Lucio Dupuy, un pequeño niño que perdió la vida en manos de su madre y la novia de la misma. Que fue abusado sexualmente y torturado por ambas. Me genera una turbación ver anestesiada a gran parte de la sociedad ante tan tremendo hecho. Me conmociona tanto que quizás por eso intento poner en palabras mis sentimientos. Me pregunto, les pregunto: ¿qué futuro tiene una sociedad que es indiferente ante el dolor de un hecho tan atroz como éste?
El caso de Lucio trascendió públicamente pero existen muchos otros Lucios, y nada hacemos, o casi nada. Vivimos en una sociedad que se encierra en sí misma, y que no nos permite involucrarnos.
Pareciera que somos ajenos al dolor, al sufrimiento del otro. Tengo la convicción de que somos una sociedad que alienta el fracaso, y ese fracaso es la indiferencia y la falta de empatía. ¿Cómo puede ser que una sociedad que históricamente ha salido a las calles a pedir justicia por tantos temas, no reaccione ante este caso como si acá no hubiera pasado nada?
Trato de encontrar los motivos solamente para entender. Para frenar mi cabeza y no volverme loco. Probablemente por tratarse de un caso que tuvo lugar en la provincia de La Pampa, la lejanía respecto de la Ciudad de Buenos Aires, haga que tenga escasa cobertura; pero sigo sin entender por qué la gente no clama por justicia.
Sin dudas el hecho de ser las autoras del homicidio dos mujeres tendrá algo que ver. Pareciera que manifestarse en contra de la madre y su pareja es estar en contra de la llamada ideología de género. Pero acá estamos ante un crimen, y una serie de perversiones que forman parte del hecho que se está juzgando. Existe el temor a que te señalicen como violento, como contario a los derechos de la mujer. Es una locura, pero algo de esto hay.
¿Hasta cuándo vamos a tolerar el “error judicial”? ¿Hasta cuándo vamos a encubrir a un grupo de jueces que no escuchan, que no dan crédito a las denuncias de los padres? Sin dudas estos funcionarios son una minoría. Pero es tan grande el daño que causan, tan graves las consecuencias de sus malos fallos, que no lo podemos seguir tolerando. Los que tienen que juzgar a los jueces hacen un silencio que ensordece. O peor, encubren.
Tenemos tantos tratados internacionales que “garantizan los derechos de los niños y niñas”, pero son pisoteados. Se han vuelto, nuevamente, letra muerta. Sin dudas somos una soledad empantanada en el fracaso.
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