¿Qué podemos aprender para honrar la memoria de Fernando?

Tres ideas que pueden servir para conversar con hijos adolescentes y encontrar el sentido y empatía de todos

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Si bien un crimen de estas dimensiones excede ampliamente una cuestión solamente de educación, hay muchas conversaciones que urgen llevar a las sobremesas familiares
Si bien un crimen de estas dimensiones excede ampliamente una cuestión solamente de educación, hay muchas conversaciones que urgen llevar a las sobremesas familiares

Desde que Fernando Báez Sosa fue atacado y asesinado a golpes y a patadas el 18 de enero del 2020, hay una conmoción estremecedora alrededor del caso. Un trago derramado sobre una camisa terminó en la violencia irracional y discriminadora que le quitaría la vida a un chico de 18 años.

Graciela -la mamá de Fernando- declaró: “No tuvieron piedad, era un ser humano, me duele tanto lo que le hicieron, le llamaban ‘negro’. Era mi príncipe. Lo educamos tanto y que, de un día para el otro, aparezcan [los agresores] en su camino... Cómo puede un ser humano discriminar de esa manera. Me quedé sin nada”.

Si bien un crimen de estas dimensiones excede ampliamente una cuestión solamente de educación, hay muchas conversaciones que urgen llevar a las sobremesas familiares.

Comparto tres ideas que pueden servir para conversar con hijos adolescentes, como un modo de acompañar a Graciela y Silvino, y rendir homenaje a Fernando. Buscar aprendizajes a partir del sufrimiento puede ser un camino para encontrar el sentido y empatía de todos.

1. Valores e integridad: los valores son una brújula que nos ayuda a entender cuál es el camino que más nos conviene, porque nos hace mejores. Aunque no sea inmediato, aunque no sea lo que queremos ya. En una época que tiende al egocentrismo, es un desafío transmitir a los hijos e hijas que algo es un valor si me hace bien, si hace bien a los demás, y si mejora el mundo.

No alcanza con que sea lo que yo quiero. Definir qué valores quiero para mi vida es uno de los grandes desafíos existenciales y, todavía más, expresarlos en conductas, en decisiones. Ahí aparece la integridad como una competencia a desarrollar desde muy temprana edad, que se resume en “hacer lo que está bien hacer, aunque nadie me esté mirando”. Es acostumbrarse, en las pequeñas acciones de cada día, a vivir de acuerdo a los valores asumidos: convertir las buenas intenciones en buenas realizaciones.

2. Conciencia de igualdad: en un país como Argentina, donde existe una enorme desigualdad -de oportunidades, socioeconómicas, socioeducativas- es imperioso formar el criterio de que nadie es mejor por haber tenido más oportunidades. Los comentarios despectivos, el menosprecio, la discriminación llevan también a que niños y niñas crezcan con la creencia de que son mejores, de que valen más, de que tienen más derechos. Tener más oportunidades no nos lleva a tener más derechos, nos lleva a tener más responsabilidad: trabajar para que cada vez más personas puedan acceder a esas oportunidades.

3. Trato cotidiano: la violencia requiere, frecuentemente, intervenciones especializadas a las que no voy a referirme aquí. Voy a referirme a ese trato cotidiano que, para cualquier persona, puede ser caldo de cultivo para la paz o para la guerra. Es de suma urgencia que las familias miremos hacia adentro de nuestros hogares y reflexionemos sobre nuestro trato cotidiano. ¿Cómo es nuestra manera habitual de tratarnos? Un marido que trata mal a su mujer -y viceversa- está impulsando en sus hijos e hijas la naturalización de la violencia; un padre que menosprecia a su hija, una clienta que le grita a la persona que atiende en un local. La descalificación genera conductas reactivas, y enturbia la convivencia social. Podemos detenernos a pensar muchos ejemplos cotidianos.

Mirar a los ojos de una madre que sufre como está sufriendo Graciela tiene que llevarnos a pararnos en seco. Dejar lo que estamos haciendo por un momento y pensar cómo podemos aprender y aportar desde nuestro lugar.

Graciela cerró su declaración pidiendo: “Si tienen hijos, cierren los ojos y pónganse en mi lugar”. Una exhortación así, surgida desde el más hondo dolor, no puede esperar.

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