alternativas externas a Juntos, como Javier Milei.

Como se reparte ese 40% entre seis candidatos, es un misterio, pero lo que es claro, es que el ganador lo será con un muy bajo porcentaje de los votos totales emitidos. Si hipotetizamos un escenario, podemos creer que López Murphy va a alzarse con unos cuantos votos liberales, y que Vidal y Carrió, son las que menos chances tienen. Pensemos, en tren de trazar escenarios, que entre los tres capturan un 12% de los sufragios.

Así que la masa disponible de votos opositores remanente, es del 28%. El radicalismo tiene una buena base en el interior del país y ha estado creciendo en los últimos tiempos de la mano de la renovación que encarnó Martín Lousteau. Aunque, en la mayoría de las encuestas, quienes pelean palmo a palmo el liderazgo son Bullrich y Larreta. Podríamos pensar entonces que Morales está en condiciones de capturar un 6% y cada uno de los líderes del PRO, un 11% cada uno, concluyendo en el resultado final, que uno derrota al otro por una décima y se alza con la candidatura presidencial del espacio para la contienda definitiva.

Pero llegará a esa instancia con la distorsionada impresión en la mente del elector, de que tuvo un 11% de los votos, al margen de que su espacio se haya impuesto en dicha PASO.

Sin embargo, por el otro lado, el oficialismo no encuentra candidatos, por lo que bien podría ir con un postulante único, o en el peor de los casos, dos dirigentes se disputarían la candidatura. El peronismo, con la inestimable colaboración del kirchnerismo, ha de mantener una base del 30% de las voluntades, especialmente si Cristina Kirchner juega algún rol en la disputa.

El candidato ungido o impulsado por la actual vicepresidenta, ganará indubitablemente esa primaria, con no menos del 20% de votos totales, si es la propia Cristina, seguramente con más.

Entonces, ¿Quién ganó la elección? Si se analiza por espacios, la oposición se habría impuesto por 10 puntos porcentuales, pero es un país personalista, existe la tendencia a centralizar la política en los líderes y no en los espacios. En buena parte del electorado, la imagen será, que ganó el kirchnerismo.

A ese fallo condicionante en la percepción pública, el opositor ganador deberá sumarle un desafío adicional. Contener a los votantes que sufragaron por su espacio, pero por otros candidatos. Y en algunos casos, no será simple. Por ejemplo, quienes hayan votado por López Murphy, bien podrían virar al voto para Milei en la general, si el bulldog quedó fuera de carrera en las PASO, como es previsible que ocurra.

Lo mismo podría suceder, con una porción de los electores de Bullrich si es que, en definitiva, Larreta se queda con la postulación presidencial.

Entonces, la diversidad y multitud de candidatos de la alianza opositora, empieza a ser un grave problema como estrategia de conjunto de cara a la elección presidencial. Es, claro, un problema bastante típico en las democracias extremadamente personalistas con sistema presidencialista, pero en las que nadie puede alcanzar el poder, sin justamente, conformar un frente electoral.

La problemática debería resolverse en el ballotage, donde en un “combate cuerpo a cuerpo”, todos aquellos que se muestren opositores al oficialismo, tendrán una única y exclusiva opción por quien votar, sin embargo, los locos vaivenes electorales le agregan a la oposición una incertidumbre que no sería tan grave, si la cantidad de candidatos se redujese a la mitad.

*El autor es director ejecutivo de Trust Consultora

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