Se enredaban en una historia casual. Pero le salía cara a él. El enredo terminaba atrapándolo como una planta carnívora que convoca y devora. Los rulos que tenía Glenn Close en “Atracción fatal” eran una selva en donde los jadeos se amotinaban como una trampa. Ella terminaba hirviendo el conejo de su hija, en su casa, de modo amenazante. O te quedas conmigo o no vas a recuperar la paz familiar.
La hierve conejos se volvió un paradigma de la mujer que (hoy se mal llamaría tóxica) y que puede resultar atractiva a la mirada masculina, pero termina siendo fatal o causando fatalidades a los varones. Ellos siempre son víctimas en la historia original (desde el relato del pecado original en donde Eva arruina el paraíso del desparrado de Adán) y en la remake. La diferencia es que antes la villana era la amante y ahora es la esposa o la renombrada madre de sus hijos. La atracción fatal Siglo XXI es la que une a la madre de los hijos con el padre al que llama a no desaparecer.
El motor de Atracción Fatal no fue un rapto de inspiración, sino una puesta en escena para convencer a los varones que sus aventuras eran un mal innecesario y que mejor se queden en su casa, con su esposa y sus criaturas. El libreto también le hablaba a las profesionales para que dejen los libros y vuelvan a la cocina, si no querían entrar para hervir conejos.
La verdad fatal del guión de Hollywood era que las mujeres independientes, que se habían hecho las liberadas (en realidad, en esa época, eran bien llamadas liberales) y que no necesitaban ser señoras y madres para ser felices, tenían envidia de las damas a la vieja usanza y terminaban enloqueciendo con tal de ocupar el lugar de amada y no de amante.
Las modernas terminaban siendo desquiciadas, que primero se metían en la cama pero después entraban por la ventana y armaban un hervidero como buenas brujas con calderos de fuego arrasando con la felicidad mansa a su alrededor. En el pre Me Too las mujeres eran mostradas como impostoras de ideas que no podían sostener con una conducta racional y adecuada al lugar que habían peleado para lograr: si querían independencia ahora que no pidan nada.
“En el cine el personaje de la soltera demoníaca más emblemática de los años 80 sigue siendo el de Alex Forrest -interpretada por Glenn Close- en Atracción Fatal de Adrian Lyne. Michael Douglas encarna a Dan Gallagher, un abogado que, en un momento de debilidad, cuando su esposa e hija se ausentan por dos días, cede a los avances de una editora sexy con la que se cruzó en ocasión de una velada social. Pasan un fin de semana tórrido pero, cuando él quiere irse dejándola nuevamente sola en su loft triste y vacío, ella se aferra a él y se corta las venas para retenerlo”, describe la periodista y escritora francesa Mona Cholett en el libro Brujas, editado en Argentina, por Hekht.
La idea es que la amante que se hace la liberal, en realidad, quiere casarse y tener hijos, que las que luchan por el aborto, finalmente, no quieren abortar y que las que se hacían las dependientes son unas rompe-hogares. Cholet cuenta que en la trama original de la película la esposa era maestra pero terminaron eligiendo que sea ama de casa para que el modelo sea más conservador. Además, en el primer guión, ella se suicidaba pero la corrección terminó con la resentida asesinada porque los focus group de espectadores que vieron la película para medir el impacto social no solo pedía sangre, sino venganza con la loba suelta.
Por supuesto, el director, Adrian Lyne, frente a las críticas posteriores al mensaje fatal de lo locas que se vuelven las mujeres que dicen querer ser independientes, se proclamó feminista. Pero lo filmado queda como estigma social a cualquiera que demande o que diga tanto que, para la regla social, o los medios imperantes, se descontrole. “La profesional emancipada y segura de sí misma deja caer la máscara revelando una criatura miserable que languidece a la espera del salvador susceptible de hacerla acceder al rango de madre y compañía”, describe Mona Chollet.
Alerta spoiler de un alerta para las mujeres independientes: “La película termina cuando la esposa mata a la amante en el baño de la casa familiar donde ella se había logrado meter”, escenifica Chollet. La amante patética e inquietante asesina al conejo de la niña y lo hierve en una cacerola en una escena que se convierte en un mito del cine moderno: el peligro de las señoras a las que les hierve algo más que la sangre.
Moraleja: la nueva moral ya no es que los varones se queden en su casa y se subordinen al rol del marido antes que endemoniarse con amantes. Lo interesantes es que la moral puede cambiar. Los hombres también. No es cierto que los varones no se pueden adaptar al avance de las mujeres. Es todo lo contrario, la moral cambia, los hombres también. Lo que no cambia es el machismo.
Las malas, las dementes, las desquiciadas, son siempre las mujeres. Pero ahora los varones la pasan mejor y les cuesta menos. Tienen esposa que los contiene o los ayuda a crecer, conciben hijos, se separan y la nueva loca es la ex, un clásico sí, pero reversionada, en la despechada descontrolada. Ya no le preguntan a los varones porque no se quedan en su casa, sino a las mujeres porque no soportan pasarse la noche bajando la fiebre y conteniendo los terrores nocturnos sin reclamarle a él que se vaya de fiesta o que duerma sin interrupciones.
Antes a un jugador de fútbol le costaba puntos en su performance deportiva ser un fiestero, ser infiel o ser un (viejo apelativo) tiro al aire. Y a un presidente, gobernador, senador o intendente, le costaba la carrera o mantener una doble vida con un matrimonio ficticio para lograr la banda presidencial no ser fiel. Hoy ya no cuesta. Nadie les exige la moral de un matrimonio para toda la vida a los candidatos o funcionarios. Y, al contrario, si la ex se queja, chilla, postea o llora, es una despechada, fea, gorda, quejosa o mal agradecida.
Los varones con poder o dinero se han llevado la mejor parte de los cambios sexuales generados por el feminismo. Muchos se declaran machistas o neutrales en un juego de políticas sexuales. Pero los machos de antaño les dirían que así el machismo es fácil: con derechos y sin obligaciones. Ellos pueden quedarse en casa o salir; estar con la de siempre o una nueva; casarse mil veces y tener familias ensambladas; ser infieles o dejar de dormir con sus hijas e hijos, que la sociedad no les baja el pulgar ni la opinión pública un punto en las encuestas.
Los ejemplos son muchos, pero por enumerar, a Diego Santilli le parece una bobada la compra de gel íntimo para prevenir los embarazos no deseados y las infecciones de transmisión sexual. Pero él se separó de la periodista Nancy Pazos y su imagen no se vio afectada. Al contrario, la atacada fue ella, al contrario del engranaje clásico de la antigua lógica política. La hierve conejo, como estigma pública, no fue la nueva, sino la vieja. Y él ni siquiera es un abanderado de la liberación sexual masculina, sino que su discurso se puede basar, incluso, en la ridiculización de la democratización de los recursos para gozar la sexualidad que él mismo disfruta.
En la Provincia de Buenos Aires el 66,5% de los padres separados no cumple con la obligación alimentaria de mantener a sus hijos e hijas y si lo hacen es solo eventualmente o a piacere. El resto lo hace de manera escasa. Y apenas 1 de cada 10 varones que no viven, acuestan y bañan o cenan con sus crianzas todas las noches los sostiene económicamente de manera real y efectiva, según un monitoreo del Ministerio de Mujeres, Géneros y Diversidad de la Provincia de Buenos Aires. La conclusión es que los varones hoy se sacaron el peso de encima de tener que ser infelices por siempre con una mujer a la que no aman o no disfrutan. También se desligaron del rol del proveedor. Se sacaron un peso pero no quieren poner ni un peso. Glup.
Los hombres se deconstruyeron de los mandatos del machismo que no les gustaba pero se reconstruyeron en los que les quedan más cómodos o los hace vivir más cómodos. Se liberaron más ellos que ellas. No tienen que ser proveedores ni conservadores. Tanto que -sin que la única función paterna tenga que ser similar a un cajero de banco o a un hombre de familia (mandatos estigmatizados en un mármol rancio) ya se desligaron de la capacidad de protección razonable (si se separan con una esposa embarazada o bebés recién nacidos) y de una responsabilidad legal de manutención que garantice la alimentación, salud y educación. No mandatos, pero sí manutención. Tampoco se liberen tanto y solo para lo que les conviene.
Es cierto, ni el mercado ni las mujeres soportaron no trabajar. Ojo: tampoco los maridos. Y si no lo hicieron los norteamericanos, menos, los argentinos acorralados por 100% de inflación. No es que quieren que ellas se queden en su casa, prefieren que salgan a trabajar, pero que ellos puedan tener matrimonios, noviazgos, parejas, paternidades y familias de los que puedan entrar y salir sin ser cuestionados ni reclamados, en nada o ser ellos los que les reclaman que no les hablen y, mucho menos, les escriban para pedir, protestar, desahogarse o enojarse (atrás Satanás).
Muchas veces se dice que a los varones les cuesta cambiar o aggiornarse a una época de mujeres más libres, autónomas y con más derechos. No es cierto. Los varones cambian. Aprovechan lo mejor de los derechos sexuales y los adaptan a sus deseos. Pero eligen en qué cambiar y en qué apostarse como conservadores. Lo que conservan es el poder, no la moral. Cambian en poder girar de esposa. Cambian en no querer ser padres de familia en un sentido tradicional y 24 x 7. Cambian en no aceptar ser los que pagan los gastos de su descendencia (en Argentina las cifras muestran una mayoría de evasores paternales a las responsabilidades económicas) y en no responder al mandato del proveedor.
Cambian en poder demostrar sus emociones y en lograr llorar (si alguna lagrima les faltaba demostrar el Mundial las sacó todas afuera de la cancha). Cambian en poder decir no a lo que no quieren y a las que no quieren. Pero no cambian en lo que no quieren, no les conviene o les implica algún corrimiento de lugares que sí quieren mantener. Son liberados en lo que les place y conservadores en los que les conviene.
La escritora norteamericana antirracista y feminista Bell Hooks (ya fallecida) escribió en el libro Todo sobre el amor, editado en Argentina por Paidós, que los varones sí fueron receptivos a los cambios que propuso el feminismo de los años sesenta: ellos empezaron a mostrarse sensibles, llorones y poco predispuestos a trabajar duro para mantener a su familia o a ceder sus ingresos en pos de su familia.
El síndrome Peter Pan (o de niños eternos) calzó justo con un feminismo que les dio la opción de dejar atrás los estigmas del machismo. Ser sensibles no implica desensibilizarse del cuidado, el crecimiento o el sostén de su descendencia. No tienen que ser Superman ni salvar a las mujeres, pero ahora parecen hombres invisibles que desaparecen de cualquier responsabilidad emocional o sexual con solo clavar el visto.
Muchos varones han podido hacer delete a sus mandatos pero no darle enter a mujeres que también lo hicieron y son más deseantes o quieren amores, maternidades y sexualidades más recíprocas y compartidas. O que no se bancan quedarse solas con bebes o que están dolidas si se quedan solas. Los varones han cambiado más de lo que se bancan que las mujeres cambien o que no se banquen los cambios que ellos eligen.
A las mujeres no se les permite terminar de encarnar nuevos modelos ni quedarse en los modelos tradicionales. Si son independientes y quieren una nueva relación se las condena a una cadena de fantasmeos (o varones que desaparecen) que las dejan titilando y en el que muchas veces son tan lastimadas que terminan fragilizando su salud mental o lastimándose.
La sociedad deja a las chicas o grandes que sufren en el lugar de desbordadas o exageradas y ellas terminan sin ser comprendidas por una sociedad que condena el dolor femenino. Las hervidoras de conejos ahora son malas, locas, suicidas, depresivas o tóxicas que se hierven en su propio caldo de deseo de amor no correspondido. Y, encima, es su culpa por amar demasiado o elegir mal al novio, chongo o marido.
El auge del feminismo en Argentina (entre 2015 y 2018) generó la posibilidad de replantear el amor, la sexualidad, la familia y la competencia femenina. La exigencia de más derechos, el activismo por un deseo activo y el puente hacía más sororidad se convirtieron en banderas. El 2023 arrancó con varones que hacen gala de su llanto, su independencia y su éxito y con mujeres demonizadas por malas, resentidas, competitivas y jodidas.
¿Qué paso que retrocedimos tanto?
El corrimiento de la marea verde (más allá de la demanda por el aborto legal) está trayendo a la orilla una resaca que ya parecía oxidada: menos voces públicas de mujeres potentes; más varones en el centro de la cultura under y hegemónica; menos libros, charlas y series que vuelvan a demandar girl power; más mujeres que se odian y amenazan con destruirse entre ellas y a sí mismas; menos puentes para entender el dolor, el duelo y el deseo con una sociedad que teja redes para cuidar y disfrutar. Menos no es más. Es menos que menos.
El resultado es el auge de un nuevo machismo liberal, llorón, borrado, denunciante, egoísta, inmaduro, despresponsabilizado y triunfante. Mientras que, por el lado de las mujeres, no se trata de la vieja señora de su casa ni de la antigua zorra calcinada en el infierno de las redes (y acusada de zorra por la que antes la acusaba de zorra como en el meme del hombre araña tirando tela a un alter ego del hombre araña); ni de la feminista real, la recién llegada (bienvenidas) o la acomodaticia que también hacía pasar sus intenciones o sus ataques como parte de un movimiento colectivo.
El 2023 busca enterrar a una ola que le daba un sentido colectivo al cuestionamiento de los roles tradicionales y de la demonización femenina para intentar proponer nuevas formas de llevarse, quererse y criar que reconociera el trabajo y el deseo de las mujeres y que no encarcelara a los varones en roles tradicionales, pero a la vez, los interpelara en sus modos de amor presencial o a distancia. La ola no se tapó, pero se alejó. Y el resultado una vuelta a vínculos contaminados.
Si las mujeres pierden el sentido común (por comunitario) salen lastimadas, se lastiman o buscan lastimar a las otras.
Las escenas mediáticas no siempre tienen que encajar en un parámetro feminista porque el dolor y el deseo son más complejos que un partido que si se empata -y si se sabrá en Argentina- se define por penales. No se trata de juzgar, ni de ejemplificar con nadie ni contra nadie. Pero, claro, no lo vamos a esquivar, ver a Camila Homs filmando desde su celular a las chicas en Punta del Este gritando “Tini se la come, Cami se la da” muestra este Riachuelo sexual.
La “que se la come” (en el futbol) es la que práctica sexo oral y la (en general, un hombre) que “se la da” es el que penetra (el rol clásico masculino) y así está dada la cancha de los exitosos y las fracasadas. Ni comerse, ni darse están mal en el sentido de las metáforas sexuales que buscan disfrutar mutuamente. Pero sí en un poder que no genera líbido sino jerarquias de ganadores y derrotadas que ya estábamos dejando atrás y volvieron a retomar el centro de la escena.
No es volviendo a perder que vamos a poder ganar. No es no comprendiendo el dolor y el trabajo de la crianza que vamos a poder construir. No es tildando a las otras de tener menor valor que vamos a poder renacer. No es dejando solas a las que sufren como vamos a poder salir del padecimiento. No es denunciando a las mujeres que vamos a equiparar los abusos, las violencias o los privilegios de los varones. No es hirviendo conejos como vamos a sacar los estigmas de las mujeres que quieren trabajar y amar, ser amadas y tener su plata.
Apaguemos el fuego y volvamos a encendernos entre nosotras.
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