Democracia y crecimiento económico

Antes la política era “el arte de lo posible”, hoy resulta que toda creencia política que logra ser admitida por una porción de la sociedad, pasa de inmediato al estatus de la realidad

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Lo que mejor explicaría las prolongadas decadencias como las que transita el país desde hace varias décadas, sería la hipótesis llamada “de la (voluntaria) ignorancia” de los líderes que toman las más relevantes decisiones de políticas públicas (Reuters)
Lo que mejor explicaría las prolongadas decadencias como las que transita el país desde hace varias décadas, sería la hipótesis llamada “de la (voluntaria) ignorancia” de los líderes que toman las más relevantes decisiones de políticas públicas (Reuters)

Las diversas ciencias, tanto de las llamadas “duras” como de las denominadas “blandas”, intervienen y convergen para tratar de explicar a los numerosos ¿por qué? de la ocurrencia (o no) de la construcción consensuada de los procesos que eslabonan al imprescindible crecimiento económico con el efectivo progreso, luego a este con el genuino desarrollo y, finalmente con una positiva evolución continúa y sostenible en el largo plazo de los países.

Al explorar las numerosas hipótesis planteadas al respecto, quizás resulte una de las más simples, hasta incluso una de las más vulgares, la que finalmente mejor explicaría a las prolongadas decadencias como las que transita el país desde hace varias décadas, sería la hipótesis llamada “de la (voluntaria) ignorancia” de los líderes que toman la,s más relevantes decisiones de políticas públicas.

Está actualmente muy fortalecida por la denominada “post verdad”, que admite a casi todo “slogan” formulado desde el mercadeo de la política, que antes era “el arte de lo posible” y hoy resulta que toda creencia política que logra ser admitida por una porción de la sociedad, pasa de inmediato al status de la realidad, sin evidencias relativamente consistentes.

Así, se va construyendo un sólido “contexto deforme”, de un equivocado y persistente punto de vista, que conduce a una incorrecta visualización e interpretación de las causas de los problemas, fundamentalmente macroeconómicos, de nuestro país.

Se va construyendo un sólido “contexto deforme”, de un equivocado y persistente punto de vista, que conduce a una incorrecta visualización e interpretación de las causas de los problemas

Como una inevitable derivación, ello conduce a la formulación de los diagnósticos erróneos y de las políticas públicas equívocas, errando el sendero del crecimiento económico una y otra vez.

Lo paradójico es que estos continuos yerros, muy lejos sus propios penosos resultados de producir la rectificación de los rumbos erróneos de las políticas públicas, por su propia condición de fracasos de utopías ideólogas a seguir a ultranza, reafirman así a la equivoca dirección; incluso se incrementa el vigor político de las acciones y se ingresa en continuos “rulos” o procesos iterativos de yerros, según lo explican muchos politólogos que intentan formalizar el porqué del continuo status de subdesarrollo de muchas naciones, hasta incluso hacerlo a este, voluntariamente o no, sustentable en el largo plazo.

Los continuos yerros, muy lejos sus propios penosos resultados de producir la rectificación de los rumbos erróneos de las políticas públicas, por su propia condición de fracasos de utopías ideólogas a seguir a ultranza, reafirman así a la equivoca dirección
Los continuos yerros, muy lejos sus propios penosos resultados de producir la rectificación de los rumbos erróneos de las políticas públicas, por su propia condición de fracasos de utopías ideólogas a seguir a ultranza, reafirman así a la equivoca dirección

En este sentido, la continua declinación, o incluso el permanente muy lento crecimiento económico relativo de muchas naciones, es explicado, entre muchos otros autores, por Daron Acemoglu y James Robinson, en su muy recomendable libro “Porqué fracasan los países”, con las presentaciones de variados casos. Surge el ejemplo de la nación africana de Ghana. Después de su independencia de la Gran Bretaña, el gobierno del líder ghanés Kwame Nkrumah adoptó medidas económicas públicas de muy escasa calidad para el objetivo declamado de una mayor y más racional producción y distribución de los bienes y los servicios.

Por las llamadas “restricciones políticas”, ellas solo estaban destinadas a obtener un continuo apoyo de las muy “deformes” y cerradas instituciones públicas y privadas preexistentes pero, a su vez muy importantes en el corto plazo para los resultados electorales de las sucesivas elecciones, necesarias para mantenerse en el poder político. A su caída, el siguiente líder, Kofi Abreva Busia, un férreo adversario político de Nkrumah, se hizo del poder, ya bajo un régimen democrático en el año 1969. Pero, ante idénticos problemas y similares contextos, continuó con las mismas políticas fiscales y monetarias, continuamente expansivas, de su antecesor político.

A ello le siguió la usual fase de los crecientes controles de los precios y de la conformación de las juntas nacionales de producción y comercialización de casi todos los bienes de su economía; además de la aplicación de un tipo de cambio continuamente muy distorsionado.

Los controles de los precios “apretaban” casi exclusivamente solo a los primeros eslabones de las cadenas de producción del sector agropecuario, lo que se complementaba con una elevada presión fiscal y la prohibición de exportación
Los controles de los precios “apretaban” casi exclusivamente solo a los primeros eslabones de las cadenas de producción del sector agropecuario, lo que se complementaba con una elevada presión fiscal y la prohibición de exportación

Los controles de los precios “apretaban” casi exclusivamente solo a los primeros eslabones de las cadenas de producción del sector agropecuario, lo que se complementaba con una elevada presión fiscal y la prohibición de exportación, para que la llamada “agregación de valor económico local”, subsidiada y continuamente protegida por altos aranceles de importación, genere la llamada “mesa de alimentos baratos” a los votantes de los aglomerados en los grandes centros urbanos.

Pese a ello, resultaban necesario importantes impuestos, siempre “ocultos”, sobre el consumo interno de los alimentos, para contribuir a financiar así a un permanentemente creciente gasto gubernamental.

Cuando los controles de los precios internos ya resultaron insostenibles, el país pasó a la siguiente fase de las numerosas y sucesivas crisis de la balanza de pagos, alimentada por un creciente y continuo déficit, tanto fiscal como cuasi fiscal y comercial. Finalmente, otra vez y solo 2 años después, en 1971 ante la imposibilidad de continuar reestructurando o “reperfilando” la deuda pública, interna y externa, Busia firmó un acuerdo con el FMI que incluía ya necesariamente una importante devaluación de la moneda local.

Cuando los controles de los precios internos ya resultaron insostenibles, el país pasó a las sucesivas crisis de la balanza de pagos, alimentada por un creciente y continuo déficit fiscal

La gravedad de los disturbios que ello provocó, paradójicamente propiciados por las mismas instituciones, públicas y privadas, que antes habían persistentemente demandado las irresponsables políticas fiscales y monetarias continuamente expansivas, que condujeron a la muy crítica situación; ahora, producto del grave descontento general, que fue de tal magnitud en un país sin una aún suficiente historia democrática, Busia terminó finalmente derrocado, incluso con el apoyo popular de su caída, liderada por el teniente coronel Frank Acheampong. Esta muy triste historia de Ghana, ocurrida hace más de 50 años, aún sin tener margen alguno de ser una posible alternativa para la Argentina, si pudiera resultar en una “lección amplificada” para nuestro país.

Malo, pero el mejor

La democracia es el peor de los sistemas de gobierno, con la excepción de todos los demás practicados hasta el día de hoy, reza la muy conocida frase, absolutamente aplicable también a nuestro país. Argentina ya dispondría de una cuantía crítica suficiente de “historia democrática”.

En ese sistema estamos desde hace casi 40 años, el período continuo más extenso de la vida institucional y, sea por virtudes o por necesidades, ya no se saldrá de él. Desalentemos toda sobre actuada “alerta política” discursiva irresponsable e infundada, que solo tendría el efecto de continuar obviando y postergando continuamente las resoluciones públicas necesarias para dejar atrás las muy escasas performances económicas de nuestra democracia.

Durante los referidos 40 años del período 1983-2023 solo se ha poco más que duplicado el PBI, mientras que simultáneamente la población evolucionó desde menos de 30 a casi 50 millones de habitantes.

La democracia es el peor de los sistemas de gobierno, con la excepción de todos los demás practicados hasta el día de hoy, reza la muy conocida frase

A lo largo de la historia institucional pasada varias veces se duplicó el PBI en solamente 2 décadas. La actual tasa promedio anual per cápita de crecimiento económico de largo plazo es de solo alrededor de un 1%, claramente insuficiente para satisfacer las lógicas demandas progresivas de un mayor bienestar general. Este es uno de los principales “tests” que la democracia argentina aún no pudo superar, sin que ello, se reitera, ponga en duda su continuidad.

El muy terrenal fárrago de la práctica política de baja calidad institucional y la continua inmediatez de la democracia argentina, unida a un permanente oportunismo electoral (el criticar, desde la oposición, lo que se haría si fuese gobierno y, desde el gobierno solo echar culpas a la anterior gestión) la hace cada vez más “líquida” y menos sólida.

La conclusión sería que la política del país ha dejado de lado excesivamente a los criterios básicos que fundamentan el crecimiento económico, una cuestión absolutamente necesaria para llevar a cabo la equidad tan declamada y que tan pobres resultados se exhiben, tanto en términos de productividad como de la misma equidad.

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