El ChatGPT en las aulas: ¿peligro de plagio o señal de que la educación debe cambiar?

No se trata de hacer como que este tipo de aplicaciones no existen, sino de aprender a convivir con la tecnología en la escuela

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El ChatGPT es una herramienta
El ChatGPT es una herramienta creada con inteligencia artificial que puede crear textos que parecieran estar escritos por seres humanos (Reuters)

Imaginate que un alumno no entendió un tema en clase, o que haya faltado, o que estuviese viendo un tutorial y le queden dudas, entonces una inteligencia artificial (una página) le explica exactamente lo que necesita el alumno, subiendo o bajando el nivel de complejidad, o inclusive dándole ejemplos. Casi, casi como tener al docente al lado e ir haciéndole preguntas. Algo así como hablar con un humano que sabe de absolutamente todo. El alumno pregunta, repregunta, y así va obteniendo información.

El ChatGPT o Generative Pre-trained Transformer, por sus siglas en inglés, es una herramienta creada con inteligencia artificial que puede crear textos que parecieran estar escritos por seres humanos. Basta con indicarle a la aplicación sobre qué tema debe escribir, qué tan largo debe ser el texto y qué tono quiero darle (informativo, profesional, académico o inclusive un rap) y a dejarse sorprender por el resultado. Si esta información se vuelca en un informe o ensayo será tan natural, que será muy difícil saber si la escribió el alumno o el robot, lo que alentaría el posible plagio por parte de alumnos en escuelas y universidades.

En realidad el plagio existió siempre: el famoso copy-paste (copio y pego) de información escrita por otro o buscada en Google, para el caso, cumple el mismo objetivo, aunque claro, con el ChatGPT, muchísimo más rápido, lo que nos lleva a la pregunta de siempre: ¿prohibimos la herramienta o le sacamos el máximo provecho?

Tal vez no prohibirla, pero sí regularla. Uno de los eventos más importantes de Inteligencia Artificial prohíbe el uso de inteligencia artificial para la presentación de trabajos por parte de los disertantes. Sí pueden utilizarla para pulir o mejorar sus escritos, pero no para hacerlos por ellos (¡Igual, me parece una ironía!).

Y si bien hay lugares, como Nueva York, por ejemplo, en donde ya lo han prohibido en las escuelas, si lo que al docente le preocupa es el plagio, basta con pedirles a los alumnos que todo informe o ensayo o consigna que implique algún tipo de redacción se haga en clase. ¿Práctico? Sí, pero improductivo.

En lo personal siempre prefiero que el tiempo en clase se utilice para maximizar y potenciar ese tiempo en el aula. Es decir, salir del modo tradicional en donde el docente transmite contenido y el alumno lo consume de manera pasiva. Esto se logra a través del aula invertida, en donde el alumno, en su casa, ve un video o lee algún material acerca del contenido que debe aprender, para luego, en clase, y junto a sus compañeros, activar ese conocimiento a través de aprendizajes activos.

También podríamos trabajar con alguna leyenda al final de todo trabajo que dijera algo así como “El uso de aplicaciones como el ChatGPT o similares es un acto deshonesto que la institución no tolerará bajo ninguna circunstancia y conllevará sanciones para el alumno”, o alguna declaración jurada: “Declaro no haber utilizado la aplicación ChatGPT o similar en el desarrollo de este trabajo”. Es decir, hay maneras de desalentar el uso de la tecnología utilizada para fines no apropiados. Habría que ver en cada institución qué peso tienen los valores. Un alumno que se copia, sabiendo que no debe hacerlo, no se va a dejar influenciar por una leyenda de este tipo…. En fin, algo más para pensar.

Otra opción es siempre pedirle al alumno que, en cualquier trabajo, aun habiendo utilizado la herramienta para investigar, incluya alguna reflexión o vivencia personal, o busque dos posiciones encontradas acerca de algún tema, es decir, hacerlo pensar.

De todas maneras, y debido a la gran preocupación que este tema genera, Google ya estaría trabajando en una extensión que permitiría detectar trabajos escritos con el ChatGPT y ya existe en el mercado otra aplicación, llamada GPTZero, que puede detectar si el texto fue escrito por un bot o un humano. Aunque claro, la contracara es que, a diferencia de Google, que saca la información de alguna fuente en particular, el Chat GPT utiliza cientos, miles, de fuentes y puede generar una enorme variedad de respuestas diferentes, con lo cual sería muy difícil realmente detectar el plagio.

Ahora bien, ¿vamos a empezar a prohibir todas las herramientas tecnológicas que aparezcan de ahora en más que podrían ser utilizadas para fines anti éticos, como el plagio, o debemos comenzar por cambiar nosotros, los docentes, la finalidad de las evaluaciones y trabajos académicos?

El problema, como siempre, no es el recurso, sino qué uso se le da al recurso.

El ChatGPT llegó para quedarse. Es más, ya se está trabajando en una nueva versión que va a superar, inclusive a esta. No se trata de hacer como que no existe, sino de aprender a convivir con la tecnología en la escuela. El ChatGPT existe, está disponible y los alumnos lo van a usar para tareas de investigación y sí, para hacer los deberes también. Por eso, lo que debe cambiar no es aceptar o prohibir el ChatGPT, sino buscar la manera en que los alumnos aprendan a pesar de la herramienta.

Los aspectos positivos del ChatGPT incluyen el poder aprender acerca de cualquier tema en cualquier lugar y en cualquier momento, sin tener un docente cerca, hacer resúmenes, ahorra muchísimo tiempo de búsqueda de información e inclusive es genial para estudiantes neurodivergentes. Inclusive ayuda al docente a generar preguntas de exámenes y a corregirlos.

El lado negativo es que, claramente, herramientas como estas atentan contra el desarrollo de habilidades esenciales que debemos trabajar en el aula, como el pensamiento crítico, el pensamiento creativo o la resolución de problemas.

Tal vez, la invitación está en salirnos del formato de preguntas fácticas en la clase y empezar a trabajar con habilidades superiores del pensamiento (reflexionar, fundamentar, comparar y contrastar, predecir, debatir, etc). La pregunta más importante de la clase debe ser siempre “¿qué te hace decir eso?”, es decir, ayudar a los alumnos a pensar de maneras más profundas y fomentar la metacognición.

Lo que buscamos es darles la oportunidad a los alumnos de adueñarse de sus trayectorias: que trabajen en grupos, que enriquezcan sus ideas, que revisen sus trabajos con otros, que pidan sugerencias, editen/mejoren/acorten sus producciones, los hagan más largos o los publiquen en redes (si es apropiado). Todo esto ayuda a lograr más autonomía, mayor compromiso y orgullo por sus producciones y aprendizajes. La clave: alentar a los alumnos a pensar, no simplemente a transcribir información. Necesitamos ayudar a los alumnos a poder interactuar con el contenido, a aplicarlo, a crear. A usarlo.

Es decir, somos nosotros, los docentes, los que debemos anticiparnos y estar un paso adelante de la realidad.

Esta, ojalá, sea una nueva oportunidad para revisar nuestras prácticas áulicas, y proponer consignas que sean tan interesantes, significativas y relevantes, que nuestros alumnos no necesiten del ChatGPT como atajo.

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