Empiezo repitiendo un cuentito que ya le conté (apelo a su compresión o a su mala memoria).
Se trata de un señor que se acerca al rabino del pueblo y le comenta que tiene la solución para el problema de la pobreza. “Muy sencillo -le dice-, se trata de que los hijos de los ricos se casen con las hijas de los pobres y que los hijos de los pobres se casen con las hijas de los ricos”.
El rabino lo mira y le contesta: “¡Gran idea! Y como yo soy el pastor de la grey, me encargo de convencer a los pobres, por favor, usted vaya y convenza a los ricos”.
No sé por qué, la propuesta de la moneda común con Brasil, reflotada en la reciente visita del presidente Lula Da Silva a Buenos Aires, o la idea del respaldo de la Reserva Federal a una eventual dolarización de la Argentina, siempre me recuerda aquella historia. Misterios de la asociación libre, diría Freud.
Lo cierto es que la construcción de una moneda común con Brasil, o con todo el Mercosur, o con toda Latinoamérica, tiene problemas conceptuales bastante complejos, respecto de su conveniencia y viabilidad.
Problemas sobre los que no voy a abundar aquí, porque los ricos “no van a ser convencidos”, al menos en el corto plazo, y porque las precondiciones para eventualmente instaurar una moneda común en la región requieren de años o décadas para ser instrumentadas.
Cualquiera que haya cruzado la frontera entre nuestro país y los vecinos, simplemente en plan de vacaciones, sabe a lo que me refiero. Mucho más lo saben quienes pretenden hacer negocios, trabajar, o realizar una transacción financiera.
Cómo diría el presidente Luis Lacalle Pou, Disneylandia.
Pasando a lo concreto, el ministro de Economía, Sergio Massa, está intentando reemplazar con otras fuentes de financiamiento la caída neta en el ingreso de dólares comerciales de este año (menos dólares de ingresos por la sequía, parcialmente compensado con menos dólares de egresos por la importación de energía) un número que varía entre los 9000 y los 16000 millones de dólares, según la fuente que se tome, las estimaciones de cosecha, el precio internacional del GNL, y la fecha de entrada en operación de la primera etapa del gasoducto.
El objetivo, obvio, es evitar que una caída aún mayor de las reservas lo obligue a profundizar las restricciones a la importación -y por lo tanto afectar el nivel de actividad y el empleo- o que resulte necesario limitar esas importaciones y alentar liquidación de exportaciones, con un salto en el precio del dólar oficial y sus probables efectos inflacionarios en los bienes cuyos precios todavía se rigen por el valor del tipo de cambio oficial, en particular alimentos.
Es en este contexto en que debe inscribirse el crédito a un año de plazo para que, a través del Banco de la Nación Argentina, y el Banco de Brasil, los importadores locales puedan financiar los productos que traen desde ese país, sin demandar dólares este año.
Pero en este punto, cabe recordar que se trata de una operación cuyo monto final lo determina el sector privado, la conveniencia del crédito y también lo determina la exposición al riesgo crediticio que las entidades financieras intervinientes quieran, o puedan regulatoriamente admitir.
Esta misma búsqueda de dólares “no soja” incluye alguna operación de crédito con entidades financieras internacionales, o con algún fondo soberano árabe, o la ampliación del swap de monedas con China, o algún otro invento similar.
Sólo hay que tener en cuenta que todo ingreso de dólares que no provenga del saldo neto genuino de exportaciones, resulta hoy, en la práctica, endeudamiento del país, a pagar en el próximo ciclo de gobierno.
En ese sentido, este endeudamiento, cuyo vencimiento podría recaer en una administración de otro signo político y que entiendo no ha sido incluido en el presupuesto 2023, debería contar con la autorización del Congreso.
Pero claro, a estas alturas, lograr semejante cosa, sería un “lujo institucional” también digno de Disneylandia.
Y hablando de lujos institucionales quería dedicar la última parte de la columna de hoy al futuro del Mercosur.
Lamentablemente, estamos en medio de una asincronía política. En efecto, mientras Lula “viene llegando”, la administración Fernández está en su último año de gobierno, al menos así lo manifiestan tanto los analistas políticos como las encuestas de opinión pública.
Y esta asincronía, probablemente, nos hará perder un tiempo valioso en los cambios y definiciones que el Mercosur necesita.
Como ya le comenté en algún momento, un porcentaje cada vez mayor del comercio internacional se encuadra bajo el paraguas de acuerdos comerciales.
En ese marco, el Mercosur presenta problemas en dos dimensiones. Una, interna, con trabas, regímenes especiales, excepciones y otras trampas, que hacen que el libre intercambio entre los países miembros no sea tan intercambio, ni tan libre. El otro problema es externo, se ha avanzado muy poco en acuerdos de libre comercio con otras asociaciones regionales, y se mantiene un arancel externo común muy elevado para las importaciones.
Dicho sea de paso, el año pasado se decidió que cada país podía rebajar un 10% su arancel de importación extra-Mercosur, para una lista de productos que presentara. (Entiéndase bien, no se trataba de reducir al 10% el arancel, sino de achicar, un 10% cada arancel, por ejemplo, pasar de un arancel del 20% al 18%).
Bajo esa premisa, Brasil, Paraguay y Uruguay presentaron una lista superior a l100 posiciones arancelarias. Nuestro país, hasta ahora, presentó una lista con…cero posiciones.
Es cierto que la Argentina de hoy tiene serios desequilibrios macroeconómicos que dificultan un proceso de integración al mundo, pero no es menos cierto que nuestro país mantiene una estructura arancelaria elevada e inalterada desde hace más de 25 años. Y fuertes distorsiones para incentivar exportaciones.
Y, como no podía ser de otra manera, con este régimen macroeconómico y esta falta de integración comercial, hemos ido perdiendo relevancia en el comercio mundial, incluyendo el comercio dentro del Mercosur.
De todas maneras, resulta alentador que el presidente Lula haya apoyado la posición de apertura del Uruguay y esté dispuesto a cerrar, finalmente, el acuerdo Unión Europea -Mercosur.
Reconozco que en este momento estamos concentrados y a la vez distraídos en la coyuntura de falta de dólares que le describí al comienzo de esta nota y en los disparates políticos del oficialismo en su intento de desgaste a los miembros de la Corte Suprema de Justicia.
Pero, aunque sólo sea para sacudirnos la depre por un rato, imagine lo bueno que puede llegar a ser, para el próximo ciclo político argentino, estar en condiciones de combinar un profundo cambio de régimen interno, con un mejor Mercosur y con el comienzo de los cambios institucionales que se requieren para una asociación comercial de largo plazo con Europa.
En este tema, ya tenemos “convencidos a los ricos”, solo nos falta convencernos a nosotros mismos.
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