Una ciudad que cuida, abraza; o ciudades que cuidan

Muchos no valoran la importancia ni la necesidad de estar con otros de la mejor manera posible, sin embargo, es necesario que quienes planifican políticas públicas tengan este objetivo como prioridad

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Si notáramos la importancia de
Si notáramos la importancia de respetarnos, de solidarizarnos y de ayudar a quien lo necesite, otro tipo de ciudad se podría ir gestando

La convivencia es un ideal social que muchas veces no es valorado ni deseado. Se la puede definir como la relación armoniosa entre personas que viven juntas, como vivir en armonía con los demás. Y aunque parece sencillo, no lo es; es difícil porque implica estar preparados para ello.

Si bien coexistimos con otros y, a su vez, cumplimos normas básicas de vecindad, sin embargo, lo hacemos con el nivel mínimo de esfuerzo.

Solemos recorrer otras ciudades y notamos que conviven mejor. No hace falta visitar Europa, sólo basta con caminar en las capitales de los países vecinos para diferenciar las reglas urbanas de una u otra población. El respeto a las normas viales, la prioridad de paso del peatón, el trato personal, entre otros tantos gestos, hacen que quedemos atónitos ante esa manera de ser, algunas veces, tan alejada de nuestra idiosincrasia.

En cambio, bocinazos y gritos son moneda corriente en nuestro caminar diario; incluso, la espera en una esquina para que un auto permita el paso de una mamá con un cochecito o a una persona ciega lleva varios minutos.

No obstante, si notáramos la importancia de respetarnos, de solidarizarnos y de ayudar a quien lo necesite, otro tipo de ciudad se podría ir gestando.

En realidad, muchos ciudadanos no valoran la importancia ni la necesidad de estar con otros de la mejor manera posible, sin embargo, es necesario que quienes planifican políticas públicas tengan este objetivo como prioridad.

Educar en la convivencia

La pregunta es cómo cambiar la manera de mirarnos. Y la respuesta es educación. Siempre la respuesta a los problemas sociales es la educación. Pero ¿quién se ocupa de ella: la escuela, la familia, el Estado? En realidad, todos y cada uno. Es imprescindible que cada uno asuma el compromiso y se haga cargo de educar y formar en valores ciudadanos. En un principio, los padres serán los encargados de enseñar a respetar al otro, a tolerar sus diferencias y a comprender que la libertad de uno termina donde comienza la del otro. Entonces, los niños aprenderán a no gritar, a escuchar y a respetar las primeras reglas de convivencia. Luego, la escuela será la responsable de asumir ese compromiso para que, desde muy pequeñitos, se apropien de las normas ciudadanas.

A su vez, es necesario enseñar y aprender a abordar conflictos; en los tiempos que corren, es fundamental trabajar en el análisis de las actitudes agresivas que suelen transformarse en agresiones físicas o psicológicas, tan comunes no sólo en las escuelas, sino en todos los espacios que transitamos. Para ello, es necesario tomar conciencia de que no sólo somos sujetos de derecho, sino también de deberes. Por lo tanto, ante una actitud agresiva o fuera de la norma, habrá que hacer tomar conciencia de que se actuó fuera de los límites y eso tiene consecuencias.

Si empezamos a valorizar las relaciones armoniosas desde que son muy chiquitos, aprenderán a vincularse con otros de la mejor manera. Podríamos empezar saludando al vecino con un buen día, con un “lo ayudo” o con frenar en la línea peatonal para que cruce la calle de manera tranquila.

Desde muy pequeños, a través de las familias, las instituciones sociales y las ONG, debemos trabajar la cultura de la paz, la tolerancia, el respeto, la igualdad, la ayuda mutua, la convivencia urbana para superar la anestesia social que nos caracteriza y la pasividad que no nos permite cambios al interior de la sociedad. Obviamente que esto será posible acompañado de decisiones políticas que, en el marco de la democracia, permitan la garantía de derechos y la auténtica participación ciudadana. Políticas públicas que sean equitativas y promuevan la igualdad para todos y cada uno, será el puntapié para que cada ciudadano se sienta parte de una sociedad que es más justa y que lo considera parte de ella.

Es importante que los ciudadanos nos comprometamos con lo colectivo, que dejemos de lado el individualismo que nos caracteriza como sociedad, y empecemos por cambiar el barrio, nuestro pequeño mundo cotidiano. Y, a modo de dominó, otros irán haciendo lo mismo.

Pero también que el Estado acompañe con propuestas para las infancias y las adolescencias y para la población más vulnerable; que promueva el fortalecimiento de vínculos, la crianza respetuosa, que ofrezca espacios adecuados para los más pequeñitos, espacios lúdicos barriales y convertirlos en lugares de encuentro familiar para estimular hábitos como la lectura, el juego u otras actividades.

En palabras de Gabriel García Márquez, “necesitamos una educación desde la cuna hasta la tumba, inconforme y reflexiva, que nos inspire un nuevo modo de pensar y nos incite a descubrir quiénes somos en una sociedad que se quiera más a sí misma y que aproveche al máximo nuestra creatividad inagotable y conciba una ética - y tal vez una estética - para nuestro afán desaforado y legítimo de superación personal. Que integre las ciencias y las artes a la canasta familiar, de acuerdo con los designios de un gran poeta de nuestro tiempo que pidió no seguir amándolas por separado como a dos hermanas enemigas. Que canalice hacia la vida la inmensa energía creadora que durante siglos hemos despilfarrado en la depredación y la violencia, y nos abra al fin la segunda oportunidad sobre la tierra que no tuvo la estirpe desgraciada del coronel Aureliano Buendía. Por el país próspero y justo que soñamos, al alcance de los niños”.

Si el Estado llega antes, previene; de lo contrario, le será más caro asumir las consecuencias de los malos tratos, de las relaciones violentas y de las infancias vulneradas. Una ciudad que cuida abraza a cada uno de sus ciudadanos.

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