Estos días ha quedado al descubierto –una vez más– la enorme precariedad en la que está inmersa la República Argentina. Nuestro Presidente volvió a mostrar su indiferencia a las dictaduras que dominan Venezuela, Cuba y Nicaragua, el Papa Francisco mostró su malestar por la situación social enmarcada en la responsabilidad de los distintos gobiernos y el oficialismo que todo lo justificó –nuevamente– en torno a Mauricio Macri y su supuesta responsabilidad en todo lo que nos pasa.
El presidente Alberto Fernández no parece estar dispuesto a condenar dictaduras, y las razones por las que no lo hace son algo difíciles de entender. Tal vez hayan sido por cuestiones ideológicas, de negocios o por mera incapacidad de gestión. Lo cierto es que alinearse a dictaduras es alinearse también a autoritarismos que implican el no respeto por la ley y la carencia de seguridad jurídica, elementos claves para promover inversiones y crecimiento que como consecuencia generen mejores salarios. Nadie en su sano juicio puede creer que defendiendo estos regímenes se logra la integración regional o mejoras en la calidad de vida de la gente.
Alberto Fernández no parece estar dispuesto a condenar dictaduras, y las razones por las que no lo hace son algo difíciles de entender
Luego de bastante tiempo el Papa Francisco ha sido lapidario con la realidad Argentina: estos días ha expresado indicando que el país se encuentra atravesado por un 52% de pobreza. El Sumo Pontífice acusó a la “administración del país” de llevarnos a semejante catástrofe social. El Papa entiende que a los índices de pobreza oficiales se le debe adicionar los pobres que no lo son simplemente por recibir ayuda social por parte del Estado. Las declaraciones generaron una rápida reacción del oficialismo: la Portavoz de la Nación, Gabriela Cerruti, expresó su conformidad con el Santo Padre entendiendo que éste se refería apenas a lo ocurrido durante la presidencia de Macri. Los números no parecen dar cuenta de ello.
Fernández asumió con una inflación interanual de 53,8%: luego de tres años de gestión ésta se incrementó en 41 puntos para ubicarse según la última medición –correspondiente al año 2022– en 94,8 por ciento. Prácticamente la presidencia de Fernández hasta aquí casi que ha duplicado los índices de inflación heredados de la era Macri. En estos primeros tres años de gobierno la inflación general acumula un 300,3%; el rubro “Alimentos y bebidas” por su parte acumula incrementos en el orden del 316,4%. Los números son impresionantes.
Tampoco ha sido favorable la evolución de la pobreza. Tanto el indicador de la pobreza como el de la indigencia han empeorado desde el año 2019: hoy hay más pobres y más indigentes que en el momento en el que el ex presidente Macri dejó atrás el sillón de Rivadavia.
El empleo tampoco demuestra puntos a favor para el oficialismo. El empleo privado se destruyó por la cuarentena eterna y aún no logra recuperar su pico máximo obtenido en abril del 2018. El salario real también ha caído estrepitosamente. Lo único que ha ganado espacio en la gestión del presidente Alberto Fernández ha sido el empleo público: en un país que pide a gritos una reducción del gasto del Estado se sigue haciendo política partidaria repartiendo puestos públicos a lo largo y ancho del país.
Hoy hay más pobres y más indigentes que en el momento en el que el ex presidente Macri dejó atrás el sillón de Rivadavia
El endeudamiento –a pesar de las críticas al ex Presidente Macri– parece tampoco ser un punto a destacar de la actual gestión: desde el 10 de diciembre de 2019 la Argentina se ha endeudado a una velocidad inusitada. El Tesoro Nacional ya ha tomado hasta aquí más deuda que el gobierno anterior: eso sí, en bastante menos tiempo. Todo esto sin contabilizar el descalabro que han hecho en el BCRA donde han multiplicado por diez los pasivos monetarios desde el inicio del mandato de Fernández.
El acto reduccionista de responsabilizar a otros por resultados que solo se explican por la propia torpeza implica que la distancia que separa la realidad actual de una Argentina sin inflación, con menos pobreza, mayor crecimiento y mejores empleos es definitivamente infinita. Mientras la política siga mirando en el futuro únicamente el pasado, la decadencia será entonces nuestro único destino.