Se agotaba el mes de febrero de 1983, hace exactamente cuatro décadas, cuando tras la derrota en Malvinas el gobierno militar daba los pasos hacia la apertura democrática.
Pero al mismo tiempo, un giro en la política exterior terminaría de formar la pesada herencia que el Proceso legaría a las autoridades democráticas. Porque después de firmar el decreto de convocatoria a elecciones el último día de febrero, el presidente Reynaldo Bignone viajó a la India para participar en la cumbre del Movimiento de Países No Alineados (NOAL), el que en medio de la Guerra Fría promovía la estrategia del “neutralismo activo” y la (supuesta) “equidistancia” frente a la bipolaridad.
La explicitación de la adhesión al tercermundismo contrastaba con la declarada vocación occidental que se había sostenido hasta el año anterior. Cuando en busca de la eternidad y apropiándose de la causa legítima de la recuperación del ejercicio efectivo de la soberanía, el gobierno se había lanzado a una aventura contra un miembro de la OTAN. Al punto que el canciller Nicanor Costa Méndez terminaría abrazado con Fidel Castro en la cumbre de La Habana. Acaso consagrando el cúmulo de improvisación e irresponsabilidad con que se había conducido la Junta Militar, tal como describió cabalmente Juan B. Yofre en su obra “1982″.
Profundizando aquella afiliación, ahora sería el propio Jefe de Estado quien concurriría a la reunión de NOAL de 1983. Un encuentro que originalmente estaba previsto en Bagdad pero que fue trasladado a Nueva Delhi ante el desarrollo de la guerra Irak-Irán.
En su ensayo “La Argentina no alineada: desde la tercera posición justicialista hasta el menemismo (1973-1991)” Marisol Saavedra recordó que Bignone se convirtió en el primer presidente argentino en participar en una reunión del movimiento fundado en Belgrado en 1961 bajo los impulsos de figuras legendarias como el mariscal Tito, Nehru y Nasser.
Algunas postales ilustran el clima de la época. Después de delegar el mando en el ministro del Interior Llamil Reston, Bignone emprendió el largo viaje. A la ida, realizó una escala en Nairobi, pero no consiguió ser recibido por Daniel Arap Moi. Al parecer, el líder keniata albergaba dudas sobre su sinceridad y despreciaba la cercanía del gobierno argentino con el régimen sudafricano. Al regreso, se detuvo en Zaire (hoy Congo), donde fue agasajado por el cleptócrata Mobutu Sese Seko. En sus Memorias, Bignone recuerda un detalle: la vajilla era de oro macizo.
En Delhi, fue recibido por la premier Indira Ghandi. Pero serían sus encuentros con el líder de la OLP Yasser Arafat y con Castro los puntos sobresalientes de su controvertida gira.
Un baño de tercermundismo llevaría a Bignone a apoyar a los palestinos, a criticar el rol de Israel en Medio Oriente y a describir la crisis centroamericana “como producto de la injusticia social”. Bignone rechazó “una única visión que lo reducía todo a un permanente conflicto Este-Oeste” y sostuvo que los intereses argentinos se defendían “a través de la visión Norte-Sur”.
Naturalmente, se alzaron críticas por derecha. Alvaro Alsogaray calificó el viaje como una “increíble regresión de un proceso político en liquidación”. Y advirtió: “estamos expresando agradecimiento a Castro, refinanciándole créditos que utilizará para promover el terrorismo y la subversión”.
Juan Alemann cuestionó “la amigable conversación con siniestros personajes” (Castro y Arafat) al tiempo que el ex canciller Oscar Camilión advirtió que “cuando la negociación se haga, no vamos a negociar con los países que estuvieron en Nueva Delhi, sino con Inglaterra. Y el país que tendrá más gravitación para que Gran Bretaña vaya a la mesa de negociaciones va a ser Estados Unidos”.
Somos tituló: “Malvinas si, ¿pero a qué precio?”. Castro había culpado al “imperialismo norteamericano” por todos los males que padecía la humanidad. Un corresponsal español reflejó que la delegación argentina se había roto las manos aplaudiendo al dictador cubano.
Pero no sólo la derecha estaba indignada. Luis Gregorich escribió en Humor una nota titulada “El cuarto hombre en la India” en la que recordó que Bignone había sido secretario general del Ejército en los años más duros de la represión a la vez que había defendido al “martinezdehocismo”. “No son sinceros en su tercermundismo, en su apoyo a los No Alineados, en su repentino latinoamericanismo, en su enfatización de las relaciones Norte-Sur...”
En tanto, según la valiosa Historia de las Relaciones Exteriores que en su día elaboraron Andrés Cisneros y Carlos Escudé -y que por algún motivo desapareció de la web- algunos dirigentes políticos respaldaron con distintos matices la posición adoptada en Nueva Delhi. Tales fueron, entre otros, los casos del radical Luis León, los justicialistas Ángel Federico Robledo, Deolindo Felipe Bittel y Raúl Matera; del Partido Comunista (PC); el Movimiento Nacionalista Constitucional de Alberto Asseff; el dirigente del Frente Izquierda Popular (FIP) Jorge Abelardo Ramos; y del líder del Partido Intransigente (PI), Oscar Alende.
Esta crónica no haría justicia si no recordara que durante la cumbre de NOAL, así como en la votación en la Asamblea General de noviembre del año anterior (AGNU 37/9), la Argentina obtuvo un importante reconocimiento diplomático de parte de la comunidad internacional. Dichos foros instaron a ambas partes en la disputa a restablecer la negociación, lo que significaba que a pesar del resultado de las hostilidades, la cuestión Malvinas seguía pendiente de solución pacífica y negociada. El país contó entonces con la actuación de funcionarios quienes cumpliendo instrucciones consiguieron aquel reconocimiento en medio del tembladeral que siguió a la derrota militar.
Pero los errores políticos excedían el profesionalismo de los funcionarios del Palacio San Martín. Porque acaso con mayor nitidez que nunca, la participación en la cumbre de NOAL de 1983 exhibió los zigzagueos, las inconsistencias y los manotazos de ahogado que caracterizaron la política exterior en las postrimerías del gobierno militar.
La Argentina terminaría abandonando su calidad de miembro pleno de NOAL en 1991, durante el gobierno del presidente Carlos Menem. Pero esa es otra historia.
(*) El autor es especialista en política exterior. Ex embajador en Israel y Costa Rica