La celebración de la reunión de la CELAC en Buenos Aires ha puesto nuevamente en el tapete la discusión de los procesos de integración en América Latina y el Caribe. La necesidad de avanzar en esta materia también se ve impulsada por el recrudecimiento de los conflictos geopolíticos globales exacerbados por la guerra en Ucrania. Ello puede implicar un proceso parcial de desglobalización y de acortamiento de las cadenas de valor globales donde la región podría insertarse. Dicha inserción se potenciaría a partir de mayores vínculos productivos entre las economías al interior de América Latina
Ahora bien, para aprovechar esta coyuntura, los países de la región deben avanzar en las tareas pendientes. Nos es que no se haya hecho nada en los últimos años. Por ejemplo, el perfeccionamiento de los tratados de libre comercio entre las economías de la Alianza del Pacífico y Mercosur ha reducido sustancialmente los aranceles entre estos dos grupos de naciones (aunque la cobertura y reducción arancelaria entre México, por un lado, y Argentina y Brasil, por el otro, todavía es poco ambiciosa).
Gracias a estas y otras iniciativas, casi el 85% del comercio entre los países de la región está libre de aranceles. Aun así, la evidencia muestra que el intercambio no avanza, como era de esperar, manteniéndose en un nivel de aproximadamente el 15-17% de las exportaciones totales en las últimas décadas.
Ello contrasta con lo observado en otras regiones, como la Unión Europea, donde el comercio intrazona representa más del 55% del total, el Nafta, con el 38%, y países en desarrollo del sudeste asiático, con el 22% (no se incluye a China). Este hecho sugiere que, a pesar de la cercanía geográfica existente entre los países de América Latina y el Caribe (en comparación con países extrazona), el comercio no aumenta como sí ocurre en otros bloques económicos. De hecho, un estudio reciente realizado por CAF-banco de desarrollo de América Latina muestra que el efecto de la menor distancia en el ámbito regional tiene un impacto sobre los flujos de intercambio de mercaderías, que es 37% más débil que en la UE o en otros bloques económicos.
Esta evidencia implica que, más allá del tema arancelario, hay otros aspectos que afectan los costos de comercio al interior de América Latina que se mantiene altos en relación con otras regiones. Podemos mencionar tres aspectos. Por un lado, la facilitación de comercio, esto se relaciona con la reducción, simplificación y digitalización de los trámites aduaneros y de frontera. Los países han avanzado con iniciativas como la ventana única de comercio exterior (VUCE), pero en varios casos estos sistemas no cubren todos los procesos e información que según los estándares de la OMC deberían incluirse (ej. Argentina solo abarca el 40% de los procesos). Quizás, aún más importante, resta avanzar en la interconexión o interoperabilidad entre las diferentes plataformas establecidas en cada país, de forma de evitar la duplicación de procesos y promover el reconocimiento mutuo de distintas certificaciones y documentos digitales.
Un segundo aspecto, es la infraestructura de transporte que conecta físicamente a los distintos mercados al interior de la región. Esto se refiere a pasos fronterizos, carreteras y conexiones de ferrocarril que, para el caso de países vecinos, son muy utilizadas en el comercio bilateral. Por supuesto que también son relevantes las instalaciones de puertos y aeropuertos. Aquí se requiere que las distintas iniciativas de integración en la región -Alianza del Pacífico, MERCOSUR, el Mercado Común Centroamericano, la Comunidad Andina, por solo por nombrar a alguna de ellas -sirvan como instrumento para coordinar la planificación y financiamiento de las inversiones (y su mantenimiento) que son necesarias.
Un tercer y último aspecto tiene que ver con las medidas que apoyen la integración productiva. En parte, el fuerte comercio intrarregional que se observa en el NAFTA, la UE y en el Sudeste Asiático está impulsado por cadenas globales de valor que tienen un alto componente regional; esto es, el intercambio de bienes intermedios, insumos y partes producto de una fuerte especialización productiva al interior de dichos bloques. Para promover este tipo de encadenamientos es muy relevante homogeneizar las regulaciones sobre estándares de calidad y otros requisitos técnicos, a la vez de fomentar la Inversión Externa Directa (IED) con escala regional o global.
Todo ello se debe complementar con el establecimiento en los distintos acuerdos subregionales de reglas de origen -contenido nacional que se exige para que un producto pueda beneficiarse de las preferencias arancelarias- que no sean muy estrictas, que observen cierta homogeneidad entre los diferentes tratados y que además se permita la acumulación diagonal al interior de los acuerdos y entre ellos. Así, por ejemplo, la exportación de camionetas de Argentina a México pueda incluir insumos de Brasil y Colombia y que estos sean tenidos en cuenta en los requisitos de contenido nacional para poder acceder a dicho mercado con bajos aranceles.
El diálogo político entre los países en el marco de distintos foros y organizaciones como la CELAC son muy relevantes para generar lazos de confianza y cooperación y al mismo tiempo visibilizar el tema de la integración en la discusión de políticas públicas. Sin embargo, se requiere complementar estas instancias con un trabajo serio de los gobiernos y sector privado -en el marco de las instituciones subregionales y regionales ya existentes u otras que se puedan crear- para identificar una agenda de acciones que les dé contenido a estos procesos. Esta tarea es central para concretar el objetivo de que la integración regional se convierta en un instrumento para el desarrollo en América Latina y el Caribe.
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