“Son perversos, no psicópatas”, el análisis que una psicóloga hace de los rugbiers

Lejos de sentirse conmovidos por las súplicas de Fernando Báez Sosa, su presa acorralada, gozaban más y más con su sufrimiento. “El perverso siente placer al hacer daño”, explica la especialista Elvecia Trigo

Una imagen de los rugbiers a cara descubierta en la sexta jornada del juicio por el asesinato de Fernando Baéz Sosa

Mataron a sangre fría a Fernando Báez Sosa. Y al golpearlo sintieron placer de lo que estaban haciendo. Lo hicieron a la vista de todos, en aquella madrugada fatídica de Villa Gesell en la puerta del boliche Le Brique.

Muchos de los presentes, atónitos, quedaron inmovilizados frente a tanto horror.

En tiempos de pantallas, los imputados grabaron en video lo que ocurría: una de las imágenes más reveladoras que se conocieron salió del teléfono de uno de los imputados. Ahí toda la ciudadanía pudo presenciar la saña con la que iban destrozando el frágil cuerpo de Fernando ¿Por qué grabarían ellos mismos la golpiza a su víctima?

Por placer, para regodearse, porque ellos son su propia ley, pensaron que nada podía pasarles…

Estas son sólo algunas de las características de la personalidad del perverso y la vamos observando en la conducta y actos de estos ocho imputados.

Desde mi mirada como Psicóloga Clinica/ Psicoanalista, habiendo estudiado Perversión en Piera Auglanier y Marie France Hirigoyen, este sería el diagnóstico para los imputados. Y es importante para la sociedad entender la relevancia de esta definición ahora que el juicio está en marcha y se conocen más detalles de ese 18 de enero de 2020.

Estos sujetos funcionan a pura descarga tanática y destrucción del otro, a puro sadismo pulsional.

“A este negro me lo llevo de trofeo”, dijo Máximo Thomsen, según la declaración de una testigo. El perverso siente placer de hacer daño, de humillar. Cuánto más indefensa esté su víctima más goza con su sufrimiento e indefensión. Es lo que aparentemente hicieron los imputados.

Los rugbiers eran más en cantidad que Fernando Báez Sosa y sus amigos. También eran más corpulentos. Y sabían de su potencial físico superior. Lo sabían, entre otras cosas, porque no era la primera pelea que tenían, según aseguran en la ciudad de Zárate. Aún sabiendo su superioridad absoluta, decidieron atacar. Lo hicieron en una masa cosificada por el líder perverso, armando una barrera infranqueable. Y aunque la pelea era contra varios, fueron todos juntos, de forma sorpresiva y cobarde contra uno sólo.

Las súplicas de Fernando posiblemente no los iba a conmover, por el contrario: más y más gozaban con el sufrimiento de su presa acorralada (Ezequiel Acuña)

“Fue una emboscada”. Así lo definieron los amigos del joven fallecido. Por la autopsia sabemos que tenía el cráneo destrozado y su tórax con hemorragias internas múltiples. Si esto no es ensañarse con un cuerpo indefenso ¿la violencia en grados superlativos donde está?

Las súplicas de Fernando posiblemente no los iba a conmover, por el contrario: más y más gozaban con el sufrimiento de su presa acorralada, por eso yo los defino no como psicópatas sino como perversos asesinos y muy muy peligrosos para la sociedad.

Se preguntarán ustedes qué es un perverso. Alguien que no tiene ley. Que no internalizó la castración. O sea que no aprendió el no, que no todo se puede hacer. Estar barrado, dice Lacan. No ha adquirido límites en su vida, no ha internalizado el aprender a sostener la frustración y la postergación del deseo. No ha armado diques para frenar la descarga destructiva. Tampoco pudo internalizar la corriente tierna del lado de los padres, tutores o personas que lo criaran y educaran. No está apto para convivir en sociedad. No puede ver al otro como alguien diferente a él, no empatiza con el semejante porque no reconoce al semejante. Lo único que lo complace al perverso es llevar a cabo sus deseos arbitrarios y sádicos, impera el principio del placer sobre el principio de realidad.

En su construcción identitaria, vivió la exclusión o el rechazo del Otro, figuras necesarias para la construcción de su subjetividad, con el que debía identificarse, con sus ideales, percepciones y emblemas. Esto fracasó, falló, apareciendo una profunda angustia oral/primaria, confusional y primó la omnipotencia. “Yo puedo hacer lo que se me da la gana”.

El perverso se defiende de esa angustia desorganizante y que podría llevarlo a la psicosis actuando sobre el otro, fascinándolo, atrayendo su consentimiento, pervirtiéndolo de manera de tener la prueba de su poder, que refiere al absolutismo de un deseo arbitrario.

El perverso suele adoptar una voz fría, insulsa y monocorde. Es una voz sin tonalidad afectiva, que hiela e inquieta y por la que se asoman, a través de las palabras más anodinas, el desprecio y la burla. Las palabras son lo de menos, lo que importa es el tono.

Suele producir confusión en el interlocutor, utilizando el silencio en beneficio propio que en este juicio, sería exactamente lo contrario porque “el que calla otorga” sería el refrán.

Busca abuso de poder directo y goza con la angustia del otro (Fernando)

Intenta inyectar su propia maldad en su víctima “Pablo Ventura”, al culparlo ante la policía de ser el dueño de las zapatillas con sangre.

Alcanza su máximo placer cuando consigue que su víctima se vuelva también destructora, o cuando logra que varios individuos se aniquilen entre sí o se suiciden. El pacto de silencio o estrategia ¿no mostraría la conducta destructiva para el conjunto de los imputados?

Toda perversión implica una transgresión de la ley: Violación de la ley sexual, social y ética.

Lo que confiere al perverso esa especie de tranquila seguridad que le permite atravesar las vicisitudes del deseo y de la angustia, es la certeza de que el dominio que es propio quedará inexplorado, inaccesible para el profano.

Esta patología es muy difícil de comprender e inexplicable para la mayoría de los ciudadanos, porque es complejo e inimaginable escuchar y ver tanta maldad en los actos de un perverso.

Elvecia Trigo (M. 5442) es psicóloga, especialista en psicoanálisis de niños y adolescentesy pertenece a la EAPG, la Escuela Argentina de Psicoterapia para Graduados.

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