Seguro oíste el ruido que se armó porque Puffin Books, el sello infantil de la editorial británica Penguin Books, decidió retocar los libros de Roald Dahl por no ser políticamente correctos.
Ya sabés: sacaron “gordo” y lo sustituyeron por “enorme”. Sacaron “feo”, un personaje no puede ser feo: mala palabra. Sacaron referencias a escritores acusados de imperialistas y supremacistas, como Joseph Conrad y Rudyard Kipling, por John Steinbeck y Jane Austen.
Y otras cosas por el estilo.
No me parece solamente un horror en nombre de la libertad, también me parece una acción severamente perjudicial. Ahí te cuento.
La verdad, estas cosas empezaron ya en vida de Roald Dahl, que murió en 1990. Por ejemplo, en la primera edición de Charlie y la fábrica de chocolate (1964), los Oompa-Loompas eran pigmeos negros, esclavizados por Willy Wonka desde “la parte más profunda y oscura de la selva africana” y pagados con granos de cacao. A fines de esa década el propio escritor los tuvo que des-negrear (así decía él). ¿Es mejor que los esclavos no sean negros? Ojalá no hubiera habido esclavos, pero los hubo desde tiempos remotos en muchos lugares. Y África fue particularmente arrasada: entre 1500 y 1850, más de doce millones de africanos esclavizados fueron transportados a América.
¿Hacemos como que no pasó? Esquivamos la ironía, el sablazo de Roald Dahl como si creyéramos que incrimina a los esclavizados y sus descendientes y no a quienes los capturaron?
Con la misma brocha, en nombre de sentimientos heridos se pinta de invisible a los gordos, los feos, los raros. No se puede decir que un personaje es gordo, no se puede ni escribir esa palabra. Lo que nos coloca a los los gordos, a los feos, a los raros, en el lugar de lo innombrable. No figuro en ninguna parte porque mi defecto es tan ofensivo que es impronunciable.
No es nuevo esto, claro. En 2018, en Italia, le cambiaron el final a la ópera Carmen, de Bizet. En la versión original, al final un amante asesina a su amada. En la del siglo XXI, ella le arrebata el arma y lo termina matando. “No quería que el público aplaudiera el asesinato de una mujer a manos de un hombre”, dijo el director, Leo Muscato. ¿De qué se trata entonces la obra? ¿Suspendemos los femicidios, que fueron y que serán, borrándolos?
Sin embargo Roald Dahl hace, en sus libros, cosas verdaderamente subversivas, que no son poner “gordo”, “feo” o “caca”. Para quien no la haya leído —o visto— Matilda —la protagonista de Matilda— es una nena inteligentísima que nace en una familia estupidizada por la televisión y el amor al dinero. Un vendedor de autos que es un estafador, una señora que habla mal de todos y se ocupa de su cuerpo ante todo. La odian, porque lee. No la ven, hasta se olvidan de que tiene edad de ir a la escuela. ¿Qué hace Matilda? Se venga y se va.
En ese orden. Se venga, les hace daño a propósito. Se va: su maestra, que es amorosa, la quiere adoptar y la nena prefiere vivir con ella. ¿Qué nos dice Roald Dahl? Que los padres —o sea, la autoridad y el poder— pueden estar equivocados, que sus valores pueden ser malos para vos, que tenés derecho a pegar el portazo y que te va a ir bien. Una idea —que la autoridad no tiene el poder absoluto y que puede no tener razón— que demuele más de un sistema de creencias. Que lejos vas a estar mejor: algo que a más de un adulto lo haría vivir más tranquilo.
Si me preguntás, prefiero una gorda potente —heroína o malvada— que su disolución total, una jalea dulzona. Prefiero personajes que hacen su vida siendo feos que un mundo anodino donde los feos no existan. Prefiero patearle la canilla al sistema de ideas que hace de los gordos, los feos y un millón de etcéteras seres inferiores y no someterme tan dócilmente a este como para sacar estas imperfecciones de los sensibles ojos de los lectores.
“Black is beautiful”, decía el movimiento de resistencia negra en los años 60. Es decir: afirmaba que el negro es hermoso, no evitaba decir “negro”. Lo que hay que dar vuelta son los valores por los que matar a una mujer es un gesto de hombría —el honor—, los que mascullan que los negros son buenos para el baile y los deportes y malos para la ciencia, los que predican —tengo deliciosos ejemplos en contrario— que un gordo no es deseable.
El resto es obediencia, sumisión, adaptación. Justo lo que destruye Dahl. Es eso lo que no les gusta, a mí no me macaneen.
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