Comienza un año electoral clave en lo estructural y desanclado en la coyuntura

El Gobierno eligió varias “anclas” para bajar la inflación 1 punto cada 75 días. Sin embargo, todas se muestran bastante débiles para cumplir con el ambicioso objetivo planteado

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el ministro de Economía, Sergio
el ministro de Economía, Sergio Massa, y el presidente Alberto Fernández en la Casa Rosada

Empiezo con un cuentito.

Un alpinista resbala en la montaña y cae por un precipicio de mil metros de profundidad. En la caída, se engancha con una rama que sobresale en la ladera y queda colgando. Desesperado, ante tan dramática situación, mira hacia arriba y reza: “Por favor, Dios, ayúdame”. De pronto, se escucha una voz desde el cielo que le dice: “Si tienes fe, suéltate”. El hombre mira hacia la profundidad del valle, y vuelve a gritar “¿Hay alguien más ahí arriba?”.

Está arrancando en la Argentina un año electoral. Y, como va quedando claro en estos días de debacle institucional, no se trata de un proceso eleccionario más.

Y al igual que en gran parte del planeta, la sociedad argentina se siente hoy como el alpinista del cuento, agarrada de una rama, colgando del precipicio y dudando de su fe en la clase política entre la que tendrá que elegir a los nuevos (o renovarle a los actuales) liderazgos.

Pero el problema de fondo no es solo la crisis de los liderazgos políticos, al final del día abunda en el país gente honesta y capaz, en condiciones de tomar la posta.

La cuestión más compleja es que estos nuevos liderazgos están obligados, para tener éxito, a promover reformas institucionales que permitan generar incentivos, premios y castigos creíbles en el tiempo, para que las elites dirigentes empresarias y sindicales, los verdaderos protagonistas del crecimiento del país, asuman, finalmente, el papel transformador que les corresponde.

Todo esto en un escenario en dónde un intento de cambio de régimen como el que se necesita luce hoy bloqueado por el “derecho de veto” que poseen, precisamente, aquéllos que tienen que ceder, al menos en parte, su estatus actual.

Hasta aquí el gran problema estructural en el que estamos inmersos y que se combina con una coyuntura prelectoral muy compleja.

Y esa coyuntura compleja está dominada, como muestran todas las encuestas de opinión, por la preocupación que genera una tasa de inflación, que coquetea, peligrosamente, con el 100% anual.

En este sentido, el Gobierno se ha planteado el objetivo de “reducir en un punto porcentual la tasa de inflación cada 75 días” (textual). Lo que llevaría, en una proyección lineal, a que la tasa de inflación del mes de octubre, previo a la eventual segunda vuelta electoral, se sitúe en el 1,1% mensual, partiendo del 5,1% del mes de diciembre pasado.

Por supuesto que estoy exagerando el argumento, simplemente para que se entienda lo curioso de la “meta de inflación” propuesta, pero lo cierto es que el ministro Sergio Massa, quizás por ser abogado, ha violado una de las recomendaciones básicas de la OMS para los economistas profesionales que hacemos proyecciones: “Nunca dar un número y una fecha, simultáneamente”.

Retomo en serio. Todo plan de desinflación que se precie necesita definir al menos un ancla nominal.

El Gobierno ha elegido, como anclas nominales, la desindexación del aumento del tipo de cambio oficial. Los acuerdos de precios en algunos rubros determinados –a cambio de satisfacer, a precio oficial, la demanda de dólares de las empresas que están dentro del programa-. Sumando también el intento de que los gremios más importantes acuerden aumentos salariales, durante el primer semestre, a la tasa de inflación prevista en el presupuesto -60% anual- bajo el compromiso de revisión a mediados de año.

Reunión para congelar los precios
Reunión para congelar los precios de la indumentaria en la Secretaría de Comercio Interior

Es decir, varias anclas, pero que, en principio, se muestran bastante débiles para cumplir con el relativamente ambicioso objetivo planteado.

Aumentar la variación diaria del precio del dólar oficial por debajo de la tasa de devaluación esperada es una tentación habitual en la que caen los gobiernos que quieren bajar la tasa de inflación, dado que, obviamente, el precio del dólar es un insumo clave en la formación de precios en nuestro país.

Sin embargo, para que dicho ancla funcione de manera creíble, el precio del tipo de cambio oficial no tiene que estar groseramente atrasado, y/o el Banco Central poseer reservas suficientes para sostenerlo.

Como saben, ninguna de estas alternativas está hoy disponible.

El índice del tipo de cambio real, que calcula el Banco Central, en base a la evolución del precio del dólar y las tasas de inflación de la Argentina y los Estados Unidos muestra una caída del 25%, respecto de finales del 2019.

Por otra parte, el stock de reservas netas del Banco Central es muy bajo y el futuro se presenta negativo, teniendo en cuenta la estimación de caída de ingresos por la exportación de la agroindustria, dada la menor oferta provocada por la sequía. En este contexto, sumado a las restricciones y el racionamiento de dólares a los importadores, muchos precios de la economía se empiezan a regir más por la cotización de los dólares libres que por el valor del dólar oficial. Y esta cotización depende de la emisión de pesos y de la caída de la demanda de dinero que precisamente genera la inflación. Y como la emisión de pesos, sea para financiar indirectamente al Tesoro, sea para comprar los bonos de la deuda interna que el sector privado no está dispuesto a renovar, más allá del muy corto plazo, sea para comprar “dólares soja” o los que se inventen este año, sea para pagar los intereses de las leliqs que no se terminan absorber, definen una inflación macroeconómica que “viaja” a un ritmo del 80% anual, mientras la demanda de dinero sigue cayendo, la probabilidad de que la brecha se comprima lo suficiente y los tipos de cambio oficial o libres, funcionen como ancla resulta muy baja, por no decir nula.

En cuanto a los acuerdos de precios, estos no abarcan todos los precios de la economía y, otra vez, están sujetos al abastecimiento de dólares que prometió el gobierno. Promesa que no se sabe, a ciencia cierta si podrá cumplir.

Por último, los acuerdos salariales con ajustes del 60% anual y revisión semestral, si es que efectivamente pudieran generalizarse, difícilmente sirvan de ancla en un año electoral en dónde, como en el último trimestre del año pasado, el gobierno terminará alentando, bonos, y reajustes que den la ilusión de recuperación del salario real, al momento de votar.

Banco Central de la República
Banco Central de la República Argentina

A este panorama hay que agregarle los incrementos ya pautados en precios regulados.

Por ahora, el único ancla potente que está teniendo la tasa de inflación es la sequía que obliga a vender las vaquitas y abarata el precio de la carne y el propio freno a la actividad económica, derivado de la falta de dólares suficientes para una producción normal.

Paradójicamente, si pese a todo se tuviera éxito en la desaceleración de la tasa de inflación, empeoraría la situación fiscal, puesto que los gastos están, en alguna medida, indexados a la inflación pasada, mientras los ingresos se ajustan mayoritariamente por la inflación presente. Y ese deterioro fiscal, también pegaría sobre la situación monetaria, conspirando contra una estabilización duradera a lo largo del año y también metería ruido en el acuerdo light con el FMI.

Como puede apreciarse, lograr un año electoral con baja de la tasa de inflación y mayor nivel de actividad parece ser más tarea de Tom Cruise que del ministro Massa.

Con todo esto, el escenario más probable es el de una inflación parecida a la del 2022 y un nivel de actividad menor. Aunque no se le puede asignar probabilidad cero a un escenario más traumático.

Volviendo al tema estructural de comienzos de esta nota, la coyuntura parece estar elevando las probabilidades de que el próximo liderazgo que se elija se encuentre en el conjunto de precandidatos de la oposición.

La sociedad argentina entonces, sabiendo que, afortunadamente, no “hay nadie más, allá arriba” como alternativa, tendrá que aceptar que, con justificadas dudas, y debilitada fe, el único camino que queda es “soltarse de la rama” y probar.

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