[N. de la E: Lo que sigue es el texto de una exposición del ex senador nacional ante un grupo de políticos, empresarios y sindicalistas, reunidos en el IAE, Escuela de Dirección y Negocios]
Quiero hablarles sobre liderazgo espiritual. Estoy convencido de que este momento exige un liderazgo espiritual. No digo religioso, que es la confusión clásica, sino espiritual. Para liderar en épocas de oscuridad y confusión, necesitamos explorar la dimensión que trasciende lo físico.
Hay ciertas características que me gustaría remarcar de esa dimensión espiritual.
Primero, la humildad. No la humildad malentendida que supone creernos menos de lo que somos, sino la humildad del líder que está convencido de su rol. Humildad para aceptar que solo no puede, para tratar a todos con dignidad, para escuchar consejos y recibir críticas. Humildad, también, para reconocer la realidad y estar en condiciones de adaptarse a ella. Manuel Belgrano es un gran ejemplo del líder humilde. Un abogado que asumió el comando del Ejército del Norte, exitosamente. Y lo hizo pidiendo ayuda a los que sabían más. Su correspondencia con San Martín de esta época es maravillosa. Un ejemplo: “Ay, amigo mío. ¿Qué concepto se ha formado Ud. de mí? Por casualidad, o mejor diré porque Dios ha querido, me hallo de General sin saber en qué esfera estoy. (…) Crea que jamás me quitará el tiempo y que me complaceré con su correspondencia, si gusta honrarme con ella y darme algunos de sus conocimientos para que pueda ser útil a la patria”.
Con actitudes como éstas consiguió el respeto de San Martín, quien unos años después lo recomendó para que retornara al Ejército del Norte diciendo: “… lleno de integridad y talento natural; no tendrá los conocimientos de un Moreau o Bonaparte en punto a milicia, pero créame usted que es lo mejor que tenemos en la América del Sur”. Si San Martín lo dice, algo de cierto debe haber. Manuel Belgrano dijo años después: “Mucho me falta para ser un verdadero padre de la Patria, me contentaría con ser un buen hijo de ella”. Una humildad ejemplar de este padre de la Patria.
La segunda característica es la cercanía con la causa. Gandhi y su marcha de la sal, Martin Luther King y su marcha por el voto y Mandela no abrazando nunca el odio después de años de cárcel y torturas. Tres ejemplos de líderes espirituales que cambiaron sus sociedades. Necesitamos ese fuego para liderar nuestras sociedades hacia el destino que deseamos. Pero ese fuego precisa del combustible que le aportan otros espíritus sumados a la causa. Para ello debemos embarrarnos los pies, acercarnos a aquellos que queremos convencer, ganar su confianza.
Quiero compartir una breve historia personal. Cuando era ministro en la Ciudad de Buenos Aires, recientemente asumido y en medio de una crisis, decidí dar a conocer mi teléfono personal públicamente. Esto tuvo tres efectos: crear un canal de comunicación entre el sistema y el ministro (anulando la intermediación de los gremios), mostrarme cercano y abierto, y ganar la confianza de aquellos a quienes quería convencer. El resultado fue que en los primeros dos años tuvimos más de 20 paros, pero en los últimos cuatro, sólo uno. No fue una decisión obvia dar mi teléfono personal, pero creo que se valoró el compromiso y la transparencia que representaba.
La tercera característica es la de la mirada elevada, la meta heroica. Los líderes espirituales se plantean metas que muchas veces los trascienden. Y eso hace la diferencia. Nuestros países, nuestros pueblos, precisan esa inspiración. El sistema político, en general, no va a plantear ese tipo de visión transformadora, salvo que se vea forzado a ello por fuerzas ajenas a él. Luego deberíamos unirnos para consensuar una regional. Pero, para ello, ambos tenemos aún mucho camino por recorrer, mucho. Un ejemplo de esta visión trascendente lo dio otro líder espiritual, el alemán Konrad Adenauer, en reunión con el líder francés Charles De Gaulle para planificar la reconstrucción europea después de la Segunda Guerra. De Gaulle insistía con la necesidad de priorizar la infraestructura: puentes, rutas, puertos, etc. Adenauer lo miró fijo a los ojos y le respondió: “Presidente, antes debemos dedicarnos a reconstruir el espíritu de nuestros pueblos”. Es gracias a esta mirada que Alemania pudo resurgir después de la Segunda Guerra; gracias a líderes que comprendían la verdadera dimensión trascendental de la tarea que encaraban. Cuando analizamos nuestra realidad es difícil no concluir que Argentina necesita este tipo de visión, esta clase de liderazgo.
La última característica es el amor. Amor como motor de todas nuestras acciones, como energía para levantarnos después de cada caída. Amor por nuestra familia, por nuestros amigos, por nuestra gente y nuestra tierra. También amor por los que piensan distinto, por nuestros adversarios. Es importante para mí remarcar esto. Es desde esta base que creo que debemos construir el futuro de nuestras naciones. Esto no quiere decir que debemos aceptar cualquier cosa, siempre hay que separar la paja del trigo. Hemos sufrido mucho la corrupción, al menos en Argentina, como para ignorarla. Lo que planteo es que la diversidad es un valor a apreciar. Lo remarco porque creo que la división que se ha generado en nuestras sociedades ha fracturado nuestras instituciones, debilitándolas y abriendo la puerta a la concentración de poder presidencialista. Ejemplos sobran y no sólo en nuestra región. Esta fractura se da incluso dentro de coaliciones supuestamente afines.
Hace unos días publiqué un hilo de tuit reclamando unidad dentro de la coalición a la que pertenezco. Terminaba con esta frase: “Lo único que me mueve es el amor por la Argentina, un amor que no puedo evitar”. Ustedes están acá reunidos por el mismo amor a nuestra Argentina, y nunca duden en expresar ese amor. Será siempre su mejor motor. Esta división o grieta no es nueva en nuestra querida Argentina. Volviendo a Belgrano, él dijo, mirando las internas entre los referentes de las distintas visiones que buscaban imponerse en los inicios de nuestra Patria: “Nuestros patriotas están revestidos de pasiones, y en particular, la de la venganza; es preciso contenerla y pedir a Dios que la destierre, porque de no, esto es de nunca acabar y jamás veremos la tranquilidad”. Pasaron más de 200 años y aún hoy el Amor es la mejor receta para esa tranquilidad, esa paz. Todos podemos aportar a la construcción de esa paz. Trabajemos para ella, sabiendo que sin paz nunca saldremos de la pobreza y la desesperanza.
Humildad, cercanía, visión trascendente y amor. Cuatro características de los líderes espirituales que cambiaron el mundo y que necesitamos en estos tiempos, que la Argentina demanda. Ustedes, aquí reunidos han dado un enorme primer paso. Sigan adelante. Ya sumaron un espíritu libre que hinchará por ustedes. Sólo me queda concluir pidiendo que Dios los bendiga mucho. Abrazo fraterno para todos.
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