Alberto Fernández persigue su sueño de reelección en Disneylandia

El Presidente opinó que, por la buena situación del país, los argentinos deben esperar dos horas en los restaurantes. Berlusconi, la pobreza y los chicos que pasan días sin comer

Alberto Fernández junto a trabajadores en Ensenada

Nada nuevo hay bajo el sol de la política. Posiblemente, Alberto Fernández no lo sepa, pero su hallazgo discursivo más reciente tiene doce años de antigüedad. El 4 de noviembre de 2011, Silvio Berlusconi habló en la Cumbre del G-20 en Cannes sobre la crisis de la Italia que gobernaba. La recesión, la deuda y el tipo de cambio muy alto (habían pasado de la lira al euro) amenazaban con destrozar a su gobierno. Sus palabras causaron conmoción.

“Me pregunto, si yo no estuviese aquí sentado, quién podría representar mejor a Italia y no encuentro a nadie. Los italianos están bien; los restaurantes están llenos; es difícil conseguir sitio en los aviones y los hoteles están completos en los días festivos”.

Berlusconi sonreía y hasta hubo algunos que le creyeron. No fue el caso de los italianos. Ocho días después, debió renunciar.

Hay notorias diferencias entre Berlusconi y Alberto Fernández. El dirigente italiano siempre se procuró su propio dinero y su propio poder. Fue presidente del Milan, dueño de varios medios de comunicación y Primer Ministro en tres ocasiones. Fue acusado de negociar con la mafia, fue condenado por corrupción y por evasión fiscal. Lejos de todo eso, el presidente argentino apenas debió pagar una multa por hacer fiestas en la Quinta de Olivos mientras miles de argentinos morían durante la pandemia.

Pero Alberto tomó prestado aquel discurso de Berlusconi y pronunció otra de las frases por la que quedará en el lodo de la memoria histórica de la Argentina. Cerraba un acto político en Concepción del Uruguay, ciudad fronteriza de Entre Ríos, y pretendió describir un país que solo existe en su imaginación.

“Cuando veo que la industria hotelera y gastronómica está a full; cuando la queja que yo escucho es que hay que esperar dos horas en un restaurante, bienvenido sea”, ensayó el Presidente el viernes. Poco después, la indignación traspasaba el micromundo de las redes sociales y ardía en el infierno de la política.

Nadie controla la verborragia precoz del Presidente. Tiene a su vocera claro, Gabriela Cerruti, y a un equipo de asesores con los que evalúa las noticias que debe comunicar y el posible impacto que puedan tener en la sociedad. Pero cuando se para frente a un micrófono, Alberto olvida los consejos mejor intencionados y avanza hacia territorios insospechados que jamás debería visitar.

Gabriela Cerruti (Presidencia)

La semana pasada tuvo uno de esos episodios de incontinencia frente a un periodista del influyente Folha de Sao Paulo. Sus equipos habían planificado la entrevista para propiciar un buen clima mediático antes del viaje de Lula a Buenos Aires y de la Cumbre de la CELAC. No hubo caso. Alberto se salió con la suya.

Gran parte de la inflación es autoconstruida; está en la cabeza de la gente que ve en el diario que va a subir el combustible y entonces empieza a aumentar los precios por las dudas…”.

El presidente inauguró así una teoría sobre la inflación que no imaginaron ni Fiedrich Von Hayek ni John Maynard Keynes. En el Ministerio de Economía, Sergio Massa dejó caer todo su peso sobre el sillón de su escritorio y se agarró la cabeza. Y la Cumbre de la CELAC fue lo que fue, un encuentro rápidamente olvidado en el que brillaron las ausencias y las contradicciones ideológicas.

Claro que la inflación autoconstruida y las dos horas de espera que los argentinos practican para comer no son casualidades. Alberto Fernández está convencido de que con esos fetiches económicos podrá mantener por unos cuántos meses la ficción del proyecto para disputar la reelección. Ya casi no quedan funcionarios en su gabinete que crean en la utopía de lo que fue el albertismo, pero lo siguen sosteniendo con la esperanza de llegar hasta el 10 de diciembre. “Ese sería el milagro”, explican.

Lo que no escuchó el Presidente, o si las escuchó ha preferido pasarlas por alto, son las palabras del Papa Francisco, quien eligió un reportaje con la agencia estadounidense Associated Press para espantarse por el nivel de la pobreza en la Argentina.

El jefe de la Iglesia Católica en el mundo utilizó la cifra del 52%, que es el índice de pobreza infantil que el Observatorio de la Deuda Social midió en la Argentina en el último trimestre del año. Si se toman las estadísticas oficiales del Indec del primer semestre de 2022, en ese momento ya se contaban 8,4 millones de chicos de entre 0 y 14 años bajo la línea de pobreza.

El papa Francisco habla durante una entrevista con The Associated Press en el Vaticano el martes 24 de enero de 2033. (AP Foto/Domenico Stinellis)

Los funcionarios del área social del Gobierno saben que el crecimiento de la pobreza en los niños viene acompañado del flagelo de la desnutrición. La Argentina va camino rápido a que unos 9 millones de niños deben esperar por su comida mucho más que las dos horas a las que se refirió descuidadamente el Presidente. Muchos de ellos no logran comer todos los días.

El discurso político de Alberto Fernández multiplica el asombro cuando se lo evalúa fronteras afuera de la Argentina. Es el caso del consultor político Jaime Durán Barba, quien cosechó fama y unos cuantos enemigos en el país cuando asesoró y fue factor fundamental para que Mauricio Macri llegara a la Casa Rosada.

Este sábado, Durán Barba se encontraba evaluando los números de las elecciones legislativas en Ecuador, en las que pronosticaba un resultado lapidario para el gobierno del conservador Guillermo Lasso. Consultado en CNN Radio Argentina, se mostró asombrado por la frase de Alberto Fernández sobre las dos horas para esperar la comida, y por la alocada insistencia del presidente argentino en competir por la reelección presidencial.

Tanto Alberto como los demás miembros del Gobierno viven en Disneylandia; no tienen ninguna relación con lo que pasa en Argentina y ni siquiera con lo que pasa en Buenos Aires. Ellos no se percatan de la realidad y por eso dicen tonterías. Solo en Disneylandia puede aspirar a la reelección el presidente de un país con el 100% de inflación, el 50% de pobreza, las empresas fugándose y con una bomba de deuda impresionante”, describió.

Durán Barba no fue el único extranjero que utilizó la imagen de Disneylandia para retratar un episodio reciente de la Argentina. En la Cumbre de la CELAC, el presidente del Uruguay, Luis Lacalle Pou, también apeló al paraíso del cartoon estadounidense para responder a la (des) calificación a su país como “hermano menor” que le había hecho Sergio Massa. “Parece Disneylandia” fue la breve definición que pasó un poco desapercibida en medio de la competencia de despropósitos regionales de esas horas.

El consejo que Durán Barba le daría a Macri

En sus vaticinios sobre la Argentina, Durán Barba no se detiene sobre la figura de Alberto Fernández. También señaló que él escogería a Cristina Kirchner como candidata del oficialismo por ser quien tiene el piso electoral más alto en el Frente de Todos.

Y opinó que, en el segmento de Juntos por el Cambio, Mauricio Macri (a quien asesoró por años antes y después de llegar al Gobierno) no debería anotarse como candidato presidencial.

No creo que sea candidato y, si Mauricio me pidiera consejo, le diría que no tiene mucho sentido que lo sea. Ya fue presidente y es uno de los pocos presidentes que logró proyectar una imagen muy buena hacia afuera. Puede ser un ordenador, pero no lo veo peleando una elección interna con Horacio Rodríguez Larreta o con Patricia Bullrich”, explicó el estratega que le dio consejos a la mayoría de dirigentes y candidatos del PRO. El ecuatoriano fue el ideólogo de los globos amarillos y del salto al bache de Macri.

Mauricio Macri

La definición de Durán Barba puede haber caído bien en los equipos de Rodríguez Larreta y de Bullrich, pero seguro contrarió a los peronistas republicanos Miguel Angel Pichetto y Ramón Puerta. Los dos, junto al salteño Juan Carlos Romero, visitaron al ex presidente en el santuario patagónico de Cumelén. En público dijeron que se debía acelerar la definición de la candidatura presidencial de PRO para fines de febrero. Pero en privado lo que hicieron fue rogarle a Macri que el candidato a presidente sea él.

Pichetto ya ha institucionalizado su frase para presionarlo al ex presidente. “En esta elección juegan los titulares, no los suplentes”. Y a continuación define a Macri y a Cristina como los líderes del oficialismo y la oposición. Conspirativo como buen peronista, Puerta, lo previene a Macri sobre posibles traiciones si no se postula. No da nombres pero queda claro que se refiere a sus herederos políticos. El ex presidente sonríe, y responde siempre con evasivas. Ordenador o candidato, ese es el dilema.

Para el caso de que no compita, Macri suele deslizar nombres de quienes podrían formar parte de un eventual gabinete tanto de Horacio como de Patricia. Se lo ha escuchado mencionar al ex ministro de Justicia, Germán Garavano, quien no despierta adhesiones entusiastas en ninguno de los dos campamentos.

En cambio, la reacción es diferente cuando se recuerdan las gestiones del ex ministro de Modernización, Andrés Ibarra, y la del ex ministro de Transporte, Guillermo Dietrich. Hay coincidencia en el PRO sobre la necesidad de poner en marcha nuevamente el Aeropuerto de El Palomar, iniciativa que había reactivado el mercado de las compañías aéreas low cost y que fue cerrado de manera insólita por orden del kirchnerismo.

Como bien lo señala el ecuatoriano Durán Barba, solo en un lugar de fantasía como Disneylandia puede aspirar a la reelección el presidente de un país con el 100% de inflación y el 50% de pobreza. El mismo que se ufana del consumo en los restaurantes mientras hay millones de chicos que pasan hambre verdadera.

Quizás ese país sea la Argentina. Tal vez la degradación haya llegado a un punto tan dramático que no haya castigo social para quienes han extendido el empobrecimiento a la mitad de la población. Restan ocho meses larguísimos para comprobar cuál es el subsuelo de ese deterioro que avanza sin detenerse.

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