El neofeminismo cancela lo masculino en lugar de vitalizarlo para neutralizar el machismo

La guerra contra el hombre es una distorsión y un error sideral, porque el principal enemigo del “macho” no es la mujer, sino el varón

Guardar
(Foto archivo: Noemie Coissac / Hans Lucas)
(Foto archivo: Noemie Coissac / Hans Lucas)

El neofeminismo-hembrismo constituye una ideología inconsciente. Con una militancia mayoritariamente juvenil que, a excepción de la venalidad dirigencial, no tiene noción de las implicancias de su sistema de ideas. Su montaje “intelectual” articula sobre la inestabilidad emocional, transformando la historia a cuestas en insumo ideológico.

Las feministas han militado furiosamente la legalización del aborto. ¿Militaron el aborto? No pueden ver una ecografía, repelen los libros de biología, desoyen la descripción de las características del feto humano y no toleran ver un aborto. Las únicas que no hablan de aborto son ellas. Hacen el tabú que denuncian. Niegan al aborto en toda su realidad: “No es una persona”. Banalizarlo con cánticos, eufemismos y slogans fue la única forma de volverlo ley.

En reemplazo de la realidad se auto-instalan una entelequia ajustada al confort psíquico, que en su imaginación les permite independencia de las leyes de la reproducción, del hombre, de la familia y del amor. El feminismo-el progresismo en general- atribuye al deseo la potestad de derogar leyes naturales. Una desmesura anclada en la infantilización de la libertad.

La misma distorsión las lleva a la guerra contra el hombre y contra la mujer, aún en nombre de la mujer.

¡”Muerte al macho”! Ellas, las hembristas, no lo saben, pero cada grito contra el macho es una reivindicación del hombre. Su anhelo agazapado. Es un desesperado e inconsciente pedido de masculinidad. Del hombre cabal: en el obstinado intento de abortar al macho dan a luz al hombre. El feminismo confirma la naturaleza cada vez que intenta negarla.

Pero, ¿qué es el macho? Es la amalgama de una cruda animalidad sin correa, con una atrofiada, débil y deformada presencia del elemento masculino. Denota ausencia de masculinidad, su desarraigo, no su exceso. El macho sustituye al hombre por la impostación viril. Por tanto, el machismo no es sólo lo que hace la sociedad con la mujer, sino lo que no hace con el hombre. Es primeramente la agresión a éste como tal.

El macho no sabe tratar con lo femenino porque desposee una sólida plataforma de masculinidad. Por ello, efectivamente, el machismo puede y debe evaluarse en la relación con la mujer, a la cual le es imposible contemplar como sujeto de cuidado sino exclusivamente como objeto de placer.

El aborto es, en muchos casos, la acción más machista, porque representa la mayor desnaturalización del hombre que debe velar por la mujer y su hijo. “El aborto es un derecho”, afirman. Es cierto. Es el derecho del macho por excelencia. Máximo placer y desaparición, sin atadura relacional alguna.

Hembrismo y machismo son uno el reverso del otro, se retroalimentan, destruyen las mismas cosas y sirven a los mismos intereses, la enajenación del hombre y la mujer

En su contumacia, el feminismo persigue la cancelación de la masculinidad en lugar de vitalizarla para neutralizar el machismo. Sufren al macho pero lo fortalecen destruyendo al hombre, en un error sideral, porque el principal enemigo del macho no es la mujer, es el hombre.

Hembrismo y machismo son uno el reverso del otro, se retroalimentan, destruyen las mismas cosas y sirven a los mismos intereses, la enajenación del hombre y la mujer.

El neofeminismo ha llegado tan lejos como su psicosis social -y el sustento de los “verdes”- se lo ha permitido. Sus postulados centrales no prenden totalmente en el grueso de la sociedad pero basta que lleguen degradados para producir suficiente daño. Lo que “se va a caer” no es el patriarcado, inexistente, sino que están destruyendo la naturaleza de los vínculos socio-afectivos.

Ciertamente, el feminismo no asesinó a Lucio Dupuy, pero lo condujo a un callejón sin salida. Por un poder judicial viciado de “género” y una ideología que encorseta y concentra el dolor y crispa el espíritu. La causalidad restante concierne a la psicología criminal.

Lógicamente no está mal la militancia. Y, ni la doctrina, ni el dogma, ni la ideología son esencialmente cosas malas. El problema radica, en el caso del feminismo, en el lúgubre horizonte hacia el cual impulsa a las mujeres, y hombres. Ninguna feminista lo admitirá, pero ahora que se sancionó la ley (del aborto) se sienten más vacías que antes, puesto que militaron una anti-causa. Intereses foráneos lograron instaurar un falso norte.

No abandonemos a la juventud. Hoy el hembrismo les propone “la reivindicación del goce”, la ESI, el lenguaje inclusivo, la castración precoz, el rencor a sus padres y hermanos, los talleres de brujería (real) y el twerking -baile del traste-, un subproducto cultural importado del reggaetón (curiosa lucha anti-sistema). Nuestro renunciamiento a la educación ordinaria y a la extraordinaria las empuja a la selva del relativismo moral. Captadas desde lo mejor que tienen, su conciencia participativa e inquietudes políticas, encontraron en el feminismo el recibimiento que no hallaron en el mundo adulto. Son marginales culturales, excluidas del amor y lo trascendental.

Engañadas, muchas chicas fueron tras el monstruo del abortismo. No es posible concebir una figuración humana más pura que una mujer embarazada ni más “demoníaca” que un aborto. Aún así, lo militaron y se volvió formalmente ley -inconstitucional-. Luchemos para que no se vuelva cultura. Por una mujer que observe su vientre con alegría e ilusión y un hombre reconstruido en el lugar que le corresponde: guardián del argentino más indefenso de todos.

Seguir leyendo:

Guardar