La guerra en Ucrania: un año de conflicto en tres movimientos y un futuro incierto

La ofensiva que comenzó en febrero de 2022 atravesó por tres etapas bien definidas. A un año de su inicio, cada vez se hace más evidente que no hay un final a la vista

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Los efectos de la guerra en Ucrania. (Credito foto: Franco Fafasuli / Infobae)
Los efectos de la guerra en Ucrania. (Credito foto: Franco Fafasuli / Infobae)

En la consagrada película de Stanley Kubrick sobre la guerra de Vietnam, “Nacido para matar”, hay una escena donde los Marines norteamericanos rezan, que grafica muy bien la situación actual en la guerra de Ucrania: “Sin mí, mi rifle es inútil; sin mi rifle, yo soy inútil”. Este es el punto en el que nos encontramos ahora, esa tremenda combinación que tiene toda guerra de desgaste: acero y sangre como lo destacaba Ernest Jung en su libro Tempestades de acero. Armas y hombres para operarlas. Movilización de reservas y asistencia en equipamiento. La necesidad de ambos para definir el rumbo de la guerra.

La conflagración tuvo tres etapas bien definidas: la ofensiva rusa que duró hasta mayo del 2022 durante la cual, después de avanzar rápidamente por tres frentes esperando obtener una victoria rápida producto de la caída del gobierno de Zelensky, las tropas rusas se encontraron con una defensa distribuida y efectiva por parte de las reformadas fuerzas ucranianas que, a base de una combinación de equipamiento occidental y oriental, obligaron al agresor a consolidar un solo frente de avance. El ciberespacio y el espacio ultraterrestre sirvieron para la acción combinada de elementos robóticos con humanos, la conectividad permanente y el accionar de la llamada guerra de la información, la cual se dirimió en las redes sociales que en numerosas ocasiones hicieron que en el mundo occidental, los corazones estuvieran más cerca de los ucranianos, mientras que en otros lados del planeta -en particular en África y en Asia- las críticas a occidente, en tanto promotor de la guerra estuvieran a la orden del día. En América Latina, la respuesta, como en casi todo en la forma en que la región se relaciona con el mundo la receptividad, fue muy dispar y ciertas condiciones de insularidad política producto de nuestros propios dilemas.

La segunda etapa de la guerra fue de desgaste, la cual permitió a los rusos avanzar, consolidar posiciones en el Sur, tomar ciudades como Kherson, Mykolayiv, y llegar a kilómetros de Odessa. Una guerra de artillería y de trincheras, con avances limitados y grandes bajas por parte de ambos lados con un costo material importante para Rusia, que dejaba de denominar a la invasión como operación especial, para articular dos mensajes claros: el primero la aceptación de que la guerra no marchaba como suponían obligando a realizar las correcciones necesarias y segundo, que aun contenida en Ucrania, la guerra era contra la OTAN en su conjunto. El desgaste de la guerra generó rispideces entre la Europa continental y la alianza transatlántica en relación a qué tipo y cuanto equipamiento dar, y como serían las relaciones con Rusia una vez que Putin deje de estar en el poder. Una administración Biden dispuesta a castigar mediante todo tipo de sanciones a Rusia y forzar que el conflicto llegara a su fin, solo cuando las fuerzas rusas se retiraran a una posición previa al 24 de Febrero de 2022, mientras que en Europa se aceptaba que el mapa de Ucrania ya no volvería a ser el mismo. Hasta donde llevar la guerra económica también fue un punto de tensión. Tal como se puede apreciar hoy en torno a las sospechas sobre el ataque al gasoducto Nordstream donde aparecen acusaciones cruzadas en torno a la responsabilidad última por su voladura.

La asistencia militar occidental con el material soviético/ruso preexistente en los arsenales de los antiguos miembros del difunto Pacto de Varsovia rindió sus frutos cuando comenzó la tercera etapa de la guerra, la cual y aún con el telón de fondo de una guerra de desgaste, Ucrania probó al mundo, no solo ser un hábil defensor, además demostró ser un hábil atacante, logrando recuperar algunos bastiones perdidos durante la segunda etapa de la guerra. Esta acción forzó la modificación de la conducta rusa, relevos de mandos y la orden de movilización parcial, lo cual permitió empezar a usar las temidas reservas de hombres, en lo que el Kremlin tiene una clara ventaja sobre Kiev, ya que mientras Ucrania dispone de un total movilizable teórico de 900.000 soldados Rusia tiene un numero cercano a los 2.000.000, según el Military Balance del IISS.

La decisión de proveer artillería -aun con restricciones- acompañó y facilitó el avance ucraniano aunque tuvo un gran costo: las estimaciones vertidas por la CIA y la Inteligencia Británica señalan que las bajas, en particular de sus combatientes, tanto heridos como muertos, son similares a las rusas, aun cuando hayan perdido menos equipamiento y están en el orden de 100.000 soldados entre muertos y heridos. Las bajas se han transformado en ambos lados en un secreto de estado en tanto afectan las percepciones de los contendientes acerca de cuan cerca o lejos se encuentra del punto de exhaustamiento.

Tanto Barry Posen como Mick Ryan dan cuenta de cómo la maquinaria rusa está dando cuenta de los errores iniciales de su campaña. Surovikin al asumir el mando después de la exitosa contraofensiva, lanzó el poderío misilístico tanto terrestre como aéreo destruyendo la infraestructura de soporte vital de la ciudadanía ucraniana, movilizando reservas y disponiendo de una retirada que les permitió salvar tropas capacitadas y con experiencia de combate suficiente para poder recombinarlas con los nuevos reclutas que irán sumándose a las filas combatientes. Los enfrentamientos en Bakhmut demuestran la capacidad de combate y recuperación militar de Rusia y que la “picadora de carne” de las guerras de desgaste que suponen ante todo el principio de masa, sigue vigente, tal como lo señala el Wall Street Journal, en su reciente artículo: “Russia throws soldiers into firing line to gain inches” (Rusia arroja soldados a la línea de fuego para ganar centímetros).

El inicio de un nuevo año del conflicto -a priori- no ubica a los contendientes más cerca de la paz. Por el contrario, vemos a Occidente proveyendo capacidades propias, ya no las almacenadas, y aquello que parecía improbable al inicio del conflicto, en tanto no suponíamos que equipamiento occidental de envergadura como tanques pueden verse envueltos en combate contra unidades rusas, ahora es una realidad y la aviación de combate también comienza a discutirse en tanto el Reino Unido señaló que proveerá a la Fuerza Aérea de Ucrania de aviones Thyphoon, si el resto de sus socios también lo aprueba, a los efectos de que Ucrania vuelva a recuperar la iniciativa, la cual nuevamente se encuentra en el campo de Rusia. Todo lo descripto continúa bajo la sombra de la amenaza nuclear por parte del Kremlin, y más allá de las consideraciones que se realizan en torno a su uso, el tipo de armas que se emplearían expresa cómo un conflicto convencional puede transcurrir en un mundo donde prima la disuasión nuclear. La continua provisión de armas ha permitido a Ucrania a sostener un esfuerzo cada vez más costoso en términos de sangre para un gobierno que está determinado a no ceder, siguiendo un principio que en este punto del conflicto es común a todos los combatientes: “la sangre derramada no será negociada”; sencillamente no hay espacio para la negociación, excepto como táctica dilatoria para ayudar al resultado que se espera obtener en el campo de batalla. A un año de la guerra, cada vez se hace más evidente que no hay un final a la vista, y un mundo incierto en torno a los efectos que el conflicto tendrá durante el presente año.

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