Una política económica, para que sea exitosa, está relacionada entre otros elementos con el enfoque, el modelo de intervención y su secuenciación adecuada, así como las posibilidades que ofrece un determinado contexto socioeconómico tanto nacional como internacional, así como el político.
Quienes la formulan y ejecutan no sólo tienen que ser calificados, sino que deben contar con el apoyo político y social para que su implementación sea viable y se sostenga en el tiempo, como lo reflejan bien los ciclos del caso argentino y sus fracasos en cuanto a su perdurabilidad en el mediano plazo.
Entre los problemas que se observan en la Argentina se encuentran los de sectores de la dirigencia, espejo de distintas franjas de la sociedad, que tienen diferentes visiones, enfoques y se podría decir arquetipos acerca de lo que hay que hacer. Uno de ellos es como articular crecimiento con equidad o una distribución justa de sus frutos, sin por ello desequilibrar la macroeconomía.
Otra forma de expresar este desencuentro (no sólo argentino) es si es posible lograr la armonía entre la libertad y la justicia social (donde el tipo de Estado y sus roles y funciones son claves para alcanzarlo o no) sin descalabrar el orden macroeconómico.
Se sabe que los extremos de ausencia total del Estado o la estatización de la mayor parte de las actividades económicas no ha funcionado. Tampoco han dado buenos resultados las variantes denominadas populistas, de soluciones simplistas de corto plazo que arruinan un sendero de desarrollo sostenido de mediano y largo plazo.
Se sabe que los extremos de ausencia total del Estado o la estatización de la mayor parte de las actividades económicas no ha funcionado
Entre las alternativas moderadas se encuentran las de la socialdemocracia y el socialcristianismo (a la Ángela Merkel) de Europa, la coalición política en Israel bajo el liderazgo de Shimon Peres o las que se toman de países cercanos como Uruguay. Sin embargo, donde tal vez podría haber más consenso entre las minorías densas de uno y otro lado de la grieta argentina serían los ejemplos de Bolivia y de Perú. Son países con profundas divisiones sociales y políticas, y por momentos con situaciones caóticas extremas, pero sin embargo su crecimiento no se ha visto afectado.
Algunos ejemplos
En el caso de Bolivia, el ex ministro de Economía boliviano Luis Arce Catacora (y actual Presidente) dijo alguna vez que el socialismo tal como lo entendía en el marco de una economía mixta o plural debía convivir con la estabilidad macroeconómica. Arce se mantuvo once años como ministro de esa cartera, todo un récord en dicho país, logrando articular estabilidad económica, crecimiento y equidad. Ello se mantiene relativamente aún hoy, a pesar de los graves incidentes en Santa Cruz de la Sierra.
En el caso de Perú, organismos como el Banco Mundial han destacado que el producto bruto interno (PBI) se ha multiplicado por más de seis su valor desde 1993. Ello significa que, si en 2001 un 20,3% de los peruanos vivía con menos de 2,15 dólares al día, en 2022 esa cifra se había reducido al 5,8 por ciento.
A pesar de las graves deficiencias de su dirigencia política, y de la violencia que se viene manifestando en ese hermano país, hay coincidencia de que hay tres factores claves que posibilitan este excelente sendero y resultado económico:
1. Independencia del Banco Central que le otorgó la Constitución de 1993. Su presidente, Julio Velarde, lleva en el cargo desde 2006 hasta la actualidad;
2. La Constitución blinda el modelo económico, como se puede ejemplificar con dos artículos: a) el 62 que impide que los contratos firmados puedan ser modificados por leyes posteriores, lo que ha supuesto una fuerte protección para las compañías extranjeras que invierten en el país, que han tenido así la garantía de que las condiciones de sus operaciones no se verán alteradas, y b) el 79, que establece que el Congreso no tiene iniciativa para crear ni aumentar el gasto público, lo que ha incidido en lograr el equilibrio fiscal de los últimos años. Esto puede verse afectado por una reciente decisión del Tribunal Constitucional que plantea una nueva interpretación; y
3. Muy baja rotación de los ministros de Economía.
En la Argentina hay, como en muchos otros países del mundo, fuertes divisiones, pero en este año electoral: ¿nos podremos poner de acuerdo en un mínimo común denominador o piso de acuerdos como han tenido Bolivia y Perú? ¿Se podrán establecer acuerdos parlamentarios una vez finalizado el tema del enjuiciamiento político a los Jueces de la Corte Suprema de Justicia que imposibilita todo diálogo entre oficialismo y oposición? ¿Será mucho pedir?
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