El presidente que no quiso ser es un libro en el que Silvia Mercado se pregunta (y responde): ¿Alberto Fernández no pudo, no supo o no quiso? ¿Cristina lo eligió porque sabía que era débil? ¿Cuál fue el acuerdo que hicieron? ¿Cómo se protegió la líder del Frente de Todos para evitar sus traiciones? ¿Es peronista Alberto? Cuestionamientos por cierto más que apropiados a juzgar por la realidad actual de nuestro primer mandatario. Una realidad muy alejada de las necesidades de una población cada vez más angustiada que padece el peor gobierno de la historia democrática argentina, incapaz de contener el flagelo inflacionario y la calamidad del narcotráfico. A lo anterior debemos sumar una grave crisis en todo el sistema de educación pública, en muchos casos con el agravante de un indecoroso estímulo por la “educación militante”. Son realidades muy concretas que el presidente se niega a reconocer públicamente.
Alberto Fernández se encamina hacia sus últimos 294 días de mandato. Lo hace vacío de poder, con solo cinco de los ministros que juraron el 10 de diciembre de 2019 y prácticamente atrincherado en sus propias (y erradas) convicciones que lo dejan más solo que nunca. El resto, por diversos motivos, fueron renunciando y saliendo de un gabinete nacional que nunca estuvo a la altura de las circunstancias. Sin poder político propio, sin moneda y con una inflación imposible de contener, la pregunta que debemos hacernos es si nos encontramos realmente frente a un intento de reelección o se trata de una simple parodia.
En la situación actual del presidente se puede aplicar la teoría de la sábana corta: en todos los casos le va a faltar algo, como sucedió en la mesa nacional del Frente de Todos, con tironeos de todo tipo que por ahora se mantienen puertas adentro, donde CFK sigue siendo la líder indiscutida de un espacio que se encamina a su fracaso más rotundo.
A la luz de la información concreta y verificable de nuestra economía, las chances que podría tener Alberto Fernández de ser reelecto son prácticamente nulas, al igual que las de cualquiera de los posibles candidatos del FdT. Un solo dato alcanza para ratificarlo: el salario promedio medido en dólares en 2012 fue de USD 1.450; en 2015, de USD 1.230; en 2017, de USD 1.689; en 2019, de USD 1.065; y en la actualidad es de USD 462. Para un pueblo acostumbrado a votar con la heladera llena la realidad de las góndolas dista en mucho de lo que el presidente dice (al comparar, por ejemplo, el supuesto crecimiento de la economía argentina con el de China). Alberto Fernández terminará siendo un presidente para el olvido, capturado por su propia impericia y falta de criterio a la hora de tomar decisiones, algo que un mandatario hace desde que se levanta hasta que se va a dormir: decidir entre varios opciones ante problemas de todo tipo y color.
Alberto, como Presidente, es un mediocre jefe de Gabinete. Nunca pudo alejarse del papel que supo cumplir a la sombra de Néstor Kirchner, un líder con demasiado carácter y ambiciones que le marcaba el rumbo a sus subordinados. Por el contrario, Alberto es visto por casi todo el arco político y empresario como una persona sin palabra ni credibilidad. Es un mandatario solo y a la deriva. No es casualidad todo lo que viene padeciendo, desde el maltrato público de Fernanda Vallejos (okupa y mequetrefe, entre otros epítetos), pasando por el de Sergio Berni (el que trajo al borracho que se lo lleve), Andrés Larroque (no junta más del 4% de los votos), o la propia Cristina Kirchner con la parodia de la lapicera o los presuntos chats de dudosa moralidad de su teléfono privado. Son producto de lo mismo: la falta de respeto por la persona y el desprecio por la investidura que representa.
Alberto Fernández siempre intentó (desde los inicios de su campaña electoral luego de ser designado a dedo por CFK) dar credibilidad a sus afirmaciones bajo el aura de ser un “profesional” del Derecho -dista en mucho de serlo-. Un presidente que se autopercibe profesor de la ciencia jurídica, cuando en realidad según sus propias palabras es “docente interino a tiempo parcial” (la diferencia entre uno y otro es abismal) y que violenta no solo sus propios decretos (Fiesta de Olivos), sino las bases mismas de nuestro sistema democrático al intentar hacer mella en otro poder independiente del Estado Nacional, como lo es el Judicial. Es un presidente que no termina de entender el lugar que ocupa en la sociedad. Nunca supo estar a la altura de las circunstancias.
Lo que ahora parece un intento de reelección, nos es más que una parodia con la mirada puesta en “aguantar y llegar”. Pretende, con su pantomima reeleccionista, que le sigan sirviendo el “café caliente” como dice irónicamente un conocido analista político y ex embajador. No podemos menos que coincidir con esa descripción cruda e hilarante, pero muy precisa, de un funcionario que pretender seguir siendo lo que ya todos sabemos que no pudo ser, aún con la banda, el bastón de mando y la lapicera en mano. De los presidentes que tuvimos desde 1983 en adelante Alberto es el peor de todos. Se pudo sentar en el sillón de Rivadavia por un tuit de Cristina, quien se siente defraudada y engañada. Alberto no tiene -ni tuvo- peso político propio. Esa es su mayor debilidad. De los “funcionarios que no funcionan”, el presidente ganó la carrera por varios cuerpos.
Demostró sobradamente ser un simple burócrata, capaz de adaptarse, como Zelig, el personaje de Woody Allen, al interlocutor de turno. Se ganó rápidamente el mote de procrastinador a la hora de tomar decisiones importantes. Fue y es, lamentablemente, un presidente que fomento la grieta en lugar de combatirla. Un simple mandatario, sin independencia, defraudando con su accionar a propios y extraños, que nunca pudo construir un liderazgo genuino, aspecto que quedó al descubierto de manera descarnada con la renuncia tuitera del ministro Martín Guzmán. Alberto fue elegido por Cristina frente a la crisis de su propia imagen, entre otras cosas, porque era considerado un “moderado”. Ese elogio a su moderación terminó travestido en un elogio a la exaltación. El presidente desarrolló a lo largo de su mandato una diatriba exasperada, hasta encrespada en ciertos momentos.
¿Intento de reelección o parodia? Con la inflación actual y la inseguridad ciudadana cada vez más grave, la respuesta es contundente: “parodia”. Alberto se ha convertido en el presidente de lo efímero. Sus declaraciones públicas son permanentemente bastardeadas por una realidad que lo sobrepasa. Los argentinos conocemos de sobra lo que es convivir con una inflación incontrolable. También nos hemos acostumbrado, lamentablemente, a convivir con la inseguridad. La realidad nacional y popular se termina convirtiendo en el cementerio del relato cristinista y por cierto de cualquier atisbo reeleccionista. Alberto sabe que no le da el “pine”, pero, también sabe que si no hace la mise en scene el vacío de poder que ya siente, sería terminal.
Hoy su único objetivo real es llegar de pie al 10 de diciembre de 2023 sin que le saquen el banquito.
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