A principios de enero de 1972, el general Juan Domingo Perón planificaba su regreso a la Argentina después de 17 años de exilio. Un joven de 28 años, que había ganado su confianza, se atrevió a plantearle que su salud podría deteriorarse mucho si volvía para ser Presidente. “Si bien hoy lo veo a usted en excelentes condiciones de salud, es evidente que no es la misma la perspectiva de una vida más o menos tranquila en Madrid que otra enfrentando una situación muy compleja, como es la de la Argentina en la actualidad. Quiero ser muy crudo, general, porque lo he hablado con médicos de mi confianza. Sus años de sobrevida no serían los mismos en un caso que en el otro”.
Perón, que había partido de la Argentina luego de un golpe de estado, que había sufrido el robo del cadáver de su esposa, que había deambulado lejos de su país durante larguísimos e inciertos años, le respondió: “Para usted, ponerse en mi lugar es muy difícil porque es muy joven. Pero lo que yo puedo decirle es que hay años y años, y hay algunos que deseo tanto que cambiaría uno de ellos por diez años vividos en Madrid. Y voy a decirle algo más con la sinceridad más absoluta: yo siento que tengo una deuda enorme con el pueblo argentino y su lealtad de tantos años, por todo lo que ha padecido por ser leal a nuestra causa. Lo que más deseo en la vida es pagar esa deuda”.
El joven que conversaba en ese momento con Perón era Juan Manuel Abal Medina, hermano de uno de los montoneros que mataron a Pedro Eugenio Aramburu y padre del ex jefe de Gabinete del mismo nombre. Esa escena cinematográfica está incluida en su libro Conocer a Perón, que publicó hace algunas semanas y que está leyendo, en estos días, casi toda la dirigencia peronista, entre ellos el presidente Alberto Fernández, la vicepresidenta Cristina Kirchner, el diputado Máximo Kirchner y el segundo de La Cámpora, Andrés Larroque.
Curiosamente, en una entrevista concedida hace pocos días, Larroque se refirió a aquel mismo año, 1972, cuando debió responder una pregunta sencilla:
-¿Por qué dicen que Cristina está proscripta si puede presentarse a elecciones al cargo que ella quiera?
El secretario adjunto de La Cámpora seguramente estaba influenciado por su lectura de Conocer a Perón y respondió:
-Fijate como proscribió a Perón la dictadura de Lanusse en 1972. Son siempre los mismos mecanismos.
La respuesta de Larroque es muy curiosa porque, justamente, cualquier acercamiento a aquella historia no revela las similitudes sino las evidentes diferencias entre la persecución que sufrió Juan Perón después de 1955 y la situación que atraviesa hoy Cristina Kirchner:
-Perón fue derrocado por un cruento golpe de estado. Cristina Kirchner nunca sufrió un golpe de estado. Fue presidenta dos veces sin que sus mandatos fueran interrumpidos. Ahora está por terminar, además, su período como vice.
-Luego de aquel golpe de estado, Perón debió exiliarse durante más de diecisiete años. Cristina Kirchner dejó de ser presidenta hace ocho. Durante todos esos años vivió en su domicilio. Pudo salir del país y volver a entrar cada vez que quiso.
-Luego de aquel golpe, la dictadura prohibió por decreto que se pronunciara el nombre de Perón. En cambio, es difícil caminar por la Argentina sin toparse con algo que se llame Kirchner. Ese nombre propio ha servido para nombrar avenidas, calles, plazas, gasoductos, represas, barrios, rotondas, jardines de infantes, puentes, escuelas, centros culturales entre muchas otras cosas.
-El cadáver de la mujer de Perón fue robado, mutilado y escondido durante la dictadura posterior a 1955. El cuerpo del marido de CFK reposa en paz en un mausoleo ubicado junto al cementerio de su ciudad natal, donde hay monumentos en su honor.
-Las medidas que prohibían el regreso de Perón fueron acompañadas por la proscripción del peronismo como fuerza política. Un peronista no podía presentarse como candidato a ningún cargo. Y si se presentaba y ganaba, como el caso de Andrés Framini en 1960, las elecciones se anulaban. Actualmente el peronismo no solo no está proscripto sino que además ganó las últimas elecciones presidenciales, gobierna la principal provincia del país, entre otras, y hay miles de peronistas que ocupan cargos públicos.
-La persecución de Perón fue dispuesta por una dictadura militar. Cristina Kirchner, en cambio, fue juzgada por varios tribunales designados como indica la Constitución. Algunos de esos tribunales la absolvieron. El que la condenó está integrado por jueces designados por ella misma.
-La dictadura que persiguió a Perón fusiló a varios militares que simpatizaban con el presidente depuesto. El Gobierno actual no fusiló a nadie.
-Finalmente, entre 1955 y 1973 existían normas explícitas que prohibían el regreso de Perón al país. En 1972, la dictadura de Alejandro Lanusse le permitió volver pero emitió un decreto que, si bien reincorporaba al peronismo a la vida política, al mismo tiempo le prohibía presentarse a Perón como candidato. En la actualidad, rige una democracia plena en la Argentina. Gobierna, vale repetirlo, la fuerza política que integra Cristina. Y ella es vicepresidenta.
Pese a todos esos contrastes, la política argentina asiste en estos días a un intento forzado de transformar a la Cristina de hoy en el Perón perseguido de aquellos tiempos. Larroque lo dijo en esa nota. Pero antes que él lo dijo la misma Vicepresidenta en el discurso pronunciado minutos después de que se conociera su condena judicial, donde incluso alertó que el tribunal difundiría los fundamentos de la sentencia el mismo día del año en el que la dictadura del 55 emitió el decreto donde prohibía que se mencionara a Perón. El jueves pasado, además, la conducción del país -menos ella- discutió durante horas la difusión de un documento porque un sector del peronismo quería incluir en él la denuncia de que ella estaba proscripta, mientras el otro solo aceptaba que se declarara la voluntad de luchar contra esa proscripción. Durante toda la reunión del Frente de Todos, hubo largos discursos de denuncias de la proscripción. Y La Cámpora anunció que saldría a “la calle” para “luchar” contra la proscripción.
Pese a todo eso, Cristina no está proscripta.
Es un hecho objetivo.
Con solo inscribir su candidatura, sería candidata.
Así de sencillo, como lo fue tantas veces.
El contraste entre tanta agitación alrededor de un problema que, objetivamente, no existe habilita a hacerse una pregunta un tanto irreverente: ¿Qué le ocurre a esta gente?
En el mundo de la política circulan algunas respuestas posibles. Una interpretación proviene del campo psicológico y atribuye a un sector del peronismo -el que conduce ella- una necesidad existencial de recostarse en una épica donde son muy necesarias palabras con contenido emotivo intenso: Resistencia, Lucha, Persecución, Dictadura, Patria, Oligarquía, Proscripción, Golpe. Sin ellas, la vida pierde sentido. La construcción ardua y cotidiana de una sociedad democrática aburre, o le quita magia a la propuesta. Sin drama, no hay política posible. En ese contexto, cualquier desafío –por ejemplo, la desagradable situación que atraviesa la vicepresidenta- debe transformarse en un insumo para la construcción de una gesta. No se trataría de una impostura sino de una percepción que, para quienes la difunden, es real, aunque para el resto del mundo represente un disparate.
Otra interpretación complementaria es que el relato de la proscripción sea necesario para mantener viva la llama de cierta militancia que está disconforme con la transformación del kirchnerismo en una de las patas de una coalición que debe gobernar con los límites que hoy le impone la realidad. No se trataría en este caso de una necesidad existencial de la conducción, sino de sus seguidores.
Hay adversarios de Cristina, dentro del peronismo, que sospechan otra cosa: que todo es una impostura, una simulación, para que Cristina -y sobre todo Máximo Kirchner- sean los dueños de la lapicera que disponga quién va de candidato a qué cosa en las próximas elecciones, como sucede en el peronismo desde que murió Néstor Kirchner. Una manera de conservar poder. En ese sentido, destacan que en la reunión del Frente de Todos, varios delegados de Cristina pidieron suspender las primarias, con el argumento de que la principal candidata está proscripta. Si eso ocurriera -es decir, si Cristina fuera Perón- ¿quién podría discutirle que ella, desde la clandestinidad o el exilio, debería designar al candidato a Presidente y a todos los otros candidatos en los principales distritos?
Sea como fuere, en la vida real, afortunadamente, la Vicepresidenta no está proscripta. Sus opciones son mucho menos dramáticas, y por ende menos atractivas. Pero existen. Podría presentarse como candidata a Presidenta. En ese caso, nadie en el peronismo le ganaría una interna. Sigue siendo, en el frente interno, la más popular. Y –quién dice- tal vez tenga incluso alguna chance de volver a Olivos como Presidenta, si Juntos por el Cambio elige a un candidato extremista o a alguien que traiga a la memoria emotiva aquellos años en los que gobernó Mauricio Macri. Si decide, en cambio, como lo ha dicho taxativamente, no presentarse, deberá apoyar a un candidato propio o negociar con los otros sectores un acuerdo para una fórmula conjunta: nada que no esté contemplado por las grises normas de la democracia republicana.
La historia de Perón terminó, como se sabe, de manera muy triste. El general volvió al país en noviembre de 1972 y, luego, en forma definitiva, en junio de 1973, para asumir la presidencia en octubre de ese año. El pronóstico de Abal Medina se cumpliría muy rápido. Unos meses después de su regreso, Perón murió en el cargo. No pudo ni siquiera cumplir en el país ese año entero que hubiera valido, como él dijo, como diez en España. Tras su muerte, la Argentina fue atravesada, primero, por un proceso muy parecido a una guerra civil entre seguidores del presidente fallecido y luego por una dictadura atroz. Hubo miles y miles de secuestrados, torturados, perseguidos y asesinados.
Por suerte, se trata de viejas historias. Nada parecido sucede en la Argentina de estas últimas décadas. Tal vez sea prudente no agitar viejos fantasmas.
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