Una mujer puede casarse con una mujer a partir del matrimonio igualitario. Se puede besar, compartir obra social y ser madre. Pero no puede ejercer el poder ni diseñar políticas públicas para otras mujeres. Es una ciudadana a medias, menos ciudadana que un varón al que le gustan las mujeres. Una mujer puede venir de otro país a limpiar baños, pero no puede tener derecho a su propio baño. Una mujer puede trabajar toda la vida haciendo la cama, preparando la comida y llevando a sus hijos al colegio para que (de grandes) sostengan a los futuros jubilados. Pero no pueden jubilarse porque son vagas que se la pasan de chisme y se atragantan con masitas que bajan con un té entre barajas marcadas.
Una lesbiana puede decidir lo que hace en su cama, pero cuando se encama pierde la racionalidad y, si otra lesbiana es asesina no la va a criticar porque padece de una intoxicación masiva de lesbianidad como si fuera una invasión zombi en donde pierden su humanidad y el sentido del bien y del mal. Si antes la Iglesia decía que la homosexualidad era una enfermedad, los que se quieren subir al barco de la derecha, dicen que es un impedimento para ejercer cargos públicos.
La clase política argentina está superando la ficción que pensaba Margaret Atwood en El cuento de la criada, (inspirada en el robo de bebés en Argentina). El cuento de los malcriados muestra a varones que son desagradecidos de las mujeres que trabajaron para poder criarlos y agresivos con las mujeres que no solo quieren dedicarse a criar sino a ejercer el poder a la par de ellos.
La violencia política se está agigantando de manera tan dura contra las mujeres que llegan al poder que no solo las erosiona, lastima y limita sus funciones públicas, sino que ya está generando un retroceso de la participación ciudadana de señoras, jóvenes, trans, lesbianas y otras identidades en un país en crisis que da brazadas de retroceso en vez de avanzar hacía mejores aguas.
“El Ministerio de la Mujer está en manos de una chica que es lesbiana, podrían haber puesto a una mujer”, declaró Miguel Ángel Pichetto, Auditor de la Nación, sobre Ayelén Mazzina, Ministra de Mujeres, Género y Diversidad. Si la institucionalidad funcionara Pichetto debería ser corrido del cargo por ejercer violencia política -sancionada por las ley del Congreso que el ex senador integró, que prohíbe la violencia política contra las mujeres- y por desconocer las leyes que rigen el Estado al que debe auditar en donde todas las mujeres son iguales más allá si prefieren como pareja a un varón o a una mujer.
“Soy mujer, lesbiana, feminista y Ministra de las Mujeres, Géneros y Diversidad de la Nación y lo invito a Pichetto a hablar de ESI cuando se sienta preparado”, contestó Mazzina en su cuenta de Twitter. Pero la violencia política no puede dirimirse en redes sociales que alientan -y no contienen- mensajes de odio. La institucionalidad argentina no permite la violencia política, ni la discriminación por identidad sexual, ni generar discriminación laboral por los deseos de quién ejerce un cargo público.
¿O un ministro gay no podría ocupar ese cargo porque solo gestionaría para los hombres que gustan de hombres? ¿Si se tienen que hacer políticas de vivienda un ministro heterosexual no puede dar créditos a mujeres que compartan la casa con otras mujeres? Ni hablar de los heterosexuales que copan la política, casi sin dar lugar a otras identidades en la foto de una campaña electoral que ya se corona como rancia. ¿Sus gustos sexuales los condicionan a no poder gobernar para toda la población?
Pero, claro, todos tienen una amiga con la que cortar la torta de la polémica. Pichetto, presidente de Encuentro Republicano Federal, en su cuenta de Twitter quiso decir que él no discrimina a una mujer lesbiana porque votó por el matrimonio igualitario. Casi como decir que tiene una amiga lesbiana o, al menos, le dio un voto para que le tiren arroz y libreta roja. Pero la excusa no lo legitima, sino que devela la hipocresía y el retroceso que hoy se padece en Argentina.
En 2010 cuando Pichetto era jefe de bloque del Frente para la Victoria y senador por Río Negro -sí- votó a favor del matrimonio igualitario, sostuvo: “Hay que tener tolerancia”. El 14 y 15 de julio del 2010 reivindicó la libertad, igualdad y fraternidad de la Revolución Francesa, la toma de la Bastilla, la declaración de derechos humanos, la felicidad y el estado laico. ¿Qué igualdad, fraternidad, felicidad y libertad podría existir en Argentina si una mujer puede ser lesbiana para amar pero no puede ser lesbiana para gobernar?
Pichetto también reivindicó el estado laico. No es un punto menor. Pichetto es (o fue) un militante en contra del lobby religioso en las políticas públicas, anticlerical declarado y un senador patagónico a favor del Estado laico. Es un punto importante en la lectura de las declaraciones lesbofóbicas. ¿Se animó como senador a enfrentar a la Iglesia en su visión pecaminosa del sexo homosexual pero pone un freno a que las disidencias sexuales puedan llegar al poder? El giro de Pichetto (inexplicable en términos teóricos en donde sus declaraciones se chocan entre sí) muestra el cambalache en el que se ha convertido la desesperación por girar a la derecha.
“Los sectores de la derecha vaticana más dura ganaron en Argentina. Es incomprensible (...) Ahora avanzan sobre los que tienen una orientación sexual diferente. Es increíble este pensamiento retrógrado que ha nutrido al cardenalato vaticano. La línea dura de la Iglesia se expresa en Monseñor Aguer (por el ex Arzobispo de La Plata, Héctor Aguer). Siguen la línea de los que consideraban enfermos y que había que ponerlos en un ghetto. Realmente un oscurantismo medieval”, criticaba Pichetto hace 13 años. En una década parece perdido de sus propios pensamientos.
Ay. Los viejos tiempos. Pichetto pone su archivo en redes sociales para limpiar su imagen. Pero se resiste a su propio archivo. ¿No es creer que una lesbiana tiene que vivir en un ghetto considerar que no puede ser Ministra de Mujeres? ¿Y no es el colmo de la ignorancia que un Auditor del Estado desconozca que es un ministerio que incluye, explícitamente, a las mujeres y a la diversidad sexual y se llama Ministerio de Mujeres, Género y Diversidad?
¿No es un nuevo oscurantismo definir qué es una mujer y excluir a las que él no considera mujeres? ¿No es un atropello a sus propias palabras negar la identidad de una persona que se define como mujer y desterrarla de la posibilidad de ocupar un puesto público? ¿No es para auditar por parte de otro organismo del Estado que su idea de libertad sexual es una aldea de lesbianas, como si fueran pitufinas, que pueden darse besos y compartir la obra social, pero que tienen que quedar en el closet de los cargos públicos?
Ahora, sí, hay quienes se frotan las manos con las frases misóginas y lesbofóbicas de Pichetto (nadie niega el crecimiento de un negacionismo de género en Argentina) que se fijen en el pasado de los que hablan. A Pichetto no le gusta que ocupe un cargo una mujer lesbiana. Pero tampoco le gustan las mujeres religiosas. No le gustan las migrantes, ni las indígenas. Pero tampoco las que toman el té en Barrio Norte. No les gustan las que rompen los esquemas. Pero tampoco las que cocinan, barren y crían. No les gusta las que vienen a limpiar casas ajenas. Ni las que se quedaban en casa para limpiar. Las que salen del armario, ni las que se pasaban el día ordenando el placard.
El barullo no es casual. Las declaraciones de Pichetto son de una bipolaridad política irreconciliable y desnuda en toda su hipocresía (ahora babeante por quedar a la derecha de la derecha) de un país de doble moral, que es liberal para lo que quiere y conservador para lo que le conviene. El ex senador es una caricatura de un machismo exacerbado en el que no hay mujer que les venga bien.
Pichetto quiere reivindicarse como políticamente incorrecto. Pero es incoherente. No, incorrecto. El ex senador, ex integrante del Partido Justicialista y ex candidato a Vicepresidente en la fórmula de Mauricio Macri, lanzó, el 16 de noviembre del 2018, en la discusión del Presupuesto 2019, desde su banca en la Cámara Alta: “Mucha gente de la clase media argentina se pudo jubilar, pagando abogados: mujeres que toman el té a la tarde fueron y se jubilaron con el sistema ama de casa, qué se yo, Argentina es un país singular”.
En Argentina 9 de cada 10 mujeres no se hubieran podido jubilar sin el piecito del Estado (para llegar a tener una vejez digna y autónoma) ya que no llegan a cumplir con 30 años de aportes por haber trabajado en informalidad (especialmente las mujeres rurales y las empleadas domésticas) y tener que interrumpir, acortar o minimizar sus carreras laborales para cumplir con las tareas de cuidado y crianza de sus hijas e hijos.
En términos reales a Pichetto no le caen bien el 90% de las mujeres que cumplieron con el mandato social de las mujeres -criar, cocinar y limpiar- y que se pueden jubilar, las lesbianas que ocupan cargos, las migrantes que llegan a Argentina, las indígenas y las clericales. En un cálculo aproximado si las que son tradicionales no pueden jubilarse y las que son innovadoras no pueden trabajar en cargos públicos, las que estuvieron siempre no pueden reivindicar derechos ancestrales y las que llegan no pueden considerarse parte del país, las de Barrio Norte son vagas que toman té y las humildes son parte de una política del “pobrismo”, casi que no quedan, mujeres, o son tan pocas que realmente configurarían algo que Pichetto odia: una minoría. ¿O esas mujeres admitidas por la teoría P no serían menos del 1%?
“La agenda del Ministerio de Género y Diversidad siempre al servicio de las minorías. La agenda de la anterior ministra era Milagro Sala y mapuches, incluyendo a Jones Huala. La de la actual, es la de las minorías mas ideologizadas y excluyentes”, tuiteó Pichetto. Más allá de los debates que encierra la afirmación, Pichetto se pone -presuntamente- del lado de las mayorías. ¿En ese carril ideológico, las mujeres que fueron madres y se dedicaron a alimentar y educar a sus hijos no serían mayoría? Pero, si las mujeres son mayoría, tampoco le gustan. Entonces, no es una cuestión de minoría o mayorías sino, de misoginia.
Un detalle no menor es que la llamada jubilación para amas de casa -que no se llama así, pero que Pichetto nombro de ese modo y repudió- permitió que el 77% de las mujeres que están jubiladas lo hicieron gracias a las moratorias previsionales. Para el Auditor fue una dádiva del Estado a señoras que perdían el tiempo mientras barajaban cartas a sorbos de té inglés.
Pero no se trata de un exabrupto. Hoy esa jubilación para amas de casa corre peligro. Si la moratoria sigue sin tratarse en el Congreso de la Nación las amas de casa (y la mayoría de las mujeres) no podrá jubilarse. La Ley de Pago de Deuda Previsional, moratoria o jubilación para amas de casa, está frenada por la inacción de diputados y senadores de la oposición. Si la ley no se sanciona solo 1 de cada 10 mujeres podría jubilarse. ¿Hay una mayoría más absoluta que 9 de cada 10 señoras mayores?
El país le está dando vuelta la cara a todas las mujeres: por ser grandes o por ser jóvenes, por dedicarse al hogar o por salir del hogar. No es contra una, es contra todas. Y contra toda política que pueda reconocerlas, protegerlas y darle derechos. El 86% de beneficiarias/os de la moratoria previsional, desde el 2014, fueron mujeres. ¿Esas jubiladas son una minoría o una mayoría que se quiere dejar sin derechos con discursos de una derecha manipuladora?
Pichetto redobló la persecución en Twitter contra Mazzina: “Ante la tergiversación de mis dichos en un programa televisivo, quiero aclarar que mi intención fue denunciar que el Ministerio de la Mujer no repudió el asesinato de Lucio Dupuy por coincidir la orientación sexual de la ministra, con las de las perpetradoras del crimen”. Es mentira. “Hay dos responsables directas que tienen que ser condenadas por la justicia”, declaró Ayelén Mazzina, el 2 de febrero, en una entrevista publicada en Telam, por Silvina Molina, editora de Género y Diversidades. “Hoy estoy hablando de Lucio para romper el silencio sobre las violencias hacia las infancias”, reforzó la funcionaria.
Pichetto faltó a la verdad y generó una fake news. La clase política puede opinar diferente. Pero la conformación de mentiras y su instalación en la opinión pública debería ser una falta grave para un funcionario que tiene que auditar a otros integrantes del Estado. Por otro lado, pensar que una mujer por ser lesbiana defendería -por su orientación sexual- a dos asesinas (ya condenadas) por el crimen de un niño solo por ser lesbiana es peor que creer que la homosexualidad es una enfermedad: es instalar socialmente que ser lesbiana es una infección que hace justificar un crimen atroz por simbiosis. ¿O él justificaría a un asesino por ser heterosexual?
Ayelén Mazzina fue candidata a diputada en 2019 e hicieron campaña lesbofóbica contra ella: “No la voten que es lesbiana”. Hoy es Ministra de las Mujeres, Género y Diversidad. Argentina necesita mejorar y que las críticas sean para que el Estado funcione mejor. Pero hoy la igualdad, fraternidad y diversidad corren riesgo. Y si alguna cree que se salva porque no le toca a ella, que no respire aliviada. El futuro de todas está hipotecado por el renacimiento de la misoginia extrema.
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