El Compadrito de Borges y El Colibrí
La estrella inapelable fue Lula, Highlander, con su plataforma de relanzamiento internacional. Pero quien se destacó en la Cumbre de CELAC, simulacro de OEA de segunda marca, fue Luis Lacalle, El Compadrito de Borges.
Suficiente y altivo, con muy poco se diferenció para quedarse con las portadas de diarios y encabezamientos televisivos. Al hablar del “club ideológico” de amigos. Plantear que “hay representantes de países que no son democráticos ni respetan los derechos humanos”. Hubiera podido ser Jorge Salcedo en “Hombre de la esquina rosada”.
Pese a los esfuerzos de Bustillo, el Canciller, Lastelle chico no lo soporta a Alberto, El Poeta Impopular. Y es recíproco. “Tu amigo Lacalle” solía reprocharle Alberto a Sergio, El Profesional. Pero igual El Compadrito firmó en el simulacro la precocinada “Declaración de Buenos Aires”. Participó algo apartado de la fotografía del amontonamiento. Suscribió la nominación caribeña del Camarada Ralph Gonsalves.
Mientras tanto Nicolás Maduro, El Colibrí, quedó enredado en la trampera extendida “por la derecha fascista”. Carecía de expectativas. Venía o no. Si venía podía abrazar a Lula casi tanto como lo abrazó Alberto. Pero los compadres expatriados lo iban a maltratar en las calles.
Y la señora Patricia Bullrich, La Montonera del Bien, pretendía retóricamente apresarlo con la DEA. Y si no venía, El Colibrí iba a ser calificado como “cagón”. «Tuvo miedo», dijo Mauricio, El Ángel Exterminador. La fervorosa hinchada de Juntos por el Cambio festejó la ausencia de Maduro. «Un triunfo histórico de la democracia”.
Las negociaciones en México
En Argentina suele ser más redituable protestar contra la “dictadura de Maduro” que interpretar realmente lo que pasa hoy en Venezuela. Patriotas resistentes de la Salamería de Vieytes no tienen en cuenta que la presión extrema contra Maduro no tuvo resultados positivos.
Las amenazas de apresarlo conspiran contra la eficacia relativa de las negociaciones con la fragmentada oposición. Transcurren en México, pero son impulsadas por Noruega. ¿Hacia otro Acuerdo de Oslo? Enfrentamientos naturales de “líderes” opositores. Se pelean. Se acusan de colaboracionistas o corruptos.
Pero bastaron algunos pocos episodios fundamentales para tajear el aislamiento del gobierno bolivariano. La aún no asumida virtual “Guerra Mundial” desatada entre Rusia y Ucrania (pero con el apoyo de la “ferretería” de la Unión Europea y los Estados Unidos). Tanques Leopard que no solo aporta Alemania. También España.
Otro «conflicto inter-europeo», como lo llamaba Ernst Nolte. Se suma Estados Unidos y produce dilemas energéticos que enternecen a Joe Biden, El Abuelo Dulce. Al extremo de autorizar una licencia a Chevron para operar a sus anchas en Venezuela. Dólares más expresivos, en general, que cualquier documento de sensibles solidarios.
Las vueltas del carrusel
Al cambio de Trump por Biden se le suma otro acontecimiento. El cambio de mando en Colombia. La irrupción de Gustavo Petro, El Estadista Convertido, precipitó la reconciliación diplomática de los dos países que fueron uno y comparten 2.220 kilómetros de frontera.
La derrota de Duque acabó con la confrontación y las tensiones de otra “cortina de hierro”, colmada de buracos por donde pasaban migrantes y productos regionales blancos de la región. La apertura favorece el intercambio comercial y amortigua la ceguera política.
Maduro es una pieza fundamental para que avance la programada elaboración de la paz del gobierno de Colombia con el Ejército de Liberación Nacional.
Y de transformar a los grupos guerrilleros en partidos democráticos inquietos, nadie sabe más que Petro. Estadista de consulta obligada en la región.
Pero en Argentina Petro pasó imperdonablemente inadvertido. Como Luis Arce, el presidente de Bolivia, casi ninguneado por la presencia de Evo Morales, Dale tu Mano al Indio. Desprolijas expresiones geopolíticas, derivadas de la afectividad poética de Alberto.
Para completar los cambios: el renacimiento de Highlander en Brasil.
Las negociaciones de México destrabaron la cuestión “humanitaria” de los fondos congelados de Venezuela.
Miles de millones de dólares que son lógicamente sustanciales para la recuperación de su economía. Y para la salida política contemplada en las elecciones de 2024.
Para beneficio de Maduro, los partidos de la oposición se desgajan. Los dirigentes se acusan. Especulación y mezquindades. Por olímpico desconocimiento aquí siguen con entrevistas al “líder” del “gobierno interino”, otro simulacro ya extinguido.
Y el redituable tema de la tragedia de Venezuela se trata como si aún estuviera Trump, Duque, Bolsonaro. O el mismo Mauricio.
El carrusel de la kermesse, transitoriamente, dio otra vuelta.
Simulacro y utilidad
¿Y para qué le sirvió CELAC a Alberto Fernández?
El simulacro -carísimo- le permitió figurar como actor invitado en algún encuentro internacional de poderosos. Tocar luminarias, junto a Santiago Cafiero, El Nietito. Accedió a la presidencia como partenaire de López Obrador y la dejó como partenaire de Lula, fenómeno continental puesto en movimiento.
Lula escala sobre la intrascendencia CELAC para recrear la instrumental UNASUR (Unión de Naciones Suramericanas). Para dejar afuera ya no solamente a Estados Unidos y Canadá. También a México, el gran competidor. A México le interesa exclusivamente lo que pasa en su norte. Infinitamente más que lo que pasa en el sur. Ni siquiera se dignó a trasladarse para comer un “ojo de bife” en Buenos Aires.
Pero México impuso en CELAC al camarada Ralph.
Un emblemático embajador extinto, acreditado en organización multilateral, le aconsejó al político improvisado que estaba muy nervioso. Debía disertar en una Asamblea General de 180 países. Discurso leído, televisado en directo por la nutrida prensa que lo acompañaba:
“Usted tiene un majestuoso escenario en el centro del mundo, ministro. Pero hable para el vecino está a la vuelta de su casa”.
El lustre. Los tradicionales furcios. Los multiplicados abrazos con Lula para una agenda sigilosamente intensa. Factores que le permitieron a Alberto mostrar una cierta emancipación de La Doctora.
La dama probablemente esperó la peregrinación del Highlander veterano, mimado y sofocado.
Pero Lula evitó calzarse, otra vez, la gorrita con la inscripción CFK.
Ya no compra más espejitos. Los vende.
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