Como si no bastaran el cepo cambiario, el Impuesto PAIS y cuanta medida se le pueda ocurrir a un gobierno, ahora a las autoridades se les ocurrió controlar el equipaje de la gente que sale de viaje al exterior y revisar el mismo equipaje al entrar para ver si trae cosas que no llevaban al salir, además de controlar la frecuencia de las salidas y regreso al país.
Es decir, como es previsible, un control económico lleva a otro control hasta que termina estableciendo un sistema autocrático que viola los derechos individuales más elementales.
Hoy, cada argentino es sospechoso de contrabandista, según las medidas que acaban de anunciar, las cuales reflejan la mentalidad proteccionista del gobierno y del control cambiario que condujo a la falta de dólares en el Banco Central.
Una persona tiene derecho a comprarse en el exterior lo que desee con el fruto de su trabajo
Lo primero que se puede reflexionar es que una persona tiene derecho a comprarse en el exterior lo que desee con el fruto de su trabajo. Puesto de otra manera, una persona trabaja, ahorra, compra dólares, viaja al exterior y con sus dólares se compra camisas, calzado o lo que se le dé la gana. Pero pareciera que el Estado viene a prohibirle a las personas que hagan libre uso del fruto de su trabajo en nombre de la defensa de la industria nacional o de los dólares que, dice, se necesitan para producir.
Es más, al dólar libre que el Gobierno dice que es ilegal, es legítimo y el dólar oficial, que el gobierno dice que es legal, es ilegítimo.
Exceso de poder público
¿Por qué el dólar oficial es ilegítimo? Muy sencillo, supongamos que el productor de soja, luego de invertir, arriesgar su capital y trabajar, cosecha y vende a alguien en el exterior a cambio de dólares. Siendo que la soja es del productor, los dólares que recibe del comprador del exterior también son del productor de soja.
Sin embargo, el Gobierno no solo le cobra un impuesto por haber exportado, sino que le confisca el 50% de su ingreso porque lo obliga a entregarle al Banco Central los dólares que recibió por el fruto de su trabajo a un precio que es la mitad de la que opera en el mercado libre.
Si el dólar libre, que se conoce como libre, opera a $400 y el BCRA le entrega al productor de soja que exporta $200 por cada dólar que recibe, directamente le está confiscando la mitad de su ingreso sin que haya una ley que lo respalde. El famoso confísquese del dictador Chávez. Solo por medio de una circular del BCRA redactada por un funcionario de tercer orden se le expropia en la Argentina al productor el 50% de su esfuerzo y resultado.
Si el dólar libre, que se conoce como libre, opera a $400 y el BCRA le entrega al productor de soja que exporta $200 por cada dólar que recibe, directamente le está confiscando la mitad de su ingreso
Obviamente, en estas condiciones escasea el ingreso de dólares al país por vía de las exportaciones, pero también escasea el ingreso de dólares al país por vía de las inversiones, dado que nadie va a hundir una inversión en Argentina si luego no puede girar las utilidades que pueda generar a sus accionistas. Lo que queda es que el Estado se endeude para tener algunos dólares para venderles a un precio artificialmente barato a los importadores de insumos.
Son estas regulaciones las que hacen escasear dólares en el mercado interno, al tiempo que sobran los pesos que emite el BCRA y que la gente no quiere retener por la pérdida del poder adquisitivo.
Falso proteccionismo a la industria infante
Pero, además, la idea de la industria infante que tiene que ser protegida hasta que pueda competir, lleva décadas en Argentina y, sin embargo, en 2022 el 64,4% de las exportaciones argentinas corresponden a Productos Primarios (cereales, semillas oleaginosas, etc.) y Manufacturas de Origen Agropecuario.
La mentalidad proteccionista es para que, por ejemplo, algún productor textil pueda disfrutar de una renta extraordinaria y disfrutar de sus lujosas vacaciones en Punta del Este, a costa del consumidor que tiene que pagar más caro esos productos que en general son de menor calidad. Todo en nombre de la defensa de la industria nacional, como si el comercio fuese una guerra en vez de un intercambio voluntario donde cada uno, con el fruto de su trabajo, le compra al que le ofrece el mejor producto al precio más conveniente.
Esta ridiculez del proteccionismo quedó inmortalizada en un texto de Federico Bastiat, quién a mediados del siglo XIX, publicó La Petición de los fabricantes de candelas, velas, lámparas, candeleros, faroles, apagavelas, apagadores y productores de sebo, aceite, resina, alcohol y generalmente de todo lo que concierne al alumbrado.
Pedían los fabricantes de velas a las autoridades lo siguiente ante la despiadada competencia del Sol: “Nosotros sufrimos la intolerable competencia de un rival extranjero colocado, por lo que parece, en unas condiciones tan superiores a las nuestras en la producción de la luz que inunda nuestro mercado nacional a un precio fabulosamente reducido; porque, inmediatamente después de que él sale, nuestras ventas cesan, todos los consumidores se vuelven a él y una rama de la industria francesa, cuyas ramificaciones son innumerables, es colocada de golpe en el estancamiento más completo. Este rival, que no es otro que el sol, nos hace una guerra tan encarnizada que sospechamos que nos ha sido suscitado por la pérfida Albión (¡buena diplomacia para los tiempos que corren!) en vista de que tiene por esta isla orgullosa consideraciones de las que se exime respecto a nosotros. Demandamos que Ustedes tengan el agrado de hacer una ley que ordene el cierre de todas las ventanas, tragaluces, pantallas, contraventanas, postigos, cortinas, cuarterones, claraboyas, persianas, en una palabra, de todas las aberturas, huecos, hendiduras y fisuras por las que la luz del sol tiene la costumbre de penetrar en las casas, en perjuicio de las bellas industrias con las que nos jactamos de haber dotado al país, pues sería ingratitud abandonarnos hoy en una lucha así de desigual”.
Es más, Juan Bautista Alberdi, una de las mentes más brillantes que dio Argentina, y que inspiró la Constitución de 1853/60 que dio lugar al mayor progreso de la historia del país, prócer que fue puesto en el desván del olvido por el populismo argentino, sostenía en el Sistema Económico y Rentístico: “La aduana proteccionista es opuesta al progreso de la población, porque hace vivir mal, comer mal pan, beber mal vino, vestir ropa mal hecha, usar muebles grotescos, todo en obsequio de la industria local, que permanece siempre atrasada por lo mismo que cuenta con el apoyo de un monopolio que la dispensa de mortificarse en mejorar sus productos”.
En síntesis, una nueva vuelta de turca da el gobierno para someter a la población a rebajar su nivel de vida para darle protección a unos pocos amigos del poder bajo el falso argumento de proteger a la industria nacional. No existe tal cosa como industria nacional. Existen productores que deberían producir, en condiciones de competencia, bienes de buena calidad y a precios competitivos. Lo otro es someter a la gente a destinar más recursos de su trabajo a comprar productos de baja calidad y precios que no son de mercado. El negocio de unos pocos en detrimento de muchos.
Por cierto, los funcionarios defensores de este nefasto proteccionismo son los mismos que no se privan de ir al Apple Store en Nueva York, para comprar el último modelo de IPhone desde el cual luego tuitean en favor del proteccionismo. Cinismo en su máxima expresión.
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