El año 1969 fue un año de emociones fuertes. El hombre llegó a la Luna y se separaron los Beatles. La banda musical que lideró la revolución de la cultura pop grabó el que iba a ser su último álbum en los estudios de EMI, que la discográfica tenía sobre el 3 de la calle Abbey Road en Londres. La mala onda que había entre los cuatro de Liverpool no les impidió hacer un disco excepcional.
Abrió la grabación John Lennon con “Come Together”. George Harrison comprobó que podía ser un solista deslumbrante con “Something” y “Here comes the sun”. Y Paul Mc Cartney avisó que su carrera no se detendría jamás al cantar “Oh Darling” y la emocionante “Golden Slumbers”, que crecería con el tiempo. Hasta Ringo Starr se lució con “Octopus Garden”. Sin embargo, tanto derroche de música debió competir con la foto de portada.
Los cuatro Beatles cruzando la cebra de la calle Abbey Road se convirtió en una imagen icónica, que imitaron otros músicos, futbolistas, astronautas y millones de turistas que se fotografían para que el tour por Londres los haga soñar con la inmortalidad.
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Lo que jamás imaginaron los Beatles es que, en pleno enero en la Argentina, un grupo de dirigentes políticos iba a imitar la imagen de Abbey Road para insuflarle un poco de onda a la campaña electoral. No había cebra para cruzar la esquina pero Horacio Rodríguez Larreta, Gerardo Morales, Martín Lousteau y Diego Santilli recrearon la tapa del disco en una calle de Mar del Plata mientras se dirigían hacia el hotel Costa Galana. Allí aguardaban los equipos técnicos del PRO y de la UCR. Como era de esperar, la foto se viralizó en pocas horas y encendió la hoguera interna.
Al Jefe de Gobierno porteño lo acusaron de banalizar la campaña en plena polémica por los chats hackeados al ministro de Seguridad y Justicia, Marcelo DÁlessandro, ahora de licencia por tres meses. Morales y Lousteau recibieron la metralla de los adversarios radicales y, en el colmo del minimalismo internista, los criticaban por ubicarse en la foto detrás de Rodríguez Larreta.
“El Pelado salió en el lugar de John Lennon”, acusaba un radical furioso con Morales, pero no tan enojado como para hacerlo on the récord. La comparación con Abbey Road la disparó Santilli y el encargado de armar la puesta en escena fue el fotógrafo de Lousteau. Todo se construyó en pocos minutos. Con la velocidad de las redes, la conversación se llenó de memes, de insultos y de justificaciones. Si la idea era provocar, el objetivo se cumplió.
La imagen ya superó los cinco millones de visualizaciones y ese solo dato estadístico lo conformó a Rodríguez Larreta. Tampoco los disgustó a Morales y a Lousteau. En menos de un año, se sabrá si la fotografía puede computarse como un acierto o como un desastre de campaña. La victoria puede convertir cualquier chapuza en genialidad. Lo cierto es que el Jefe de Gobierno busca desde hace tiempo ablandar su imagen de político demasiado tradicional y mejorar su llegada a los jóvenes.
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En su paso por Mar del Plata, Pinamar y Villa Gessell se mostró jugando al pádel, vendiendo panchos y haciendo equilibrio (poco) sobre una tabla de surf. También se llevó algunos insultos en una playa de una pareja identificada con el kirchnerismo. Las próximas paradas serán La Pampa y las ciudades cordobesas. No va a ser nada fácil para los candidatos acercarse a los votantes.
Lejos de la Beatlemanía, Rodríguez Larreta y Morales hace tiempo que vienen hablando y ha recobrado fuerza la idea de una fórmula combinada. El porteño siempre ha sido partidario de que en las PASO se enfrenten dos o más fórmulas integradas por candidatos del PRO y de la UCR. El problema es el orden de esos binomios. A Facundo Manes, por ejemplo, la idea no le hace la más mínima gracia. Prefiere que lo acompañe un peronista.
Patricia mira a Sanz, y Macri a Losada
Aunque se ha tomado unos días de vacaciones con los nietos en Brasil, Patricia Bullrich también le pondrá velocidad a su gira de campaña a partir de la semana próxima. La presidenta del PRO ha decidido no hacer las playas como sus adversarios internos y se concentrará en giras por el interior del país. Quiere estar presente en Cosquín Rock y en varios de los festivales folclóricos de verano que habrá en Córdoba. También se verá en la cancha como resulta su relación con los posibles votantes. Con su estilo frontal sabe que le esperan riesgos: la ex ministra de Seguridad tiene sus fans incondicionales y otros que le guardan rencor.
El equipo de Bullrich prepara un vehículo “Motor Home” para las recorridas de campaña por el país. Ella misma lo ha bautizado el “Patomóvil”, en una metáfora que recuerda al “Menemóvil” que inmortalizó Carlos Menem en su campaña presidencial de 1989.
Contra lo que podría esperarse, la comparación no le disgusta. Varios de sus aliados políticos la han escuchado contraponer la interna de Juntos por el Cambio con la del peronismo a fines de los ‘80. “Horacio es Cafiero (Antonio) y yo soy Menem”, le gusta decir a Patricia. Ella intenta emparentar a Rodríguez Larreta con el aparato cafierista y se ubica, claro está, del lado de quien fue el ganador de aquella interna presidencial, y luego presidente.
Como Rodríguez Larreta, a Bullrich también le gustaría armar una fórmula combinada con un radical. De hecho, venía teniendo charlas permanentes con el senador Alfredo Cornejo. Pero las cosas se han enfriado entre ellos. La ex ministra cree que el senador radical terminará volviendo a Mendoza para recuperar la Gobernación. Por eso, comenzó a conversar seguido con otro radical, y también mendocino: el ex senador Ernesto Sanz.
En 2015, Sanz fue el candidato presidencial de la UCR al que derrotó Mauricio Macri antes de llegar a la Casa Rosada. El ex presidente siempre le tuvo gran estima y lo convocó para que fuera ministro de Justicia de su gobierno, pero el dirigente radical adujo razones personales para no asumir el cargo. Lo cierto es que sus diálogos con Bullrich han sorprendido tanto en el radicalismo como en el PRO. El verano electoral da para todo.
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En la volcánica interna de Juntos por el Cambio hay que anotar, por supuesto, a Macri. El ex presidente volvió de Qatar y se instaló en su casa del Country de Cumelén, un paraíso de bosque muy cerca de Villa La Angostura. Allí se reunió con Rodríguez Larreta y nunca dejó en claro si va a participar o no de la interna presidencial opositora. El suele decir que está más para ejercer un rol doctrinario en un próximo gobierno de Cambiemos, pero cuando se reúne con empresarios y economistas hace preguntas de candidato. Hay quien jura que, medio en broma, medio en serio, ya le ofreció (y dos veces) la posibilidad de acompañarlo en un binomio presidencial a la senadora Carolina Losada. El viento de las fórmulas combinadas también sopla en la Patagonia.
Mientras el kirchnerismo se replantea el futuro electoral y espera una definición de Cristina Kirchner, los nombres de Sergio Massa (a la cabeza), de Juan Manzur, de Daniel Scioli o de Jorge Capitanich suenan como posibles variantes para una elección que será tremendamente complicada para el oficialismo.
Nadie piensa seriamente que Alberto Fernández tenga algún margen, como él les dice a sus amigos, para pelear por la posibilidad de la reelección. Además del karma que le vuelve a Cristina por la pésima administración que comparten, está la dificultad cada vez más notoria del Presidente para desplazarse por las calles de la Argentina sin ser abucheado o insultado.
Esta semana sufrió una de esas bienvenidas en Miramar, cuando se desplazaba en una camioneta de vidrios polarizados junto a su comitiva. Y luego le sucedió otro incidente en el distrito bonaerense de Los Cardales, adonde concurrió a inaugurar un hospital modular. Un vecino de la zona lo increpó a los gritos para el uso de agroquímicos. “Tenemos que escucharnos; no gritarnos”, le respondió Alberto Fernández en su discurso. Respuesta extraña para un presidente que ha utilizado el recurso de los gritos cada vez que pudo para criticar a sus enemigos.
Tras un Síndrome de Estocolmo que ya lleva dos décadas, el peronismo ha emitido esta semana un pequeño estertor de despegue del abrazo asfixiante del kirchnerismo. El gobernador de Córdoba, Juan Schiaretti, y el ex de Salta, Juan Manuel Urtubey, anunciaron que competirán en las PASO para definir una candidatura presidencial que alumbre algo parecido a una renovación. Los dos mantienen buen diálogo con la oposición.
Massa en 2013, y Urtubey (junto a Roberto Lavagna) en 2019, lo intentaron pero sin éxito a través del tiempo. Cristina siempre consiguió neutralizarlos, a veces con herramientas políticas y a veces simplemente con el miedo que les imponía a los barones del movimiento al que con Néstor descalificaban llamándolo “pejotismo”. Hasta ahora, no hubo cura para el síndrome.
Debe haber pocas utopías más inalcanzables que la de entusiasmar a una sociedad que debe enfrentarse a casi el 100% de inflación anual, al 50% de pobreza y a un dólar que juega en la frontera de los 360 pesos. Los argentinos afortunados que todavía cuentan con algún ahorro huyen a las playas, a los ríos y lagos del interior del país, y a las montañas para escapar de la realidad y de los dirigentes políticos. Pero el año electoral no perdona. Y quienes creen que pueden ser candidatos, los van a perseguir hasta el último rincón. Por ahora, no hay lugar donde esconderse.
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