Felipe González es, sin dudas, el más exquisito encantador de serpientes de la política hablada en español. Quien lo haya escuchado alguna vez, en sus muy bien cotizadas disertaciones en su país o en la Argentina, ha quedado seguramente prendado de sus definiciones y de sus metáforas para transformar en apasionante lo que suele ser aburrido: las batallas por el poder.
Una de sus poesías preferidas es aquella en la que habla de los ex presidentes, esos dirigentes a los que ya les pasó la hora del primerísimo plano pero que son demasiado importantes para quedar al costado del camino. Felipe González es uno de esos especímenes. Y la tribuna aplaude a rabiar cuando, con la gracia española del auto retrato, los define como “jarrones chinos”.
“No quiero intervenir en la política. Los ex presidentes somos como jarrones chinos, grandes, pero en departamentos pequeños. Se supone que tenemos valor, eso está por demostrar, pero donde nos ponen estorbamos. Un jarrón chino estorba, tampoco nos tiran a la basura. Siempre, no obstante, piensan que hay un niño que de un codazo pueda tirarlo al piso”.
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“Donde nos ponen, estorbamos”, repite el socialista sevillano que gobernó el regreso de España a la democracia y al capitalismo durante 13 años. Y vaya si estorbó a los que lo siguieron en el poder. El periodista y dirigente político vasco, Iñaki Anasagasti, asegura que la metáfora de los jarrones chinos fue una ocurrencia del chileno Eduardo Frei, de la que Felipe Gonzalez se habría apropiado sin pagar derechos de autor. Ya es tarde para lágrimas. Cada vez que se hable de los ex presidentes como jarrones chinos, Felipe será la referencia de la historia.
A punto de cumplir cuarenta años, la democracia restaurada de la Argentina sabe bastante de jarrones chinos. El primero de ellos fue Raúl Alfonsín, que perturbó durante años la renovación de la UCR luego de ser presidente. Y el siguiente fue Carlos Menem, quien bloqueó a Eduardo Duhalde como heredero y terminó facilitando la llegada al poder de su antítesis, Néstor Kirchner.
No hay que pagarle una charla a Felipe González para adivinar quienes son los jarrones chinos de este tiempo. Cristina Kirchner es la gran obturadora del peronismo con Sindrome de Estocolmo. Falló cuando quiso encorsetar a Daniel Scioli en las presidenciales de 2015, hasta el punto de hacerle perder las elecciones. Y eligió la peor de las opciones cuatro años después.
Ni siquiera la holgada victoria del Frente de Todos en 2019 logró eclipsar el inmenso fracaso que Alberto Fernández terminaría protagonizando como presidente. Cristina ha perdido el aura de aquellos días cuasi monárquicos de 2011 no solo por la condena a seis años de prisión que acaba de recibir por fraude al Estado en la causa Vialidad. La peor de sus desgracias es que su sola cercanía a cualquier candidato peronista es un certificado de tránsito a la derrota. Ya no podrá repetir el error de Alberto.
Por eso, el jarrón chino frágil en el que se ha convertido Cristina es la mayor amenaza para el proyecto presidencial que Sergio Massa nunca quiere abandonar. Mucho más que la inflación de casi tres dígitos. Mucho más que la pobreza del 50% (sino se cuentan los planes) y mucho más que la presión combinada de la escasez de reservas monetarias y la suba inquietante del dólar.
Hay que reconocerle a Massa su habilidad de conductor suicida. Anuncia la recompra de más de 1.000 millones de dólares de la deuda externa, hablando de “una ventana de oportunidad” que deberían aprovechar las empresas argentinas, y logra que suban los bonos en el exterior y baje el riesgo país. El problema es que, al mismo tiempo, tiene que mostrarle a Cristina que él también puede ser nacional y popular metiendo a Pablo Moyano y a un par de emprendedores piqueteros a meterle presión a los supermercados. Que el jarrón chino no se rompa, ni se enoje.
En los últimos días de diciembre, Cristina extrajo de su caja de sorpresas la bandera de la proscripción. No la creyeron ni sus fanáticos religiosos. Y mucho menos la mayor parte de la sociedad. Todos saben que la Vicepresidenta no irá presa nunca porque en febrero cumplirá 70 años, y que podría ser candidata sin problemas porque la condena no estará firme para la fecha de las elecciones. Su problema sigue siendo la imagen negativa tan alta y la certeza de que no podría ganar las elecciones.
Por eso, se mete en el living de Sergio Massa. Hace tiempo que abandonó la idea de convertir a Alberto Fernández en un instrumento eficaz de sus pretensiones. Ahora quiere influir en el GPS del ministro de Economía. Sin darse cuenta que, cuanto más cerca aparezca y cuánto más lo apoyen La Cámpora y los Moyano de turno, menos chances tendrá Massa de volverse competitivo. El jarrón chino de Cristina es un enigma para todo el peronismo.
El misterio del bosque de Cumelén
Un fenómeno sísmico parecido amenaza a Juntos por el Cambio. Con circunstancias diferentes a las de Cristina, también Mauricio Macri representa para la oposición un dilema muy complejo de resolver. El ex presidente ha montado su estructura de jarrón chino en el bosque de Cumelén, un refugio de coníferas que se ha convertido en el misterio político de la Patagonia. Allí está pasando el verano Macri, en una especie de Puerta de Hierro por la que pueden desfilar sus posibles herederos o el Emir de Qatar.
El problema no es que Macri les diga a Horacio Rodríguez Larreta o a Patricia Bullrich que no tiene interés en volver a ser candidato a presidente. El problema es que no le creen. Porque las señales que emite Macri cuando los dos presidenciables se descuidan un minuto son las de un dirigente que se prepara para competir. Su segundo libro, sus actos políticos como el del Mar del Plata la semana pasada o sus charlas privadas con muchos empresarios y economistas son las de alguien que mantiene una obsesión: la del regreso. El peligro máximo de un jarrón chino.
Macri y Rodríguez Larreta han tenido la prudencia de no hacer público el contenido de las charlas que mantuvieron en Cumelén durante la primera semana de enero. Pero las certezas, o la falta de ellas, han convencido al Jefe de Gobierno que debe acelerar su campaña para pasar de administrador eficaz de la Ciudad a dirigente en condiciones de gobernar un país. Su foto Beatle en Mar del Plata o su chambergo onda Chaqueño Palavecino son aprontes marketineros que necesitan convertirse con urgencia en una propuesta mucho más sólida para un país en crisis.
Algo parecido le sucede a Patricia Bullrich. La mujer que fue ministra de Seguridad de Macri no confía en la bendición de quien fue su jefe. Ni cree que esa condición sea necesaria para obtener la postulación presidencial de la oposición. Ella también pasará este lunes por el bosque de Cumelén, pero su mirada está enfocada en una interna contra Larreta con acompañantes de la UCR. “Los dirigentes macristas están casi todos con nosotros”, se confían en el equipo de Patricia. Pero, por las dudas, Bullrich ha visitado a empresarios grandes y pymes para recaudar sus propios fondos de campaña. Dicen que ya tienen el dinero necesario para las PASO. Después, si ganan, el resto vendrá solo.
Macri, hay que reconocerlo, tiene en Larreta y en Bullrich dos herederos competitivos. Cristina hoy no puede decir lo mismo. Ni su hijo Máximo Kirchner ni Wado de Pedro lo son, y Axel Kicillof es la única apuesta para tratar de retener como sea la caja bonaerense. El ex presidente transformó un partido vecinal (el PRO) en una opción de gobierno nacional cuando construyó la coalición Juntos por el Cambio junto a los radicales y Elisa Carrió.
En estos largos días de verano en Cumelén, Macri consulta las encuestas y evalúa los consejos de sus mejores amigos. Muchos le juran que tiene chances de ganar. Los sondeos no son tan convincentes. Mientras juega con los nervios de Larreta, de Bullrrich e incluso con los de María Eugenia Vidal y de otros dirigentes expectantes, hace pedidos que causan el asombro de sus visitantes. Como el de que Germán Garavano vuelva a ser ministro de Justicia, si alguno de los presidenciables triunfa. No fue el área judicial, precisamente, un territorio de victorias.
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Hay una frase que Macri repite y que sus aspirantes a herederos toman como un síntoma de madurez. “Horacio o Patricia necesitan ganar una interna”, ha dicho el ex presidente, quien siempre recuerda el efecto positivo que tuvo en 2015 la elección entre Rodríguez Larreta y Gabriela Michetti para alinear los planetas en el PRO y seguir gobernando la Ciudad. Todos creen en la coalición opositora, los radicales también, que el mayor error sería imitar el traspié de Cristina creando otro Alberto. Un presidente débil, dependiente y sin poder de decisión propio.
No queda mucho tiempo por delante. Pronto se sabrá quienes son los candidatos a presidente y si los jarrones chinos como Cristina y Macri deciden contribuir desde la periferia influyente, o ser protagonistas directos exponiéndose a estallar en mil pedazos.
El sector político que resuelva mejor este dilema, será el que va estar gobernando en la Casa Rosada el próximo 10 de diciembre.
Además de su fantástica teoría (sea propia o compartida) sobre los ex presidentes como jarrones chinos, Felipe González suele describir con precisión lacerante los vaivenes que sufre la Argentina. Así lo hizo en la entrevista que le dio en Madrid a la corresponsal de Clarín, Marina Artusa, en mayo del año pasado, para hablar sobre todo de la cruenta invasión rusa a Ucrania.
“Me da pena decirlo, pero hay un componente irracional porque yo quiero mucho a Argentina: sigo pensando que es un país que con diez años de buen gobierno cambia su destino histórico. Esa es la gran ventaja de Argentina. Y esa también es su fragilidad”.
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