Feminista en falta: Madonna y la nueva cara de las mujeres del futuro

Los comisarios de la policía anatómica la atacaron después de la entrega de los Grammy, el domingo pasado. Dicen (y escriben) que la Reina del Pop está “irreconocible” y que es una vergüenza que no acepte el paso del tiempo. La avergüenzan por fallar en verse joven y no hacerlo con naturalidad. ¿Por qué el cuerpo de las mujeres viejas se convirtió en el último bastión de las opiniones no requeridas sobre la apariencia?

El speech de Madonna en la 65a. edición de los premios Grammy en el Crypto.com Arena de Los Angeles el 5 de febrero. Fue criticada por su aspecto, y se defendió (Photo by Frazer Harrison/Getty Images)

Comisarios de la policía anatómica, los llama María Moreno en uno de los ensayos de Panfleto (2018), el libro en el que reúne textos de erótica y feminismo que publicó a lo largo de cuarenta años. Son los que periódicamente vuelven tendencia el “antes y después” de una estrella, se escandalizan porque dejaron de reconocerla (vaya a saber cómo hacen la comparación si no saben quién tienen enfrente), porque tiene otra cara y ya no es la que era.

Uma Thurman, Demi Moore, René Zellweger, Meg Ryan, Nicole Kidman, la lista es larga. Todas mujeres dotadas de una belleza extraordinaria, mujeres que toda la vida vivieron de su talento, pero también de ser lindas de una manera imposible gracias al artificio de Hollywood, y de buenas a primeras cometen el pecado capital de no aceptar lo que el paso del tiempo le hace naturalmente a todos los cuerpos.

De eso se las acusa: de no ser naturales, como si nacer con la cara de Uma o de Demi fuera lo más natural del mundo y como si no hubieran cedido antes a los retoques de rigor que ahora se democratizaron sin cuestionamientos para cualquier veinteañera del conurbano: un pinchacito en los labios, en la nariz, en los párpados, en el surco nasogeniano o en los pómulos (Si nos ponemos filtros en Instagram, ¿por qué no hacerlo en la realidad, para ir al trabajo o al supermercado?).

De eso las acusamos, porque la mirada que juzga –de manera más o menos explícita, con odio y a los gritos en un comentario de Instagram, o en voz baja y con autocrítica en un chat con las amigas– todavía es masiva: todos llevamos dentro un pequeño comisario de la policía anatómica. Es el comisario que nos señala en el espejo y que le recrimina a esas estrellas con las que alguna vez nos identificamos, aunque fueran modelos de una perfección inalcanzable, que dejaron de ser un ideal donde medirnos. Si se les nota a ellas que siempre fueron perfectas, poco podemos hacer el resto de los mortales.

Madonna, en su llegada a la fiesta posterior a los Grammy, en el Mr. Brainwash Art Museum de Beverly Hills, en Los Angeles (Photo © 2023 Backgrid/The Grosby Group)

Porque lo que en realidad se les reprocha es eso –dice también Moreno en ¿Y qué hay si Uma se hizo humo?–, que se les note demasiado lo que a cierta edad la mayoría prefiere imperceptible, una refrescadita discreta que pueda negarse o atribuirse a una dieta sana o a los sobrecitos de colágeno en ayunas por la mañana (porque para la policía y para los resultados, tomarlo no es lo mismo que aplicarlo en inyecciones, está claro).

El tiempo que pasa para Meg Ryan no es distinto del que pasa para las que quisimos ser ella al otro lado de la pantalla mientras nos ilusionábamos con que el chico que nos gustaba iba a entender en diez años cuánto nos amaba, o con encontrar el amor en una charla casual con un desconocido al teléfono o al otro lado del mail que indefectiblemente terminaría en un beso apasionado en el Empire State. Y no estamos dispuestas a que Meg nos mate la ilusión de golpe con una cara estática, “irreconocible”.

Esta semana, la policía dictaminó que la “irreconocible” es Madonna, la reina del Pop, pero también de la performatividad del cuerpo, la mujer capaz de reinventar su identidad en cada disco, en cada show. Y no fue sólo un grito de las redes, siempre menos reflexivas, con menos filtro, el lugar donde se multiplicaron como los hongos de The last of us los memes y las bromas del tipo “Buscando desesperadamente un cirujano”. El título de muchos medios del mundo fue ese: “Irreconocible”. ¡Madonna!, que es como decir que no reconocemos a su heredera estilística más obvia, Lady Gaga (o que no reconocíamos a su mayor inspiración, David Bowie): artistas que nunca necesitaron ser reconocibles, porque su esencia es, fue y será el cambio y son reconocidos por eso. Artistas que se asumen desde el vamos diferentes; “monstruos”, dice Lady Gaga.

The New York Post habla de la “nueva cara” de Madonna. “Confunde a los fans con su nueva cara”, se lee en el título. La nueva cara de la diva está enmarcada por trenzas rubias, tiene la frente tersa y brillante, las cejas decoloradas y la redondez que sólo dan los rellenos quirúrgicos. La estrenó en la entrega de los Grammy, el domingo a la noche. Estaba en el escenario para presentar Sam Smith y Kim Petras, dos artistas abiertamente queer. Sam Smith se declaró no binarie en 2019, cuando pidió que se le trate con pronombres neutros que también usa en las letras de sus temas. La alemana Kim Petras es la primera mujer transgénero en ganar el premio.

El posteo de Madonna donde se defendió de las acusaciones recibidas

Al ver la reacción, terminó de hacerme sentido el ensayo de Moreno. Afortunadamente ya no son muchos los que se horrorizan ante el cambio radical de una persona trans o no binaria: los comentarios en redes el domingo y las notas del día siguiente destacaron con elogios que los Grammy reconocieran a cantantes diversos. La única “irreconocible” sobre el escenario era Madonna.

En Panfleto, Moreno se pregunta –precisamente– si la protesta por la pérdida de identidad no es un acto fallido conservador, “un síntoma de incomodidad, aún la progresista, ante el reconocimiento a las políticas de transformación de género”. Tenemos la cabeza abierta, aceptamos la autonomía sobre el propio cuerpo, “pero al menos ustedes sigan siendo como son, a lo sumo retóquense un poquito”, ¡que algo se conserve “como Dios manda”!

Madonna no estaba ahí por casualidad, sino porque encarnó el no-binarismo mucho antes de que se aceptara socialmente. Como Bowie, siempre actuó como si el género no fuera una limitación. Una nueva cara nunca es una novedad en ella, porque su carrera se basa en ese superpoder camaleónico.

En 2016, en otra entrega de premios, la de los Billboard, dijo que cuando arrancó en la música no tenía conciencia de género y que Bowie fue su musa: “Él interpretaba la masculinidad y la feminidad y me hacía pensar que no había reglas, pero sí hay reglas. No hay reglas si sos un chico. Pero si sos una chica tenés que jugar el juego. Tenés que ser linda y dulce y sexy. Y no actuar demasiado inteligente. Y no tener una opinión por fuera del status quo. Y podés ser cosificada por los hombres y vestirte como una puta, pero no sos dueña de tu deseo ni de compartir tus fantasías sexuales. Tenés que ser lo que los hombres quieren que seas, pero, mucho más importante, tenés que ser lo que haga que otras mujeres se sientan cómodas cuando vos estés alrededor de los hombres. Y por último, no envejezcas, porque envejecer es un pecado.”

Como dijo esta semana la novelista Jennifer Weiner en una columna del New York Times, las intervenciones estéticas –de Cleopatra a nuestros días– fueron históricamente pensadas para ser sutiles, invisibles, privadas: “Horas de trabajo y miles de dólares para que la belleza de una mujer parezca sin esfuerzo”. Para Weiner, la nueva cara de Madonna es “una provocación brillante”. Si algo nos enseñaron nuestras hermanas trans es que la inversión en ser bellas no tiene por qué ocultarse: nadie representa mejor la feminidad actual que una travesti con peluca, pestañas postizas y tetas de silicona.

La diva, en la época de "A la cama con Madonna"

Madonna reclama para sí (y para todas) el mismo derecho: ¿por qué no iba a querer que se note el esfuerzo que implica estar vigente por cuatro décadas, a los 64 años y a meses de una gira por 35 ciudades de Europa y Estados Unidos? “Una vez más me veo atrapada por el fulgor de la discriminación por edad y la misoginia que impregnan el mundo en el que vivimos. Un mundo que se niega a celebrar que las mujeres pasen de los 45 años y que siente la necesidad de castigarlas si continúan siendo fuertes, trabajadoras y aventureras”, escribió el martes en su cuenta de Instagram.

Como antes Thurman, Kidman, Moore, o Zellweger, no pudo evitar el reflejo de la excusa: fue el maquillaje, fue la luz, fueron las fotos “en primer plano tomadas con una cámara de objetivo largo por un fotógrafo de prensa que distorsionaría la cara de cualquiera”. Pero hay algo por lo que no está dispuesta a pedir perdón: “Nunca me disculpé por ninguna de las decisiones creativas que he tomado ni por mi aspecto o mi forma de vestir, y no voy a empezar a hacerlo. Fui degradada por los medios desde el principio de mi carrera, pero entiendo que todo esto es una prueba y estoy feliz de ser pionera para que todas las mujeres que vienen detrás puedan tenerlo más fácil en los próximos años”.

A principios de los 90, la escritora feminista (o anti, según cómo se la lea) Camille Paglia envió un controvertido artículo de Opinión en The New York Times donde también hablaba de la cara de Madonna. “Finalmente, una feminista real”, ponderaba desde el título y aseguraba que, con sus crucifijos y su sexualidad desbordante, la diva le había cambiado la cara al feminismo. Que ella era el futuro de todas las mujeres frente al puritanismo de las feministas americanas del momento. Que era la verdadera imagen de la liberación.

En 2016, sin embargo, escribió en su antología Free Women, Free Men: Sex, Gender que, aunque le haya doblado la mano al feminismo estalinista que condenaba el sexo y fuera clave en la formación de una generación de mujeres que reivindicaban el placer, era trágico verla caer en un camino de autodestrucción “en su vergonzosa incapacidad para lidiar con el envejecimiento”.

Madonna en el otoño de 1978, antes de la fama. Recién se mudaba a Nueva York. Desde entonces, siempre fue camaleónica (Photo by Michael McDonnell/Archive Photos/Getty Images)

Despiadada, continuaba: “Madonna sigue persiguiendo su juventud perdida, humillándose para mantenerse relevante con un estilo vulgar y cringe, con el que tampoco logra competir con Rihanna”. Al cosificarse, concluía ahora la escritora, había retrasado el progreso de todas las mujeres del mismo modo en que alguna vez las impulsó a liberarse.

En aquel discurso de los Billboard, cuando la nombraron Mujer del Año, Madonna le respondía a Paglia: “Entonces, si sos feminista, no tenés que tener sexualidad. Tenés que negarla. Así que digo fuck it. Soy otro tipo de feminista. Soy una mala feminista”. Siempre me cayó bien Paglia y amo con locura a Madonna; las dos se asumen como malas feministas y eso, para mí, es esencialmente bueno, porque se sale del dogma y permite cuestionar incluso las propias creencias. Las contradicciones son el lado b de las ideas y, aunque alguien pueda preferir el gesto rígido antes que una piel llena de arrugas, los pensamientos nunca deberían serlo.

Ambas, Madonna y Paglia, representan miradas contradictorias sobre un hecho tan concreto como las miles de páginas que se le dedicaron al tema en estos días: esta sociedad envejecida, en donde varones de 80 celebran en las revistas que embarazaron a mujeres a las que triplican en edad, todavía castiga y avergüenza a mujeres cuya única transgresión es cumplir años y seguir deseando y teniendo sexo.

Puede que Madonna se vea vulgar y hasta que haya perdido la objetividad, con esto del filtro siempre a mano en cualquier camarita de celular. Pero su nueva cara nos obligó a hablar otra vez de edadismo y de la dictadura de la apariencia, del cuerpo de las mujeres viejas como último lugar opinable hasta para los que aprendieron a llamarse a silencio sobre el peso corporal y las autopercepciones de género. No tengo dudas de que sigue siendo el futuro frente al puritanismo de la policía anatómica.

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