Los seres humanos compartimos distintos tipos de problemas, desde los más simples hasta los más dramáticos como es el afán de dominio y la agresividad que se transforma en la mutua aniquilación. En la Argentina, afortunadamente, este último no lo tenemos, pero sí otros.
En el campo económico venimos teniendo -en común- dos problemas serios: una economía estancada desde 2011 (más allá de los vaivenes cíclicos de corto plazo con bajadas y subidas) y una alta inflación. De ellos se derivan otros graves problemas como ser el incremento de la pobreza, la informalidad, la falta de previsibilidad, la huida de la moneda nacional… Parece obvio que lo primero que debemos hacer es reconocer que existen y que es un tema común, más allá de las ideologías, posturas políticas o diferencias sustanciales acerca de cuáles son sus principales causas y soluciones.
Una siguiente pregunta sería si: ¿Somos tan originales y nadie más ha tenido o tiene esos problemas? La respuesta es que hay muchos países que han tenido esos problemas. Algunos pocos, como nosotros, no los han resuelto (o han empeorado), pero la mayoría sí.
Hay muchos países que han tenido esos problemas. Algunos pocos, como nosotros, no los han resuelto (o han empeorado), pero la mayoría sí
Entre estos últimos se puede enumerar una larga lista que van desde Israel (desde el gobierno de Shimon Peres para acá) hasta Bolivia. Han partido del ordenamiento macroeconómico y, en consecuencia, el equilibrio fiscal como uno de sus componentes centrales.
Luego, o a veces simultáneamente, han consensuado una agenda de desarrollo basada en agregar valor a sus recursos humanos (siendo central la calidad educativa) y a sus recursos naturales. Para ello han articulado virtuosamente -de manera transversal- una decisión política consensuada, un apoyo social significativo y cuadros profesionales calificados en el Estado para llevarlas adelante.
¿Cuáles serían las claves de diagnóstico y posibles soluciones en el caso argentino? Entendemos que para ello hay que descifrar bien cuáles son las principales posturas contrapuestas y si hay posibles puntos de encuentro.
De los diferentes textos que lo analizan sólo tomaré dos artículos de Vicente Palermo en la revista Seúl. En el primero, comienza expresando que “la idea central de este ensayo es que en Argentina hay dos mundos políticos bastante consistentes en sus dimensiones y que el anhelo de que estos mundos concreten acuerdos comprensivos y de largo plazo entre sí, como motor de reformas, es ingenuo, porque esos mundos no son conmensurables, sino más bien tienen muy poco en común y, peor, son profundamente hostiles entre sí. Lo que tienen en común, en gran medida, lo tienen de peor. Las piezas del rompecabezas que se examina aquí probablemente no sean nuevas, pero se encastran de un modo quizás diferente. Sobre todo, de un modo que no es fácil de digerir ni para tirios ni para troyanos”.
Palermo conjetura que “en la Argentina de hoy hay dos grandes conglomerados multidimensionales, agregados de composición plural, una de cuyas dimensiones principales (puesto que les sirve de cemento) es el modo de entender lo político, lo social y la economía. Aunque tengan diferencias en su composición social, que las tienen, esto es aquí menos importante”.
Sostiene que estos dos grandes conglomerados tienen diferencias de estilo muy relevantes y que están en duelo. La palabra estilo sin duda evoca distintas visiones o enfoques puestos en acción.
Explica que “el Estilo 1 (expresado grosso modo en Juntos por el Cambio y la imprecisa agrupación poco conocida como La Libertad Avanza) se preocupa por atender una capacidad central del capitalismo: la creación de riqueza, la prosperidad. Para este estilo la clave estriba en establecer los incentivos correctos para la acumulación y el crecimiento, incentivos que, básicamente, descansan en una conformación mucho más abierta del mercado y una delimitación más precisa y contenida del Estado, y de las instituciones que garantizan bajos costos de transacción y los derechos de propiedad. Uno de los problemas graves de este Estilo 1 es la reunión del libertarismo político y el neoliberalismo económico, dos utopías peligrosas en tanto tales. Aunque en la práctica sea un estilo intensamente político, cree de sí mismo ser despolitizado. Cree utópicamente en el mercado, cree también utópicamente que el Estado mínimo (con Robert Nozik y otros muchos pensadores e ideólogos) es la condición de posibilidad no sólo de la generación de riqueza sino de la libertad. Pero esta observación es secundaria: lo central es que el Estilo 1 define el problema como de establecimiento de incentivos correctos, sobre-simplificando la complejidad de lo político. Tampoco tiene nada de secundario algo que sabemos todos: la inconsecuencia entre ideas y prácticas…”
Orientación procapitalista y enfrentada al Estado
Luego sigue diciendo que “es incuestionable que este estilo expresa algo nuevo: una orientación, procapitalista y enfrentada al Estado, con votos, con respaldo popular, un respaldo que parece arraigado, no, lamentablemente, por la firmeza o solidez de sus partidos y menos de sus liderazgos, sino porque esta orientación cuenta con un acompañamiento social difuso, pero sostenido”.
Mientras para el Estilo 1 la solución del problema argentino consiste en un problema de incentivos, siendo decididamente amigable con el capitalismo y tendencialmente adverso al Estado (aunque de un modo desparejo entre sus componentes), para el Estilo 2 (expresado en lo que borrosamente se puede denominar peronismo) el nudo es la voluntad política para que la fuerza popular altere la correlación social de fuerzas. Ni más ni menos que eso. Y su resultado debería ser la restitución de un pasado hipotéticamente dorado.
Esto del pasado dorado no era así originalmente, en los ‘40 y ‘50. Para el peronismo naciente no había ningún pasado que restituir, pero con el tiempo y los hechos, obviamente ya la tradicional necesidad de restitución está bien plantada, y ha ganado hasta a la izquierda en Argentina.
Para el peronismo naciente no había ningún pasado que restituir
Agrego de paso que los prosélitos del Estilo 1 tienen también, aunque de un modo más vago, su pasado dorado, más lejano en el tiempo, el ciclo de la Argentina liberal, que se abre en 1853 y se cierra en 1930.
Volviendo al Estilo 2, la restitución del pasado dorado equivale, en otras palabras, a rectificar el rumbo histórico. El Estilo 2 no es anticapitalista, puesto que no se propone sustituir el capitalismo por un sistema económico alternativo, pero mantiene con el capitalismo, y en especial con el mercado, una manifiesta animadversión, digamos, cultural. Son más o menos lo mismo capitalismo, mercado y ricos egoístas y explotadores cuyo patrimonio debe ser recuperado para el pueblo. La voluntad política, la fuerza popular; el tercer pilar es el papel del Estado.
La fuerza popular militante
La voluntad política y la fuerza popular se encarnan en la militancia (“gobernar es crear militantes”, sic), generadora de energía para pulsear con los poderosos.
Los militantes cumplen varias funciones: reproducirse a sí mismos ensanchando su base, ser protagonistas de actividades diversas dirigidas a la sociedad -presencia en la -calle entre las primordiales- y apuntalar la acción de los líderes de gobierno. (Por supuesto, estas tres funciones se sostienen con variados tipos de vínculo con el Estado). Se trata de tres funciones que encarnan la voluntad política. Pero el Estado también es dado por descontado: el tema es quién lo ocupa.
Contra la concepción de Estado mínimo, defienden una retórica de keynesianismo tosca, pero justificativa del incremento del empleo público, y agitan estandartes que convocan al Estado a librar mil batallas, la mayoría de ellas imaginarias. Si no que lo digan el control de precios, la lucha con los “medios hegemónicos” o contra el “partido judicial”….
En este extenso texto (que se invita a leer completo) luego se aborda la cuestión de las posiciones sobre los privilegios y las rentas, hace distintas consideraciones como que “mientras el Estilo 1 tiende a sujetarse algo mejor a la ley constitucional, el Estilo 2 la siente frecuentemente como una camisa de fuerza”.
Mientras el Estilo 1 tiende a sujetarse algo mejor a la ley constitucional, el Estilo 2 la siente frecuentemente como una camisa de fuerza (Palermo)
“En el Estilo 2 hay, implícitamente -y a veces no tan implícitamente- una forma alternativa de entender la democracia, alternativa a nuestra democracia constitucional”, “hay una desligitimación mutua entre ambos estilos”, “el Estilo 1 confronta con la esperanza de convencer a la sociedad de que el cambio de incentivos, de cuño neoinstitucionalista y orientación capitalista, es indispensable” y que “la buena noticia es que, contra esta corriente del Estilo 2, probablemente se haya configurado ya un consenso social, que conecta de una vez la decadencia económica y la pobreza con la corrupción, consenso que, más allá de un dudoso rigor empírico, ha de crearle muchas dificultades a este modo de ver las cosas”, entre otros conceptos salientes.
Posible salida
En la segunda nota Vicente Palermo se centra sobre una mirada escéptica respecto de realizar acuerdos programáticos, y al final plantea tres condiciones para una posible salida al bloqueo de la política argentina contemporánea. Ellas son:
“a) que la coalición obtenga una victoria electoral concluyente;
“b) que esta coalición victoriosa esté convencida de que el camino es organizar la cooperación, es decir, organizar, o sea, forzar al otro por las buenas o las malas, a cooperar, y cuente con un centro de autoridad/liderazgo significativo; y
“c) que identifique correctamente los destinatarios del convite a cooperar (cae de su peso que no han de ser todos los derrotados ni mucho menos).
“Lograda la aquiescencia de ese sector la coalición gobernante deberá realmente cooperar con él, haciendo patente que él percibirá beneficios y tendrá arte y parte y no será meramente llevado de las narices. La condición de posibilidad más inmediata es que haya en la coalición triunfante un consenso interno decisivo a favor de correr con los costos y los riesgos de este tipo de acuerdos y que el adversario haya quedado nítidamente derrotado y fragmentado. Este camino no es facilitado por la decisión inicial del gobierno entre imposición y negociación, porque las dos opciones son malas. Pero, quizás, la menos mala es combinar las dos cosas, con iniciativas simultáneas como las mencionadas (Aerolíneas, Tierra del Fuego) y la invitación a negociar gran parte de la agenda. Como sea, creo que el análisis evidencia la dificultad del camino, entre dos estilos a los que les cuesta conversar y más aún negociar debido a la ausencia de espacios comunes positivos”.
Muy posiblemente el enfoque de Palermo es acertado. Sin embargo, cabe destacar que ya han existido acuerdos muy importantes en el Congreso, en el que participaron gran parte de las dos grandes coaliciones. Desde la aprobación del acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (con todas las salvedades y objeciones que se presentaron), pasando por leyes como la de economía del conocimiento hasta proyectos de ley en Diputados en el que convergieron legisladores de JxC y de los libertarios.
Si nos basamos en debates públicos recientes de referentes del FdT y de JxC, allí se infiere -entre otras cuestiones- que la primera coalición tiene dificultades para consensuar dentro de ella un plan de estabilización “a la Shimon Peres”, y lo único que podrían hacer es tratar de llegar a la fecha de las elecciones de la mejor manera, y muy probablemente con un panorama similar al presente, si no surgen complicaciones adicionales. Entre tanto colocan parches e impulsan medidas parciales para compensar algunas pérdidas sectoriales y fomentar el desarrollo de algunas ramas productivas.
En el caso de JxC hay referentes del PRO (no todos) que hacen hincapié sólo en el ordenamiento macroeconómico y las principales reformas estructurales, mientras que los del radicalismo y la Coalición Cívica plantean que ellas deben vincularse con una agenda de desarrollo productivo con las principales medidas a adoptar (esto sería compartido por dirigentes como Horacio Rodríguez Larreta).
El análisis evidencia la dificultad del camino, entre dos estilos a los que les cuesta conversar y más aún negociar debido a la ausencia de espacios comunes positivos
¿Podrán llegar a resolverse estas cuestiones dentro de ambas coaliciones y entre ellas? ¿Qué peso tendrán finalmente los libertarios en las próximas elecciones y en la representación parlamentaria? Sin duda, el panorama es incierto y habrá que esperar a fines de este año para poder responderlas.
Podríamos preguntarnos si en caso de no darse las tres condiciones planteadas por Vicente Palermo (en particular la primera): ¿no habrá ninguna posibilidad de que en el Congreso, en algún momento, prime un interés común con perspectiva de un futuro donde coexistan el orden, la eficacia en el accionar y un progreso compartido (por lo tanto con equidad), más allá de las respetables ideologías y posturas diversas sobre distintos temas de la realidad nacional? ¿Será ilusorio? ¿los ciudadanos, las organizaciones empresariales, de trabajadores, de la cultura y de las religiones, así como de la opinión pública en general podremos hacer algo para impulsar esa dirección?
Seguir leyendo: