El día 2 de febrero se celebra a nivel planetario el Día Mundial de los Humedales en conmemoración del tratado internacional llevado a cabo en la ciudad iraní de Ramsar en el año 1971. El tratado es conocido como la Convención de los Humedales, ya que su misión es la de conservar y propiciar el uso racional de estos sistemas ambientales a través de acciones locales y nacionales. Nuestro país lo ha ratificado desde el año 1991.
La temática de los humedales ha logrado ganar espacio en la agenda pública, en buena medida gracias a las manifestaciones de la sociedad civil y las organizaciones ambientales. Sin embargo, pese a varias iniciativas frustradas desde el año 2013, esto no se tradujo aún en la promulgación de una ley nacional de presupuestos mínimos que ordene, regule y asegure un uso sustentable de los humedales, los cuales conforman más del 20% de nuestro territorio nacional.
Los beneficios o servicios ecosistémicos que los humedales le brindan a la sociedad son notables. Tal vez el más destacado sea la gran riqueza de biodiversidad que contienen por ser lugares con condiciones muy favorables para las especies silvestres.
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Según la Unión Mundial para la Conservación de la Naturaleza (IUCN por sus siglas en inglés), el 40% de las plantas y animales del mundo se crían o viven en estos ambientes. Además, ellos nos proveen de “bienes” directos como el agua potable, peces, maderas, frutos y diversos productos sumamente necesarios. Otro de los servicios esenciales que los humedales nos prestan radica en la ayuda que ellos representan para la disminución del riesgo de desastres naturales, resultante de su capacidad de regular, entro otros factores, el clima, la erosión de los suelos o las inundaciones. Asimismo, nos ofrecen lugares de belleza paisajística única, propicios para el desarrollo de actividades culturales, de investigación o educativas, como así también otras de índole recreativa y turística.
Como si todo esto fuera poco, son grandes aliados en la lucha contra el cambio climático, dado que conforman sitios que pueden almacenar abundantes cantidades de carbono en su vegetación y en el suelo, evitando, de esta manera, que sea liberado a la atmósfera en forma de CO2.
A pesar de todos estos inmensos y variados beneficios y a pesar también de que las amenazas que enfrentan son muchas y su degradación no cesa, en nuestro país los humedales no cuentan con una ley específica que los proteja. En relación a las problemáticas que atraviesan basta con mencionar los incendios que castigaron grandes extensiones de tierra en distintas provincias en este último tiempo, muchos de los cuales tuvieron lugar precisamente en zona de humedales. Otro problema crucial con el que estos ecosistemas se enfrentan está dado por el desarrollo de actividades productivas que no son para nada compatibles con el humedal, como es el caso de las urbanizaciones, la ganadería intensiva o la producción agrícola a gran escala. Finalmente, la deforestación de bosques y selvas asociadas a los humedales les genera, también, graves impactos, que en muchas ocasiones, resultan irreversibles.
Pero ¿a qué llamamos humedal? ¿Qué es lo que deberíamos proteger y utilizar de formas más sostenibles? El término “humedal” incluye un variado tipo de ecosistemas, con distintas funciones y estructuras, que se extienden a lo largo y ancho del planeta.
En Argentina, por mencionar sólo algunos, podemos citar los recientemente protegidos turbales de Península Mitre, las lagunas alto-andinas y puneñas de Catamarca y Jujuy, así como el Delta del Paraná. Todos ellos comparten un atributo común que los define como humedales y los distingue de otros ecosistemas terrestres o acuáticos: son áreas que permanecen de forma intermitente en condiciones de inundación o con sus suelos saturados por el agua durante largos periodos de tiempo. Consecuentemente, cuentan con una flora y fauna adaptada a estas condiciones singulares.
En síntesis, la biodiversidad, de la cual formamos parte, y los servicios ecosistémicos que los humedales nos brindan, son claves para el sostenimiento y mejora de la calidad de vida de nuestra especie en el presente y también lo serán para las generaciones futuras, solo sí logramos preservarlos haciendo un uso sustentable de los mismos.
En ese sentido, organizaciones de la sociedad civil, como Fundación Temaikèn, vienen desarrollando estrategias de conservación y restauración de los humedales, dotadas de una mirada integral que incluye a la comunidad que los habita. Tales estrategias promueven, por un lado, la educación ambiental y la valoración de este tipo de ecosistemas . Por otro, llevan adelante proyectos en territorios específicos, como es el caso del Delta del Paraná, destinados a fortalecer los ambientes degradados a través de la recuperación y reinserción de especies de fauna emblemáticas del Delta, como es el caso del ciervo de los pantanos. Finalmente, el trabajo en red promueve la creación de áreas naturales protegidas en la región y la restauración del bosque ribereño nativo. Por medio de plantaciones de módulos de mini-bosques, con el objetivo de generar corredores biológicos se favorece la conectividad entre las especies y robustece la biodiversidad y la capacidad de resiliencia del sistema natural.
*Germán Hansen es licenciado en información ambiental, integrante del Programa Delta del Departamento de Conservación de Fundación Temaikèn
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