José de San Martín, un general cristiano

En el marco de un nuevo aniversario de su nacimiento, es importante recordar que los recurrentes intentos de autenticar la pertenencia del padre de la Patria a la masonería nos han hecho dejar de lado una verdad fehaciente: San Martín era un devoto creyente

José de San Martín

San Martín, tanto en lo público como en lo privado, fue explícitamente religioso.

Sus padres, vinculados a la espiritualidad de los Frailes Predicadores de Santo Domingo, procuran una temprana educación en la fe del pequeño José Francisco. Los paisajes de las suaves colinas de Yapeyú, a orillas del río Uruguay, moldean el alma de ese niño, que va creciendo espiritual y físicamente en aquel poblado fundado y evangelizado por los jesuitas en 1627.

Ya integrado al ejército y prestando servicios a la corona española, el joven San Martín es herido y condecorado por su valor luego de la batalla de Bailén, en 1808. Una religiosa de la Caridad lo asiste en su recuperación y le regala un rosario hecho con madera del huerto de los Olivos. Este rosario lo acompañó en todas sus campañas. Así lo atestigua el Coronel Olazábal: “San Martín lo usaba siempre y hasta en ocasiones lo vi suspendido a su cuello como un escapulario. En 1820 me presenté a la revista de Rancagua a pesar de hallarme todavía enfermo: el general me abrazó y me regaló su rosario…”. Este es uno de los tesoros sanmartinianos que custodia el museo del Regimiento de Granaderos a Caballo.

Ya de regreso en el continente americano, el Libertador contrae matrimonio con Remedios de Escalada. Celebra este sacramento recibiendo la comunión y con misa de esponsales, algo poco común para las costumbres religiosas de la época.

Durante su estadía en Córdoba, en 1814, antes de asumir la gobernación de Cuyo, se aloja en la casa del doctor Pérez Bulnes, en Saldán. Allí hay un oratorio dedicado a la Virgen del Carmen, y ante esa imagen San Martín tiene intensos momentos de oración. De hecho, tanto tiempo de rodillas pasa ante ella que, al concluir su estadía, Pérez Bulnes se la regala.

Mientras San Martín organiza el cruce del Ejército de los Andes, siendo gobernador intendente de Cuyo, nace su única hija, Mercedes Tomasa de San Martín y Escalada, un 24 de agosto de 1816. La niña es bautizada a los tres días del nacimiento, en una íntima ceremonia, presidida por el padre Lorenzo Güiraldes, capellán del Ejército Libertador, con la sola presencia de sus padres y padrinos: Josefa Álvarez de Delgado y Antonio Álvarez Condarco.

Su manifestación pública de la fe

En lo que se refiere a su vida pública, las manifestaciones y gestos de cristiana devoción del Libertador son incontables. Si consideramos la disciplina del Regimiento de Granaderos a Caballo establecida por San Martín, el Coronel Manuel Pueyrredón nos ofrece el siguiente testimonio: “Después de diana, se rezaban las oraciones de la mañana y en la noche, el rosario todos los días, dirigidos en cada Compañía por el sargento de semana. Los domingos y días de fiesta todo el Regimiento asistía a la Santa Misa, y estas prácticas se han observado aún en campaña”.

Luego del combate de San Lorenzo, San Martín pide que se asista a los heridos propios y ajenos. Y solicita al superior del convento franciscano se ofrezcan misas por el eterno descanso de los caídos en combate de ambos bandos. Tales disposiciones han quedado registradas en los archivos del Convento de San Carlos.

Según narra el padre jesuita Guillermo Furlong, el 31 de mayo de 1815 comienza en Mendoza una misión de ocho días, predicada por un grupo de sacerdotes; San Martín ordena que “desde la hora de oración (6 de la tarde), todas las tiendas y pulperías estuvieran cerradas a fin de que los fieles pudieran asistir a los sermones y prácticas de piedad”.

El Libertador se preocupa personalmente de la asistencia espiritual del Ejército de los Andes. Organiza la capellanía de la tropa, procurando la cantidad de sacerdotes necesaria para la atención de sus soldados. Una vez comenzada la campaña, San Martín escribe a Luzuriaga, quien ha quedado a cargo de la gobernación de Cuyo: “Espero que Vuestra Señoría interpondrá sus consideraciones al clero para que dirijan sus preces al Eterno implorando su misericordia y auxilio para el éxito de la expedición. Cada comunidad o parroquia deberá rezar semanalmente una Misa rogando por el triunfo de nuestro ejército, pues hay que emplear el medio más eficaz y poderoso, el de la oración, como homenaje acepto al Dios de los ejércitos”.

No podemos dejar de señalar el gesto público más memorable, al menos para el pueblo de Mendoza: la entrega del bastón de mando a la Virgen del Carmen de Cuyo. Según atestigua el general Gerónimo Espejo: “A las 10 de la mañana, el Ejército con uniformes de gala viene desde El Plumerillo a través de las calles adornadas con banderas y guirnaldas de flores, entre las aclamaciones del pueblo y el cantar sonoro de las campanas. Llega a San Francisco, de donde sale la imagen de Nuestra Señora del Carmen, escoltada por San Martín, el Gobernador y su comitiva, van en procesión hasta la Iglesia Matriz, donde, en su sitial cubierto por un tapete de damasco, estaba doblada la bandera sobre una bandeja de plata. Entraron al templo piquetes de los cuatro regimientos y el abanderado, que se colocaron al costado del altar. Después de cantar tercia, San Martín se adelantó, presentó la bandera para que fuera bendecida, lo mismo que su bastón de mando, que era de palisandro con un puño de topacio. Al terminar la Misa sacaron la imagen a un costado de la Iglesia que miraba a la plaza; allí el General le entrega solemnemente su bastón, colocándolo en la mano derecha de la imagen, en presencia de todo el pueblo y hace jurar la bandera, mientras rompían dianas las bandas de música, de cajas y clarines, con la artillería se hizo una salva de veintiún cañonazos y el pueblo daba grandes demostraciones de alegría, escoltando a la imagen hasta su sitio en la iglesia”.

Más allá de las sospechas, los rumores y las especulaciones, la vida cristiana del padre de la Patria es una realidad histórica y un testimonio inspirador actual. Probablemente nunca haya olvidado aquel consejo de su entrañable hermano americano, el general Manuel Belgrano: “La guerra no sólo debe hacerse con las armas sino con la opinión, afianzándose ésta en las virtudes morales y cristianas; acuérdese siempre que es Ud. un General cristiano y cuide que ni en las conversaciones más triviales se falte el respeto a nuestra santa religión”.

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