Vargas Llosa: el último de los mohicanos se mantiene rebelde

El Nobel peruano celebró en Madrid su nombramiento en la Academia Francesa. El sobreviviente del boom narrativo de los años ‘60′ dice que América Latina, y la Argentina, están jodidas

Mario Vargas Llosa fue nombrado miembro honorario de la Academia Francesa

Escritores y políticos, pero más escritores que políticos. Así celebró el martes en Madrid su nombramiento como miembro honorario de la Academia Francesa. Mario Vargas Llosa es el único integrante de ese monasterio intelectual que escribe en español. Y no podía ser de otra manera. Había decidido ser escritor a los veinte años después de leer Madame Bovary. Ni a Borges ni a Cervantes. Se entregó a Flaubert, sencillamente, para echarse en brazos de la literatura y no soltarla nunca más.

Y aunque uno de los protagonistas de “La Tía Julia y el escribidor” odiaba a los argentinos, fueron los argentinos que lideran la Fundación Internacional para la Libertad los que le organizaron la celebración en el taurino Hotel Wellington del barrio de Salamanca. El economista rosarino Gerardo Bongiovanni; su hijo Ignacio y el ex ministro de Cultura porteño, Darío Lopérfido. Custodios del ideario liberal en Iberoamérica, tienen a Vargas Llosa como estandarte de las ideas que hace tiempo le pelean el campo de batalla intelectual a progres e izquierdistas ortodoxos, a uno y a otro lado del Atlántico. Rarezas de estos tiempos.

Porque Gabo García Márquez, Julio Cortázar y Carlos Fuentes eran de izquierdas. Todo el boom latinoamericano era progre, había seguido el sueño breve de los republicanos españoles y se había enamorado de la revolución de Fidel. También Vargas Llosa bebía de esas aguas y escribía contra los militares y los tiranos de la época. Pero el peruano talentoso fue el primero de todos ellos en hartarse de la intolerancia y de los Gulags revolucionarios.

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Mucho más que eso. En 1990 se convirtió en candidato presidencial de la derecha peruana. El universo estrecho de la cultura latinoamericana no se lo perdonó. Y lo canceló mucho antes de que apareciera internet y la cancelación se convirtiera en la trampa digital de las mentes libres. Vargas Llosa se cansó; se fue del Perú y en 1993 le dieron la ciudadanía española. Sus novelas ya no se vendieron tanto, pero él nunca dejó de escribir.

En Madrid vive más tranquilo, aunque la tranquilidad jamás fue su país preferido. Como símbolo de la Fundación Libertad viajó varias veces a la Argentina y un grupete de energúmenos auspiciados por el kirchnerismo lo atacaron arriba de un bus. También lo escracharon cuando le tocaba inaugurar la Feria del Libro en Buenos Aires. Jamás esquivó el conflicto. Y a la edad en la que muchos se sientan a esperar la muerte, el abandonó a su esposa Patricia para arrimarse a la eterna Isabel Preysler, una abonada de las revistas del corazón divorciada de Julio Iglesias.

Mario Vargas Llosa portando en "uniforme verde" de la Academia Francesa

Todavía paga esas rebeldías y los fotógrafos de Madrid no lo dejan caminar sereno por sus calles. Hace un año y medio publicó un texto extraordinarios sobre la vejez, al que tituló Los vientos (por la rebeldía de los vientres con la edad), y un párrafo en el que el protagonista añoraba a su esposa abandonada y maldecía a su frívola pareja actual, se interpretó como un ataque a la intocable Preysler. Ni la pompa de la Academia Francesa lo libra de aparecer en las noticias virales de los websites amarillos. Ni en la tele de las tardes.

Pero el Vargas Llosa de esta noche de invierno en Madrid es el rebelde al que celebran un puñado de escritores que ya no retroceden a la crucifixión de las izquierdas. Alternando lonchas de ibérico, croquetas de bacalao y rolls de sushi con cerveza o con vino, lo elogian el respetado Javier Cercas y el indomable Arturo Pérez Reverte. Lo acompañan el diputado popular Carlos Rojas y Cayetana Alvarez de Toledo, la española-argentina especializada en tiro al pichón de separatistas hoscos y de feministas ultras.

Presentado por su hijo, el periodista y ensayista Alvaro, Vargas Llosa aprovecha la banalidad de los discursos para defender la libertad una vez más. La de Sergio Ramírez y la de Gioconda Belli, los dos escritores nicaragüenses expulsados de su país por los dictadores Daniel Ortega y Rosario Murillo, a los que España, Colombia y (tardíamente) la Argentina se pelean por otorgarles la ciudadanía.

Los dos se emocionan en el corazón de Madrid, después de haber sido exiliados del Tacho Somoza, de haber sido activistas jóvenes del Sandinismo y de ser castigados por la misma revolución a la que habían romantizado. Con 80 y con 50 años, por aquí podrán destrozar reputaciones ajenas, y también podrán ser destrozados, sin que en ello les vaya la existencia.

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Más rarezas de estos tiempos. Los Ortega Murillo expulsan a una pluma admirada en el planeta como la de Ramírez y le dan un cargo en su dictadura decadente al argentino Mario Firmenich, un ex guerrillero y ex jefe montonero, que mandó a la muerte a cientos de jóvenes ilusos y terminó condenado por la Justicia e indultado por el peronismo. Vivía discretamente en Tarragona, lejos de las revoluciones de cartón. Ahora es asesor de los dictadores y embolsa U$S 50.000 al año del estado nicaragüense. El talento argentino no solo le pertenece a Lionel Messi.

“Vargas Llosa es el último de los mohicanos del grupo de escritores que transformó la literatura latinoamericana. Y es sin dudas el novelista más completo que todavía tenemos para disfrutar. Seguirá siendo leído en los próximos siglos con la misma avidez que lo leemos hoy”, explica Ramírez mientras lo mira al Nobel saludar a todos y alcanzar la proeza de dejarse retratar en cientos de selfies sin enojarse. Nadie se quiere ir del Wellington aunque el Real Madrid le está remontando al Liverpool un partido infartante en la Champions League. Algunos se conforman mirando en el celular por unos segundos los goles de Karim Benzema antes de volver al goce en peligro de extinción de la literatura.

El peruano Vargas Llosa, apenas con un audífono que le permite escuchar mejor a sus admiradores, es la única leyenda viviente de un continente que provocó asombros con su volcán literario al que llamaron boom. Cortázar se fue en el siglo pasado y no pudo gozar más que dos meses de la democracia recuperada en la Argentina. García Márquez nos dejó en 2014, dos años después de que lo hiciera Carlos Fuentes. Y tampoco están Rulfo, ni Donoso ni el paraguayo Roa Bastos. Solo queda el hombre que escribió “La ciudad y los perros” para perder años después una elección presidencial con el desconocido Alberto Fujimori, un descendiente de japoneses al que la izquierda hizo presidente. Poco después llegaría el golpe de estado y la represión a los mismos que lo votaron. Más y más rarezas de estos tiempos.

Vargas Llosa junto a Mauricio Macri (Foto: Presidencia de la Nación)

¿Cuándo se jodió el Perú, Zavalita? La pregunta de Vargas Llosa, que emergió como un cuchillo de “Conversaciones en la Catedral”, sigue estando vigente para casi todos los países del subcontinente perdido. El peruano está convencido de que toda América Latina es la que hoy está jodida. Y que la metáfora vale también para la Argentina, el país de las oportunidades desperdiciadas al que llegará a fines de marzo.

En Buenos Aires compartirá la cena de la libertad de todos los años con dirigentes, economistas, con empresarios, y escuchará a Mauricio Macri, a Rodríguez Larreta y a Patricia Bullrich prometer el cambio de un destino todavía demasiado oscuro. Las elecciones están muy cerca y las expectativas siempre están permitidas.

Hace un par de semanas, la periodista Maite Rico le hizo a Vargas Llosa una deliciosa entrevista en el diario El Mundo en la que el escribidor dejó en claro que piensa seguir dando batalla. La más difícil de todas las batallas. La que siempre termina en derrota. Allí describe, optimista hasta el fin, lo que representa la literatura en su vida.

“Creo que la literatura es una invención de los seres humanos para defenderse de la muerte. Es una manera de esconderse. Por eso va a sobrevivir. Ahí, en la novela, encuentras una eternidad que es ficticia, pero que permite protegernos de eso que nos da mucho miedo, sobre todo cuando ya estamos viejos…”.

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