Seis millones de pares de zapatos

En un mundo donde la negación y la trivialización del Holocausto forman parte de la realidad, recordar se vuelve nuestra responsabilidad

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Un zapato de una prisionera en Auschwitz que formó parte de una exposición en el Museo de la Herencia Judía en Nueva York (Crédito: NYT)
Un zapato de una prisionera en Auschwitz que formó parte de una exposición en el Museo de la Herencia Judía en Nueva York (Crédito: NYT)

Están ahí, amontonados en varias barracas de lo que alguna vez fue el mayor campo de concentración y exterminio del nazismo. Los hay de grandes y de chicos, bajos o de tacón, neutros o de color. Cientos de miles de pares de zapatos. En un campo donde cada centímetro está sembrado de muerte, donde a cada paso se respira el horror, aquellas enormes pilas de zapatos son, para muchos, una de las imágenes más impresionantes de su visita al Memorial y Museo de Auschwitz. Un pequeñísimo rastro físico, material, del inmensurable vacío que dejaron los seis millones de judíos asesinados durante el Holocausto.

Porque incluso aquellos que crecimos escuchando sobre la Shoá en la voz de sus sobrevivientes, a veces nos perdemos en la frialdad de ese número que conocemos de memoria. Seis millones. ¿Cómo entender su magnitud? Quizás podríamos empezar por los zapatos.

Fue Primo Levi, sobreviviente de aquel campo, el primero que dijo que en Auschwitz “la muerte empezaba por los zapatos”. Claro que su reflexión no tuvo nada de metafórico: los zapatos desgastados, las largas horas de trabajo y el cruel invierno polaco eran una combinación verdaderamente asesina. Sin embargo, al recordar el calzado hoy amontonado en aquellas barracas, la frase inevitablemente vuelve a mí.

En Auschwitz la muerte empezaba en los zapatos. Era la muerte de una historia, un recorrido personal. Pero el exterminio no terminaba allí. Porque en Auschwitz se aniquilaba el pasado, pero también el futuro. El camino recorrido, y el que faltaba por recorrer.

Hoy, 78 años después de su liberación, objetos cotidianos y mundanos como un par de zapatos, de anteojos o una vieja valija se han convertido en piezas de museo. Pruebas de que allí, donde se instaló una maquinaria de muerte, también hubo vida. Para recordarnos que los seis millones son mucho más que un número que repetimos hasta el cansancio, y con el que intentamos dar cuenta del horror.

Lo cierto es que con el tiempo y la distancia el Holocausto se ha convertido en un “objeto de estudio”. Necesario, sin dudas, pero frío e impersonal. Ilustres académicos han investigado el contexto que permitió tal masacre, han argumentado sobre sus particularidades y reflexionado sobre sus consecuencias. Datos, fechas, números. Nadie habla de zapatos.

¿Dónde quedan entonces las historias de las víctimas, sus protagonistas? Aunque la literatura, el cine y el teatro han hecho abundante lugar para ellas, no parece ser suficiente. En un mundo donde la negación y la trivialización del Holocausto forman parte de la realidad, y donde cada vez son menos los sobrevivientes entre nosotros, recordar se vuelve nuestra responsabilidad. Recordar sus nombres, sus historias, sus sueños.

Con este espíritu, y en el marco del Día Internacional de Conmemoración en Memoria de las Víctimas del Holocausto, junto con el Congreso Judío Mundial llevamos adelante cada año la campaña #WeRemember - #Recordemos. En un mundo veloz y a veces efímero, esta campaña nos invita a detenernos y mirar hacia el pasado. A recordar. A desandar los pasos de aquellos zapatos, ya no solamente para recordar a quienes los caminaron, sino también para entender de dónde venimos como sociedad, y hacia dónde queremos ir. Ya lo dijo el Pirkei Avot, libro de sabiduría judía: Solo aquel que sabe de dónde viene, sabrá hacia dónde ir.

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