En 1979 el grupo de rock Pink Floyd lanzó el álbum The Wall. El disco incluía una canción que grafica la situación por la que atravesamos los argentinos desde hace décadas, su título “comfortably numb”, confortablemente adormecidos en español.
Solo con mirar más atrás en el tiempo, se puede observar cómo los problemas que tenía el país en materia de ordenamiento del gasto público, endeudamiento externo, corrupción, dependencia de una matriz productiva basada en la exportación de materias primas y desempleo, lejos están de resolverse, mientras que algunos de los grandes logros, como ser la educación pública gratuita y de calidad, la seguridad interior, la salud pública universal, gratuita y obligatoria, la administración de justicia y la infraestructura en servicios públicos, de la que antes estábamos orgullosos se encuentran en una espiral de calidad descendente y preocupante.
Mientras tanto, una parte mayoritaria de la población permanece inerte, inmóvil, como observadores pasivos, resignados, anestesiados, al igual que el personaje del tema de Pink Floyd que espera un nuevo pinchazo para seguir sin escuchar, sin hablar.
El fenómeno de la impotencia basada en la experiencia previa les ha quitado expectativa a dirigentes y dirigidos en que se pueden cambiar las cosas para mejor.
El fenómeno de la impotencia basada en la experiencia previa les ha quitado expectativa a dirigentes y dirigidos en que se pueden cambiar las cosas para mejor
La desconfianza que existe en la población en que la clase dirigente pueda resolver los problemas que enfrenta la sociedad fue un poderoso motor en el pasado para que se presenten nuevas propuestas, organizaciones y hasta quizás, producir una revolución transformadora, al estilo de la francesa o la nuestra de mayo.
Sin embargo, la resignación ha dado lugar a una nueva forma de revolución. Una más pacífica, aunque de efectos socioeconómicos infinitamente más letales. En esta oportunidad, la búsqueda de un cambio brusco, social, económico y moral deja de librarse en las calles con pancartas, pegatinas o bombos, ni en sótanos, comités o unidades básicas. Ni las revueltas ni los votos en las urnas sirven de mecanismo para quienes entienden que un modelo decadente está lejos de resolverse, por las buenas o por las malas.
Las sociedades han encontrado una nueva forma de expresión de su descontento, falta de confianza y frustración, la emigración. Diariamente se observa cómo en los países que carecen de propuestas para el desarrollo de las personas se producen éxodos masivos de talentos.
Siempre se van los talentosos, los que buscan mejorar a través del esfuerzo. El conformista es el que se queda, el adaptado a optar entre lo malo y lo peor. Ya sea un joven que lava platos en un bar o un empresario que busca un mercado donde colocar más seguras sus inversiones. Los que emigran son generadores de valor, tanto por capacidad de trabajo, inversión o consumo.
Según el “World Migration Report” emitido por la Naciones Unidas, más de 130 millones de personas cambian de radicación cada año, y más del 60%, algo así como 87 millones, elige destino Europa y Asia. Siguen América del Norte, con casi 59 millones, equivalentes al 21% de la población mundial de migrantes, África, con 9%, América Latina y el Caribe, con 5%, y Oceanía, 3 por ciento.
Estadística incompleta
Argentina carece de datos estadísticos actualizados acerca de cuántos ciudadanos emigran del país, hacia dónde y por qué razones, sin embargo, se podría tener una aproximación analizando la diferencia entre los ingresos y egresos de argentinos al país por los distintos pasos fronterizos habilitados, información que se puede obtener en la Dirección Nacional de Migraciones dependiente del Ministerio del Interior.
Como se puede observar, el saldo migratorio es negativo, es decir que ha habido más salidas que ingresos de personas. En 2015 la salida neta fue de más de 722 mil personas, mientras que en 2019 superó las 325 mil. Durante los últimos 8 años, por efecto de la emigración se ha reducido casi el 1% de la población del país en cada período.
Siempre se van los talentosos, los que buscan mejorar a través del esfuerzo. El conformista es el que se queda, el adaptado a optar entre lo malo y lo peor
Según el Portal de Datos Migratorios en la Argentina entre 2018 y 2021 la Dirección Nacional de Migraciones (DNM) otorgó 670.556 radicaciones, de las cuales el 93,6% correspondió a ciudadanos de diferentes países del Mercosur, en su mayoría de nacionalidad venezolana (40,6%), paraguaya (18,1%) y boliviana (15,1 por ciento).
Estos datos carecen de información acerca de las capacidades y condiciones de quienes van y vienen, es decir que se desconoce si quienes ingresan al país lo hacen para aportar conocimiento, capacidades productivas e inversiones de capital o si lo que buscan es contar con salud y educación gratuita además de algún otro beneficio social.
Es de imaginar, que al igual que los argentinos que salen en busca de mejores condiciones u oportunidades, quienes vienen al país lo hacen saliendo de circunstancias peores o menos alentadoras que las que Argentina ofrece.
Con solo observar el origen de los inmigrantes de estos tiempos, es evidente que los móviles pasan por la calidad de todo lo que “gratuitamente” el país ofrece.
Gratuito, pero caro
Vale aclarar que, aunque sea gratuito es costoso y lo pagan todos los residentes con sus impuestos, con la emisión descontrolada y con la deuda pública.
En este sentido, la legislación establece que la educación en Argentina es reconocida como un derecho y el Estado, tanto nacional como provincial, debe asegurar la igualdad, gratuidad, laicidad y el acceso a todos los niveles del sistema educativo en el ejercicio de este derecho para toda la población que vive en el país, sin distinguir entre ciudadanos argentinos o extranjeros.
Del mismo modo, el derecho a la salud es universal, independientemente de la condición migratoria y de la documentación con la que se cuente. Todas las personas solicitantes de asilo, refugiadas y/o migrantes pueden acceder al sistema público de salud. Así lo establece la Ley de Migraciones 25.871, en su artículo 6), como la Ley de Reconocimiento y Protección al Refugiado 26.165, en los artículos 51 y 52, precisamente.
La revolución silenciosa del siglo XXI probablemente sea más cruel y dura que las anteriores en las que los manifestantes, quizás de manera errada, buscaban a los golpes y gritos mejorar las condiciones del país. En esta nueva modalidad los revolucionarios, de manera más pacífica y resignada, solo buscan cambiar las condiciones propias.
El saldo migratorio es negativo, es decir que ha habido más salidas que ingresos de personas
Cuando se observa que quienes son gobierno carecen de capacidad para resolver los problemas a largo plazo y que quienes pretenden serlo plantean propuestas inviables o fantasiosas, que una enorme porción de la sociedad pretende que el mismo Estado que forma parte del problema resuelva su circunstancia, los quedan por fuera de estos grupos, los trabajadores, los independientes que ganan su sustento y los inversores cargan con los costos de la sociedad adormecida, que al igual que el personaje de la canción espera un próximo pinchazo para seguir sin mirar, sin escuchar.
Pobres los que queden sin representación, ni masa crítica para encarar los cambios que se necesitan.
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