Tras varias semanas de especulaciones, finalmente, tuvo lugar la reunión inaugural de la tan mentada “mesa político-electoral” del Frente de Todos. Pese a las diferentes expectativas que los principales sectores internos de la heterogénea coalición oficialista habían dejado traslucir respecto al alcance y el contenido de la agenda, el pragmatismo ante las urgencias electorales parece haber coadyuvado a que se materialice el anunciado encuentro.
En la tradicional sede partidaria de la calle Matheu 130, una treintena de funcionarios y dirigentes del albertismo, el kirchnerismo, el Frente Renovador, el gremialismo y los movimientos sociales, se sentaron en la misma mesa por más de cinco horas. En el marco de discusiones que varios de los presentes calificaron como “tensas”, el primer encuentro les sirvió a los diferentes actores para medir la temperatura interna, calibrar posicionamientos, y comenzar a delinear escenarios más cercanos a lo posible que a lo deseable.
Para un partido convertido ya hace tiempo en una gigantesca maquinaria política acostumbrada a aceitar los cada vez más anquilosados engranajes para ganar elecciones y conquistar el poder, la perspectiva de una posible derrota electoral pareciera actuar como revulsivo. Las profundas diferencias y tensiones internas están expuestas y, en cierta forma son casi insalvables. Sin embargo, ello no pareciera ser óbice para compartir un diagnóstico realista: el Frente de Todos parece haber pasado ya holgadamente el punto de no retorno en materia electoral.
El costo electoral de la fragmentación y las divisiones internas en las elecciones de 2013, 2015 y 2017, dejó su huella en los principales protagonistas del espacio. Los ecos de la derrota en la provincia de Buenos Aires en las legislativas del 2021 todavía resuenan, y son una señal de alerta para un kirchnerismo que no pierde de vista la importancia estratégica que tiene conservar su “bastión”.
En este contexto, la unidad, aún precaria y forzada, se percibe como la única opción posible de cara a un proceso electoral que se avizora complejo. Más aún, cuando el oficialismo no cuenta, al menos por el momento, con un candidato competitivo. Un candidato que, aunque no fuese una carta para el triunfo, sirviese de anclaje para las candidaturas locales y los aspirantes a cargos legislativos, y garantizara cierto arrastre para conservar las cuotas de poder necesarias para cubrir un repliegue estratégico que sirva para suturar heridas, ajustar cuentas y reorganizar las estructuras partidarias.
Mientras ese candidato no aparezca, el único plan pareciera ser “ganar tiempo”. Un tiempo que, como siempre en la política, es un recurso finito. Las listas cierran en junio. Por ahora, los dos sectores del gobierno más enfrentados entre sí buscan proyectar la imagen de que están dispuestos a jugar a fondo: Alberto Fernández insiste con su proyecto reeleccionista, consciente de que eso exaspera a la vicepresidenta y sus seguidores; La Cámpora y otros sectores del kirchnerismo duro no renuncian a que Cristina sea candidata.
En este contexto, desde ambos extremos de la grieta oficialista se interpretó la reunión con el prisma de sus propios intereses. Así, mientras desde el albertismo se celebró la ratificación de las PASO, desde el kirchnerismo se hizo lo propio con la centralidad que tiene en el documento final la narrativa de la “proscripción” de Cristina. Mientras desde el entorno del presidente se celebró el éxito de la convocatoria, desde el kirchnerismo se dejó muy en claro que se tomó la invitación muy en serio. Si algo faltaba para evidenciar esto último fue la sorpresiva presencia de Máximo Kirchner.
Por el momento, el rol de Sergio Massa, tanto en la gestión macroeconómica como en el de garante del precario equilibrio interno, coadyuva a esta estrategia de ganar tiempo. Más aún cuando no son pocos los que apuestan a una eventual candidatura del tigrense. Una candidatura que si bien el propio líder del Frente Renovador se ha encargado de desmentir en varias ocasiones, podría tomar fuerza si se cumpliera la meta de inflación que él mismo se fijó para a abril/mayo, justo pisando el plazo de cierre para la inscripción de candidaturas. Un objetivo que, por cierto, sufrió un fuerte golpe tras conocerse el dato de inflación de enero.
Así las cosas, embarcados en un proyecto que a todas luces está agotado, pero conscientes de que por la propia suma de las debilidades internas están de alguna manera atados a una suerte de “destino común”, la mesa político-electoral no deja de ser una puesta en escena de un acuerdo imposible. Nadie de los presentes espera que allí se suturen las heridas abiertas durante la cruenta interna ni se procesen institucionalmente algunas de las profundas diferencias que han quedado expuestas en repetidas ocasiones. Nadie está tampoco en condiciones de imponer -al menos por ahora- su propia voluntad.
Por ahora, el piso de 30 puntos porcentuales que a priori podría ostentar el peronismo unido es un activo al que nadie está dispuesto a renunciar. Eso explica por qué actores con posturas irreductibles se sientan en la misma mesa.
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