El Presidente de Cuba, Miguel Diaz-Canel, fue homenajeado por un grupo de intelectuales encabezados por el Ministro de Cultura, Tristán Bauer, en ocasión de su visita para participar de la VII Cumbre de la CELAC. El Ministro Bauer ofició de anfitrión junto a la periodista y escritora Stella Calloni. Según los organizadores, el propósito del encuentro fue destacar la solidaridad con Cuba e intercambiar opiniones sobre la situación política en América Latina.
El Ministro Bauer agradeció a los cubanos que “después de tantas agresiones donde estuvimos al borde de la hecatombe nuclear logran mantener y sostener esta revolución”. El Director de Casa Patria Grande dependiente de la Secretaría General de la Presidencia, Matías Capeluto, expresó su preocupación por el surgimiento de un nuevo tipo de fascismo en América Latina que logran apoyos populares y propuso que los organismos de concertación política e integración como la CELAC y UNASUR tendrían que “abrirse mucho más hacia los pueblos”.
No deja de sorprender que un grupo de intelectuales, incluyendo miembros del Gobierno Nacional, participen de una convocatoria para festejar al líder del partido único de Cuba como si la historia en estas últimas décadas no hubiera dejado ninguna enseñanza sobre las consecuencias nefastas de este tipo de organización donde se confunde Estado con partido. Diaz-Canel no solo ejerce como Presidente, sino que también ocupa el cargo de Primer Secretario y Jefe del Comité Central del Partido Comunista de Cuba en el cual reemplazó a Raúl Castro que a su vez sucedió a su hermano Fidel quien lo ocupara desde 1961.
Los participantes destacaron la resistencia de Cuba frente a los intentos desestabilizadores del imperialismo durante estos últimos 60 años sin hacer ninguna referencia a la situación interna de la isla donde el pueblo está sometido al control de una burocracia encaramada en la estructura política. No son suficientes los datos sobre la situación económica, la escasez de bienes, las restricciones para desplazarse, el adoctrinamiento ideológico a través de los medios de comunicación estatales y los castigos indiscriminados contra los opositores. El sistema, en el cual el ejecutivo, el parlamento y la justicia son lo mismo y donde disentir implica el desarraigo, se denomina fascismo.
Las palabras pueblo y revolución se escucharon reiteradamente en el encuentro como si la burocracia o los asistentes fueron sus representantes cuando en realidad asumen ese rol por propio convencimiento ideológico. Hablan de revolución en contraposición al capitalismo, pero tampoco pueden definir en qué consiste más allá de una retórica de palaras sensibles. El Gobierno en Cuba, también en esa plétora de slogans, no ha cesado de introducir parches que solo han profundizado la decadencia y el sometimiento sin avizorar una salida. Ni los modelos de China y Vietnam les han servido como ejemplos por el temor a que cualquier apertura socave los cimientos del régimen. La última reforma devaluó el peso para captar dólares, flexibilizó el mercado y abrió algunos sectores a la iniciativa privada.
América Latina vive una crisis migratoria provocada por los regímenes admirados por esos intelectuales. Todavía no han sabido desprenderse de las recetas del pasado para efectuar una lectura de la realidad latinoamericana. Millones de cubanos, venezolanos, nicaragüenses y mexicanos han optado por emigrar en busca de una esperanza para sus familias dejando atrás las promesas de los militantes devenidos en burócratas de un sistema corrupto. Pero esos inmigrantes no entran en el análisis, no son personas y no califican para la categoría pueblo. Mientras tanto pululan intelectuales que se envanecen al contacto de dictadores a los cuales halagan para autconvencerse de sus propias mentiras.