Una meditación sobre la pauta publicitaria oficial

Antes que protestar por la mala administración de los recursos estatal destinados a la publicidad es preferible enfocarnos en liquidar la agencia oficial de noticias

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Gregorio Badeni
Gregorio Badeni

En nuestro medio viene ocurriendo un proceso de suma gravedad que afecta de lleno a la libertad de prensa. Como es sabido, en una sociedad libre cada propietario hace lo que estime pertinente en su espacio sin que medie regulación de ninguna naturaleza que pretenda administrar lo que pertenece a cada cual.

Este clima permite que la gente no solo se entere de lo que viene sucediendo sino que resulta en un procedimiento esencial para el conocimiento y el debate abierto de ideas. Como ha enseñado Karl Popper el conocimiento es corroborable provisoriamente sujeto a refutaciones, no es un puerto sino una navegación constante en un contexto evolutivo. En este sentido resulta muy ilustrativo el lema de la Royal Society de Londres nullius in verba, es decir no hay palabras finales.

La libertad de prensa constituye una garantía fundamental en el sistema republicano donde se apunta a la estricta limitación al poder. La crítica al poder político es parte medular de la sociedad libre junto con todo lo que el opinante considere debe ventilarse. Lo contrario, la cerrazón decretada por los mandones del momento es característico del espíritu totalitario.

Hoy en día hay medios que aparecen camuflados como privados pero al ser alimentados por pautas publicitarias colosales son en verdad estatales con lo que hacen y deshacen se torna en censuras, como decimos, con el disfraz de privado para que le otorguen la facultad de cancelar programas y voces en nombre del derecho de propiedad. Se trata de una grosera cosmética que apunta a disimular el ataque a la libertad de prensa.

En nuestro país el bochorno fascista de una agencia oficial de noticias denominada Télam fue una creación de Perón en 1945 para sojuzgar al periodismo independiente (una redundancia pero dado lo que venimos consignado vale el pleonasmo).

El asunto no consiste para nada en quejarse por la desigual distribución de la pauta estatal sino en liquidar Télam puesto que en una sociedad libre si el aparato gubernamental desea transmitir una noticia lo hace convocando a una conferencia pública o la terceriza. Una agencia oficial de noticias es un insulto a la inteligencia.

También es del caso subrayar que debieran liquidarse todos los medios radiales, televisivos y gráficos pertenecientes al gobierno puesto que además de significar un derroche de los siempre escasos recursos del mismo modo que tiene lugar en todas las mal llamadas “empresas estatales”, una contradicción en los términos puesto que una empresa significa asumir riesgos con el propio patrimonio y no a la fuerza con el de otro que necesariamente se destina a fines distintos de los que hubiera hecho la gente si hubiera tenido la oportunidad de disponer del fruto de su trabajo. Decimos además que en el caso que nos ocupa se lesiona la libertad de prensa convirtiéndola en un mecanismo de control político para atender los caprichos de quienes ocupan cargos en monopolio de la fuerza.

Todos los políticos inescrupulosos se hacen de estas herramientas estatistas para alentar sus pestilentes campañas electorales y para transmitir apoyos que de otro modo no tendrían. Son caraduras que mantienen una supuesta parla republicana y tras bambalinas arremeten contra todo vestigio de decencia y limitación al poder en una andanada tras otra a contramano de la libertad de prensa.

Y no caigamos en el consabido error garrafal de sostener que no se puede privatizar pues como aparece en mi libro titulado Maldita coyuntura donde sugiero debates de fondo y no meras descripciones circunstanciales, allí transcribo un texto extraordinario de los marxistas de la revuelta del mayo francés escrito en graffiti por todos lados: “Seamos realistas, pidamos lo imposible”. Y las izquierdas en verdad son realistas puesto que de tanto pechar con sus ideas logran marcar agendas, al contrario de lo que hacen no pocos de los supuestos defensores de la libertad que son timoratos y se adaptan a lo “políticamente correcto” con lo que se pierde la batalla cultural.

En otra oportunidad he apuntado lo que sigue pero se hace necesario reiterarlo en este contexto. Afortunadamente han pasado los tiempos del Index Expurgatorius en el que papas pretendían restringir lecturas de libros, pero irrumpen en la escena comisarios que limitan o prohíben la importación de libros, dan manotazos a la producción y distribución de papel, interrumpen programas televisivos o, al decir del decimonónico Richard Cobden, establecen exorbitantes “impuestos al conocimiento”. La formidable invención de la imprenta por Pi Sheng en China y más adelante la contribución extraordinaria de Gutenberg, no han sido del todo aprovechadas, sino que a través de los tiempos se han interpuesto cortapisas de diverso tenor y magnitud pero en estos momentos han florecido (si esa fuera la palabra adecuada) megalómanos que arremeten con fuerza contra el periodismo.

Esto ocurre debido a la presunción del conocimiento de gobernantes que sin vestigio alguno de modestia y a diferencia de lo sugerido por Einstein en cuanto a que “todos somos ignorantes, solo que en temas distintos”, se autoproclaman sabedores de todo cuanto ocurre en el planeta, y se explayan en vehementes consejos a obligados y obsecuentes escuchas en imparables verborragias.

Como queda dicho, en una sociedad libre no hay tal cosa como “delitos de prensa” hay simplemente delitos del mismo modo que no hay delito de pistola o delito de cuchillo se pueden cometer vía estas armas, el delito eventualmente puede cometerse a través de la prensa como cuando se hace la apología del delito, por ejemplo, invitando a que “se asesinen a los rubios” lo cual abre la posibilidad a que algún rubio acuda a la Justicia en su resguardo la que se pronunciará sobre el caso o las calumnias, agravios e injurias que los estrados judiciales estimen punibles. En parte es lo que se conoce como la controvertida y a veces manipulada “doctrina de la real malicia” iniciada en Estados Unidos (real malice) con el caso New York Times vs. Sullivan en 1964, figura incorporada por la Corte Suprema de Justicia argentina con suerte dispar.

El contrapoder o Poder Judicial en un sistema republicano tiene siempre la última palabra lo cual no excluye lo que pueda transmitir el esencialísimo Cuarto Poder, es decir el periodismo. Conviene en este contexto distinguir lo dicho de la mera transmisión informativa de la comisión de un delito que en su caso deberá juzgar la Justicia.

A nuestro juicio en nuestro medio los tratadistas más destacados en materia de libertad de prensa han sido José Manuel Estrada, Segundo Linares Quintana y, sobre todo, el suculento tratado de Gregorio Badeni. Dados los temas controvertidos aquí brevemente expuestos -y que no pretenden agotar los vinculados a la libertad de prensa- considero que viene muy al caso reproducir una cita de la obra clásica de John Bury titulada Historia de la libertad de pensamiento: “El mundo mental del hombre corriente se compone de creencias aceptadas sin crítica y a las cuales se aferra firmemente […] Una nueva idea contradictoria respecto a las creencias que sustenta, significa la necesidad de ajustar su mente […] Las opiniones nuevas son consideradas tan peligrosas como molestas, y cualquiera que hace preguntas inconvenientes sobre el por qué y el para qué de principios aceptados, es considerado un elemento pernicioso”.

A modo de cierre, agrego ahora para la presente nota algo sobre lo que vuelve al punto central de mi reflexión vía una anécdota. En un almuerzo en casa de un conocido diplomático donde además de espléndida gastronomía el dueño de casa lo organizaba a modo de seminario donde cada uno hacía uso de la palabra por turno -a diferencia de los consabidos tartamudeos de las reuniones sociales. Allí un conocido editor de un diario argentino expuso sobre las graves discriminaciones que sufría por parte de la pauta publicitaria oficial. En este contexto manifesté lo que consigno más arriba en cuanto a que estimaba que el problema no estriba en quejarse por la administración de la pauta estatal sino en la necesidad de liquidar la agencia oficial de noticias con lo que esa vez tuve la satisfacción que la conversación entre los comensales giró en esa dirección con la presencia de otro conocido periodista que también asintió, lo cual espero se generalice al efecto de lograr el objetivo de contar con genuina libertad de prensa.

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